Por Yago López
Esta semana la presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, ha vuelto a monopolizar las portadas de los medios nacionales al anunciar que, pese a que nadie daba un duro porque lo lograse, ha conseguido reducir el déficit de su comunidad en más de seis puntos y situarlo por debajo de la barrera del 1,5% del PIB. “Todo un hito”, ha asegurado la dirigente popular, jaleada en las distintas provincias por sus compañeros de partido que no han parado estos días de sacar pecho orgullosos por el reto conseguido.
Y a priori es lógico, porque la reducción del déficit se antojaba innegociable para garantizar el futuro de la región a muy corto plazo, ya que de continuar en la misma línea de endeudamiento la Junta estaba condenada al colapso. Además, la reducción de la deuda era una de las grandes promesas electorales de los populares, siempre por detrás, eso sí, de la generación de empleo, que aún estamos esperando. Ahora bien, lo de reducir el déficit, tratado de forma aislada, es bastante engañoso. Sin que nadie se ofenda, lo puede hacer hasta un niño pequeño. El problema no es tanto el fondo como la forma, que es en realidad lo que hace buena o mala una gestión.
Una administración como el Gobierno regional no es otra cosa que un gran fondo común al que los ciudadanos y las empresas aportan una serie de cantidades en forma de impuestos, más o menos proporcionales –esto es otra cuestión-, para que luego la Junta lo gestione ofreciendo a los ciudadanos servicios públicos. Además, el Gobierno regional, trabaja a largo plazo y en muchas ocasiones pide por adelantado el dinero a los bancos para llevar a cabo sus proyectos. Cantidades que si no se amortizan cuando procede se van acumulando generando una importante deuda, el manido déficit de la comunidades.
Para lograr que disminuya la deuda la ecuación es sencilla: o se ingresa más o se reduce el gasto, o ambas cosas. En el caso del Gobierno de Cospedal se ha optado radicalmente por la segunda opción, con todo lo que ello conlleva. Es cierto que el ejecutivo de Barreda derrochó mucho dinero en materias superfluas, en chanchullos varios, y en proyectos megalómanos de la cuadrilla de empresarios afines a su cuerda, pero en todo caso ya no hay vuelta atrás y, además de evitar que vuelvan a producirse estos desmanes, lo que toca ahora es idear un modelo sostenible económica pero también socialmente hablando. Lo primero lo han conseguido pero de lo segundo están a años luz.
Y es que para equilibrar las cuentas han hecho saltar por los aires los cimientos del sistema de bienestar y, por tanto, su logro económico ha tenido un precio demasiado alto para muchos ciudadanos. Reducir el déficit a golpe de tijera y recortando además en los sectores de la población más desprotegidos no puede ser nunca una buena noticia. Mandar a la calle a miles de empleados públicos cargándose a personal laboral e interinos en sectores como la educación o la sanidad ayuda a disminuir el gasto pero supone un descalabro en el modelo social.
Además, en lo estrictamente económico, si se elimina la inversión pública en todos los campos, se ahorra mucho dinero a corto plazo pero se dejan también de incentivar proyectos empresariales que podrían ser vitales a la hora de reducir el desempleo, que es la gran asignatura pendiente de Castilla-La Mancha y del país en general. Y eso es precisamente lo que han hecho en el Partido Popular de esta región: suprimir la inversión y adelgazar la protección social hasta el punto de dejar a muchos de sus ciudadanos bajo el chaparrón, sobre todo en el medio rural, completamente a la intemperie, mientras ellos presentan los deberes hechos al presidente Rajoy y por extensión a Europa, esperando pacientemente a que escampe. Valiente postura la suya. Que le pregunten si tienen algo que celebrar a quien ha perdido su trabajo y por mucho que busca no encuentra una forma de llevar el pan a su mesa, a quien le han quitado la casa por no poder pagar la hipoteca, a quien espera, mejor dicho desespera, para que le llegue el turno para operarse, al enfermo crónico que apenas puede costearse el tratamiento y su desplazamiento al centro sanitario, al anciano que tiene el centro de salud mas cercano a 50 minutos de su casa en coche o al vecino del pueblo que ha tenido que mudarse para que sus hijos puedan ir al colegio sin tener que viajar varias horas al día, y la lista sigue y sigue.
Claro que Cospedal igual no sabe de qué le hablo. Como puede costearse los servicios privados de sanidad y educación para ella y su familia para el resto de su vida solo con el dinero público que ha recibido en los últimos tres años -cerca de medio millón de euros-, y no tiene hipoteca a pesar de tener en propiedad dos viviendas que parecen dos palacios, no sabe que quien no le aplaude por haber reducido el déficit en un solo año no lo hace porque sea un desagradecido sino porque le ha arruinado la vida.