Por Beatriz Pariente
Me resulta gravísimo que un representante político no tenga la humildad de reconocer sus errores, y me refiero a Cospedal, como me podía haber referido a Barredas, Zapateros, Rajoys, Merkels, Obamas o quienes fuesen. De hecho, si algo se le pide a un político no creo que sea la infalibilidad, pero sí la honestidad. La capacidad de rectificación no es sino una herramienta del hombre sabio que se renueva a sí mismo para crear una versión mejorada a cada paso. Una persona que se equivoca y rectifica me transmite confianza; una persona que se equivoca y no lo reconoce me provoca inquietud.
No pretendo dar lecciones, porque no soy nadie para ello, pero creo que es de rigor decir que la moral de quienes ostentan el poder (sea político, económico, judicial…) debe ser la misma que la de cualquier ciudadano. Es más, su responsabilidad es mayor en tanto en cuanto ostentan cargos de repercusión pública. Sus palabras y sus actos no son sólo suyos cuando competen a lo que es común a todos. Es su responsabilidad, y me refiero especialmente a los gestores de lo público, ajustarse a la verdad, buscar el bien común, aspirar a la igualdad y a la justicia y no perder de vista lo que está bien y lo que no lo está (y aunque haya muchos puntos de vista sobre este último aspecto, todos sabemos que hay límites infranqueables).
Me preocupan dos cosas del grupo que ostenta el poder: la pérdida de perspectiva y la distorsión en la escala de valores. Me preocupa que no sepan cuándo es más importante la verdad que un interés personal. Me entristece que el corporativismo les absorba hasta el punto de no saber que están donde están para actuar responsable y moralmente. Me enfada que haya algunos (no todos, afortunadamente) que en su particular pirámide de Maslow, aquella que habla de las necesidades básicas, sitúen el YO o el MÍO en toda su superficie.
Aún así, la mentira no es algo exclusivo de estos colectivos, sino del género humano. Cada día las noticias nos ‘sorprenden’ con alguna nueva trola hecha pública, incluso en el mundo del deporte, con el caso sonado de dopaje de Armstrong.
Al ver que la anti-verdad está tan generalizada uno se pregunta por las dificultades de escapar de ella. Armstrong justifica que «todos lo hacían», hasta el punto en que se convirtió en algo generalizado y aceptado y, por tanto, no cuestionado. Sólo un pequeño grupo de corredores se mantuvo inquebrantable en su decisión de jugar limpio, pero a costa de ser minoría, ‘patito feo’ y de una clara desventaja en la carretera. Qué difícil es escapar a una mentira colectiva, diseñada como una tela de araña para que nadie escape a ella, con intrincados hilos que atrapan al que pretende pasar y veneno para el que se opone a ella. El resultado de ir a contracorriente suele ser el rechazo, algo que se puede asumir sólo teniendo una fuerte convicción o el valor de un espartano.
Aun con todo, la tendencia ‘pinocha’ no puede ser la norma en lo público. La consecuencia de que así sea es una pérdida continua de la confianza por parte del ciudadano. Y es que todos sabemos que la mentira tiene las patas muy cortas y que, por tanto, tarde o temprano se descubrirá al embaucador.
Termino con un personaje de actualidad, aunque falte entre nosotros desde hace casi 150 años. Abraham Lincoln dejó muchas frases (y hechos) para la historia de la humanidad. Entre ellas me quedo con las dos siguientes:
«Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo».
«Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios».
Beatriz Pariente Ocal, periodista en activo aun en los tiempos que corren, comenzó su carrera en el extinto diario ‘Ya’ hace unos 15 años y pasó después por otros medios madrileños, como Mercado de Dinero o Ausbanc, hasta partir al norte para escribir en La Hora de Asturias y descubrir después, hace ya diez años, la que ya es su casa: Guadalajara, en medios como GlobalHenares o Nueva Alcarria. Entretanto le nació el gusanillo por la nueva ‘caja tonta’ de Internet y comprendió que abría un nuevo universo de posibilidades. Algún que otro máster 2.0 después decidió crear, junto a otros compañeros, una web para ayudar a otros a emprender sus sueños, Proyecto Ayuda a Empresas (www.proyectoayudaempresa.com). También participó en la cofundación de Guadaenred, orientado a unir a emprendedores de Guadalajara (www.guadaenred.net). En la actualidad aspira a seguir dando noticias (buenas a ser posible) y a emprender nuevos retos profesionales.
Se trata de un tema espinoso, desde luego. Respecto a los deberes públicos, tu texto me ha traído a la memoria «Sobre los deberes» de Cicerón, libro en el que Cicerón le habla a su hijo (recién nombrado senador en Roma), sobre la responsabilidad y la moral que se espera de un senador romano. Debería ser un texto obligatorio para cualquier persona que ejercicese un cargo público… y no me refiero a que se lo hayan leído, si no que comprendan su esencia.
Supongo que la única manera existente para que la clase política fuera lo que esperamos de ella es que su actividad no esté retribuída, de modo que solo ejerciesen personas que tuvieran vocación por servir y ayudar; y que, además, no necesitasen dinero. Pero eso no va a ocurrir, claro…
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Sin estar bien ninguna mentira, creo que unas son más disculpables que otras, unas son más graves y otras menos, e incluso algunas pueden buscar un buen fin. El peligro es el de los mentirosos compulsivos. No todos los mentirosos compulsivos son políticos, pero casi todos los políticos son mentirosos compulsivos. Y encima sus mentiras no persiguen un buen fin, excepto para ellos mismos.
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