Por Rubén Madrid
Digámoslo por última vez: Ciudad Valdeluz no ha sido lo que se esperaba que fuera.
Ya está. Lo admitimos, pero ya está. Es momento de ahuyentar a los malos espíritus de la ciudad fantasma, del Avelandia de nuestros delirios de la fiebre inmobiliaria y de las ensoñaciones de la ciudad celestial en la tierra con su conexión directa con Barcelona, sus campos de golf y sus niños correteando de piscina en piscina.
El fin de semana pasado nos desayunábamos otra vez con el enésimo reportaje en el que nos venían a decir desde Madrid que Valdeluz (situamos, por si acaso: a diez minutos de Guadalajara capital, en el municipio alcarreño de Yebes) ha sido un rotundo fracaso. Aquí ya han venido televisiones francesas, el Follonero, todos los canales televisivos y todos los periódicos nacionales al menos en un par de ocasiones. Ahora, en un tono más conciliador, pero insitiendo en la visión tradicional, decían las páginas de El País que es una «ciudad a medias», que sólo viven 3.000 de los 30.000 vecinos que allí habría habido, que se ha construido únicamente una de las cuatro fases y que fue la crisis inmobiliaria la que pinchó este gran proyecto.
Me lo he preguntado muchas veces: ¿De verdad alguien pensó que de la noche a la mañana se construiría una ciudad más grande que Azuqueca a la vera de una estación de tren de alta velocidad? ¿Éramos ciertamente tan rematadamente ilusos de tan optimistas? Mucha gente me ha dicho que sí.
Valdeluz fue, ciertamente, un exabrupto como proyecto inmobiliario, seguramente obsceno aunque hubiese cumplido el guión y los tiempos. Pero resulta injusto colgarle en exclusiva el sambenito de toda esta filosofía de vida. Sin irnos tampoco muy lejos, hay una barriada en Torija, junto a su plaza de toros, donde los chalés literalmente están inclinados y se pueden ver casas arrancadas de cuajo. Por no hablar de los acabados de la vivienda ‘a precio tasado’ de El Fuerte, de urbanizaciones enteras sin alumbrado o de alicatamientos al borde del río Henares.
Como a estas alturas nadie parece dispuesto a exigir responsabilidades por lo ocurrido en Yebes o Torija -o en Marina de Cope (Región de Murcia)- dejémoslo ahí y miremos hacia delante. Me consta que el principal objetivo del Ayuntamiento de Yebes pasa ahora mismo más por una operación de márketing que por ningún otro proyecto: contrarrestar la enorme propaganda vertida desde los medios nacionales contra una urbanización que se ha convertido en el santuario del ‘mea culpa’ urbanístico y en el muro de las lamentaciones de esta crisis de la que algunos alertaron predicando en un desierto, mientras la mayoría se maravillaba con los destellos de los oasis de sus pelotazos urbanísticos.
En Valdeluz no sólo se encuentran en estos momentos -crisis mediante- algunas de las mejores oportunidades de adquirir una vivienda a buen precio en las inmediaciones de la capital, sino que también florecen por fin negocios, su ayuntamiento -de los pocos que tienen las arcas municipales saneadas- se permite invertir en los equipamientos necesarios (el anterior equipo de Gobierno dejó pasar la legislatura en blanco) y sus gentes se implican en la vida social y cultural de la localidad.
Valdeluz tiene un centro astronómico que debería ser la envidia de España, pero también ha tenido cine de verano y ha organizado exposiciones de fotografía; va a construir un polideportivo y tiene reservada una parcela para un proyecto de huerto urbano. Mal que bien, puede presumir incluso de sacar adelante iniciativas que la crisis tiene paralizadas en cualquier otro municipio en estas circunstancias.
A uno le puede gustar más vivir en el centro de una ciudad con reflejos históricos en sus paredes o en estas nuevas urbanizaciones con amplias avenidas, que eso ya son elecciones muy personales, pero lo cierto es que ha llegado el momento de reconocer que la ciudad fantasma que buscan las cámaras ya no se encuentra aquí. Hagámosles un favor a los fantasmas de Yebes y dejémosles vivir como si fuesen invisibles.