
Por Sara Arias*
“A veces pienso en la memoria dormida como en una herida abierta, sin cicatrizar, que aún sangra. Una herida con los bordes levantándose, comenzando a aproximarse a los bordes contrarios, pero por más que quiere y lo intenta nunca se acerca lo suficiente, no es posible todavía para ella la unión ni la cura. Un espacio abierto, una brecha en el paisaje, una zanja que produce una rotura pero que contiene, aunque no se aprecien a primera vista, formas y multitudes, latidos, raíces y semillas”. Leía estas líneas del libro ‘Almáciga’ de la veterinaria de campo y escritora María Sánchez, una mañana de enero, con la manta sobre las piernas y un frío manto blanco de nieve y hielo cubriendo la ciudad afuera. Desde entonces, cada vez tengo más mantas sobre las piernas, el suelo sigue blanco, y estas palabras no dejan de resonar en mi cabeza creando numerosas composiciones e imágenes en mi mente (como la que acompaña este texto).
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