Por Marta Perruca
Siempre he pensado que la mayor ambición a la que debe aspirar un periodista es cambiar el mundo. Esa aspiración es casi como un horizonte eterno e imposible, propio de unos pocos idealistas y soñadores, unos cuantos que asumieron el periodismo como una vocación y una forma de vida, más que como una profesión.
En este sentido, creo que no hay nada que produzca mayor satisfacción a un periodista que constatar que su labor tiene una repercusión, que los contenidos que encabeza su firma no caen en saco roto, sino que generan reacciones, remueven conciencias y son capaces de cambiar, aunque sea de manera modesta, una determinada circunstancia, quizá algún día, el mundo, ¿quién sabe?.
“Aquí no va a venir ninguna empresa a generar 200 puestos de trabajo”. Es la frase que me ronda la cabeza desde el preciso momento en el que decidía escribir este artículo.
Todo empezó hace unas cuantas semanas cuando me sorprendía muy gratamente la publicación de un comentario realmente interesante en una de las entradas que escribí en este espacio. El artículo en cuestión analizaba las dificultades que tienen que afrontar los emprendedores a la hora de embarcarse en un proyecto empresarial, más en estos momentos en los que las dificultades que plantea el mercado laboral dibujan el autoempleo casi como la única salida posible. Proponía que el trabajo autónomo podría ser una buena alternativa para generar puestos de trabajo en el medio rural de esta provincia, porque nadie va a venir a rescatarnos en estos tiempos de vendaval.
Miguel Ángel García, el autor del comentario que me produjo tal inquietud, señalaba que por qué no en lugar de apostar por el florecimiento de iniciativas particulares, ponemos las bases para que surjan cooperativas de trabajo asociado.
Lejos de atreverme a pensar siquiera que he rozado ese horizonte eterno e imposible, tengo que admitir que esa interesante propuesta no se fraguó a raíz de un modesto artículo de esta periodista soñadora, pero me gusta pensar que sí fue un impulso para que Miguel Ángel, un entusiasta molinés, decidiera ponerse manos a la obra para arrojar algo de esperanza a los vecinos de Molina de Aragón, una comarca que en los últimos meses ha sido fustigada por la destrucción de cientos de puestos de empleo, con el cierre de la central de biomasa, los despidos de los trabajadores forestales, la reducción de puestos de interinos y una reorganización de la administración local que ya se divisa en el horizonte.
Efectivamente, “nadie va a venir aquí a implantar una empresa que genere 200 puestos de trabajo”, repetía una y otra vez Miguel Ángel García. Por eso se disponía a dar alas a este proyecto que se ha estructurado en tres fases: Fundamentación de la idea inicial, divulgación de la misma entre la población y generación de un “núcleo fuerte” formado por seis personas “que estén totalmente convencidas de este proyecto y que comiencen a estudiar todas las salidas que pueda ofertar esta comarca”, argumenta Miguel Ángel García.
En estos momentos se encuentran ya empapados en la tercera fase. Ya son tres las personas que respaldan la iniciativa y que, una vez consigan captar la inquietud de otras tres, comenzarán a analizar las posibilidades empresariales de cada uno de los recursos con los que cuenta esta comarca, su viabilidad, la inversión necesaria y la manera de llevarlo a cabo, siempre desde el punto de vista de una cooperativa de trabajo asociado, es decir, “una sociedad de trabajo y no de capital, con una serie de valores muy importantes, y en las que el riesgo se asume entre todos sus integrantes”, explica este molinés.
Ejemplos de estos modelos empresariales los tenemos en la comarca de Mondragón (País Vasco) que acumula varias décadas de experiencia en este modelo y ha visto nacer iniciativas empresariales tan representativas como la marca de electrodomésticos “Fagor” o la línea de supermercados “Eroski”.
Entre los posibles nichos empresariales, Miguel Ángel García propone la ayuda a domicilio, un servicio muy necesario en una comarca de población envejecida que ha quedado desamparada ante la eliminación de las ayudas para su mantenimiento y que sigue siendo requerido, incluso aunque pierda su condición de gratuidad. Otros sectores potenciales serían el trabajo on line, el turismo, la resina, la recolección de setas, o el pélez, entre otros.
La candidatura al Geoparque puede ser en sí misma una oportunidad para el surgimiento de algunas iniciativas empresariales relacionadas con el mundo del turismo y de la investigación.
De igual manera, las zonas rurales de la Alcarria, la Campiña o la Sierra Norte pueden encontrar importantes beneficios en esta idea. Se me ocurre que la importante campaña ganadera de nuestra provincia podría auspiciar la generación de factorías laneras, industrias cárnicas, de embutidos, quesos, etc. Se puede cerrar el círculo también en torno a la producción de miel, con la fabricación de velas, caramelos, propóleos, cremas, jabones, etc.
Los recursos naturales, el turismo, la artesanía, el folklore… abren un abanico infinito de posibilidades que pueden adaptarse como un guante a este modelo empresarial, una iniciativa que no espera el advenimiento de ninguna empresa que cree cientos de puestos de trabajo; que no requiere de salvadores ni salvavidas imposibles, sino de ingenio, entusiasmo y perseverancia, en definitiva, de personas convencidas y dispuestas.