2013 ha empezado como deben comenzar los años por estas latitudes, con un invierno de temperaturas frías, nieblas en las calles y nieves para los afortunados que viven unos metros por encima de nuestras cabezas. Un panorama que parece poco alentador pero al que tendremos que acostumbrarnos porque, señores, permítanme ser pesimista (o realista, según otros) y plasmar una cierta depresión post-euforia navideña, nos espera un escenario sin más decorado que las gélidas calles, un lugar ideal para estar por gusto pero no por obligación.
Los primeros que se verán abocados a visitar el empedrado serán, una vez más y por quinto año consecutivo, los trabajadores despedidos. No es que la última de las reformas laborales (si no se nos sorprende con otra a lo largo del ejercicio en curso) no haya cumplido con sus objetivos. Así es, ha flexibilizado las relaciones laborales para que las empresas puedan adaptarse a las contingencias coyunturales del mercado y conseguirá, con casi total seguridad, multiplicar el número de nuevos contratos, aunque no de personas en activo. Y es que la nueva legislación ha convertido las entradas de las empresas en puertas giratorias en las que, mientras unos entran, otros salen. Con mayores facilidades para despedir, también las hay para contratar y, como si de un artículo de las rebajas se tratara, devolver al trabajador a su casa antes de quince días si no nos convence, siempre presentando el ticket de compra, claro está. Y, si se puede, nos olvidamos de unos cuantos derechos laborales o unos cientos de euros de salario tras cada despido. No soy economista, pero tengo ojos en la cara y me temo que el paro seguirá subiendo. O al menos manteniéndose en unos niveles sonrojantes gracias a este efecto “las gallinas que entran por las que salen”, como lo definiría un conocido cómico manchego.
Otros que ya han pisado el asfalto son los desahuciados, y no creo que vaya a haber novedades en 2013. El Gobierno central se sacó de la manga una normativa ‘buenrollista’, de carácter solidario y caritativo, una especie de “invite a cenar a un pobre por Navidad” en el terreno de la vivienda. Para empezar, la moratoria a las expropiaciones aún no ha comenzado a aplicarse, al menos no como la panacea universal que vaticinaban sus creadores, quizás porque tampoco deja muy claro quienes pueden ser sus beneficiarios o porque las condiciones son muy restrictivas para responder a la realidad social. Además, se trata de un parche que busca más una paz social forzada y temporal que resolver el problema de fondo. Al final, dentro de dos años, los que mueven los hilos del juego hipotecario serán los mismos, los que han especulado, malversado, engañado y estirado en su favor hasta la última coma de una ley que, para ser sinceros, ya les dejaba en muy buena posición. Lamentablemente, 2013 traerá nuevas historias como la de María, la anciana desposeída del trabajo de toda una vida, de su único hogar, ya no por no poder pagarlo, sino por haber ayudado a que su hijo pudiera iniciar una andadura emancipada. No es la única, pero sí la cara más visible de un problema demasiado grave como para que los dirigentes se lo tomen a la ligera y sigan defendiendo a quienes actúan, en ocasiones, de mala fe. El estado del bienestar tiene estas cosas, parece ser.
La calle también será el escenario de otros muchos que se están viendo afectados por los recortes en los servicios. Niños que deambulan por las calles hasta sus centros educativos, cada vez más lejanos, al no haber transporte; pacientes buscándose la vida para poder acudir a las citas con sus médicos para evitar el uso de los taxis-ambulancia; pensionistas mendigando un euro a la puerta de la farmacia para poder comprar el medicamento recetado… Horas y horas de colas, esperas, viajes y, por qué no, manifestaciones en las calles. Nos espera mucho tiempo a la intemperie por aquellas cosas que, sin darnos cuenta, paulatinamente y en un par de años (y eso que eran ajustes coyunturales, cosa de poco tiempo), hemos perdido, nos han ido quitando o hemos olvidado que teníamos. Si hasta nuestros niños tendrán que actuar en la calle con sus colegios por el cierre de un teatro, el Moderno, que funcionaba como catalizador de la actividad cultural de la ciudad y la provincia, con el esfuerzo de quienes conformaban su programación y sin prácticamente coste para la administración responsable.
PD: Después de esta especie de obituario tremendista y apocalíptico de la sociedad del bienestar tal y como la conocíamos, permítanme un consejo optimista: hagan lo que esté en sus manos para ser lo más felices que sea posible, porque parece que nadie les va a ayudar en esa empresa.
* Borja Montero ha pasado casi seis años informando diariamente en El Día de Guadalajara y otros tantos en Diario de Alcalá, tanto a las palabras como a las imágenes. Actualmente, la marcha de la economía mundial y del sector periodístico en particular ha hecho que su labor informativa se centre en dos de sus pasiones, la música y el baloncesto, sin dejar de lado su interés por la provincia de Guadalajara en general y el Corredor del Henares en particular.