Por Concha Balenzategui
Dentro de la mala imagen que en la calle y en el CIS tienen los políticos, y en particular algunos partidos, una especie de la peor reputación es la del paracaidista. Es un espécimen que cría muy bien en el hábitat de la política guadalajareña, por su cercanía a Madrid, y más concretamente en el lado conservador. Una especie que sigue cultivándose, al menos hasta las últimas Elecciones Generales, y que hace verdaderamente apropiado el lema indignado: “No nos representan”.
Me refiero, claro está, al político que se presenta para buscar un escaño en una provincia acogedora, como la nuestra, cuando no tiene la más mínima vinculación con ella ni piensa defender sus intereses. Caso distinto, y de eso también aquí sabemos bastante, es el de los “rellenalistas” que florecen en las candidaturas de los pueblos donde pocos o nadie quiere presentarse, algo que suele pasar por varias razones: porque todos tienen claro quién va a ganar y no quieren plantarle cara; porque las siglas causan aversión, o fundamentalmente porque el partido no ha trabajado los cuatro años anteriores en la escucha y la atención a sus vecinos. Alguna vez las urnas han dado a estos «candidatos de paja» una sorpresa y un bastón, cuando lo que pretendían era arañar cuatro votos descontentos de cara al cómputo de la Diputación.
Pero hablemos hoy del cunero en su alta gama, ese que va a tener un buen sueldo por su escaño en la Cámara gracias a la generosidad del PP guadalajareño, al adocenamiento de una parte de su electorado y a los rigores de la lista cerrada. Esto último en el caso del Congreso, con tres sillones para Guadalajara, con lo que elegir a un “paraca” que no se comporte, supone tirar a la basura un tercio de nuestro poder en la cámara más operativa. No es menor el agravio del paracaidista de Senado, aunque sean cuatro los representantes provinciales, ya que esta institución tiene el carácter de cámara territorial, y mal puede representar a un territorio quien no lo ha pisado ni tiene la intención de hacerlo, salvo para ir a los toros en Ferias.
El senador cunero tiene no obstante su coartada: Se la juega a que los electores le pongan o no la cruz en la papeleta. Pero la tendencia demostrada -con algunas excepciones en la historia democrática, también en Guadalajara- es que el partido acabe arrastrando las cruces por orden alfabético. Para esto, «Fraga», por ejemplo, era un apellido con muy buen posicionamiento -como se dice ahora- por encontrarse la efe entre las primeras letras del abecedario. Si a eso le sumamos que coincide con el apellido del fundador del partido, ministro de Franco, y resulta que es su tío, miel sobre hojuelas. Con esas premisas Luis Fraga Egusquiaguirre estuvo durante cinco legislaturas -que 20 años no es nada- siendo senador por Guadalajara. En cuatro de ellas, además, compartió paracaidismo -que en el PP provincial era deporte de poco riesgo- con Enrique Fernández-Miranda, otro cunero de alta cuna, que en este caso ocupaba escaño en el Congreso.
Fraga fue acogido en Guadalajara, como quien dice, hasta anteayer, hasta que Román se lo quitó de encima para hacer hueco al aterrizaje de otro paracaídas, el de Ramón Aguirre. Estamos ante otro auténtico zoon politikon, elegido en seis legislaturas para la Cámara baja, aunque sólo en las dos últimas por Guadalajara.
Hay que precisar que hay grandes diferencias entre uno y otro. Fraga no pisaba Guadalajara salvo para las fotos de campaña, la pegada de carteles y alguna cena de Navidad del partido. Algunos años ni siquiera seguía con su familia adoptiva pepera el recuento de la noche electoral. Cuando el PP provincial se cansó, aún aguantó una legislatura más en la Cámara Alta, por Cuenca, hasta que se murió el tío Manuel, su mentor político. Ramón Aguirre, sin embargo, se lo curró un poco más en la legislatura que nos duró. La otra, la vigente, abandonó el escaño nada más comenzarla, para ocupar el puesto de presidente de la SEPI. Aguirre, decía, visitó algún pueblo, dio unas cuantas ruedas de prensa, se estudió algunos temas de la provincia y se interesó por ellos. Yo le recuerdo, por ejemplo, en la manifestación contra la ubicación en Guadalajara del cementerio nuclear. Asunto, por cierto, este del ATC, con el que tiene que lidiar ahora. Paradojas del destino: el máximo responsable del cementerio atómico se manifestó contra que vinese aquí.
Guadalajara, y en concreto el PP, está abonada al paracaidismo desde la cuarta legislatura democrática, sin faltar una. No me olvido de que también hubo un personaje de estas características en el PSOE, Leopoldo Torres, que estuvo tres legislaturas en el Congreso gracias a los votos guadalajareños, pero aquello se acabó en el año 1989, que ya ha llovido.
Lo peor de todo es que a Guadalajara los cuneros le han salido ranas. Esta misma semana tenemos varias noticias que ahondan en este convencimiento. La primera, que el sobrinísimo no sólo compartía amistad y afición por la montaña con el ínclito Bárcenas, sino que tenía dinero en Suiza en cuentas gestionadas directamente por el ex tesorero del PP. Eso al menos es lo que ha informado al juez Ruz una empleada de su banco suizo. Ya se venía publicando en “El Mundo” la estrecha amistad del casi eterno senador con Bárcenas. Ahora nos enteramos de que, Fraga, aparte de amigo de sus amigos y experto en Asuntos Exteriores, tenía un feo asunto monetario en el exterior, del que tendrá que dar cuentas.
Su sucesor en el deporte de la caída desde las alturas, Ramón Aguirre, ha resultado ser hombre de corta memoria y nula palabra. Ahora que hablamos de nuevos retrasos en el Parador de Molina, es fácil recordar la vehemencia con la que Aguirre criticaba -y con razón- las demoras del PSOE en este terreno. Así que se esperaban buenas nuevas cuando Rajoy nombró presidente de la SEPI a quien tanto había beligerado por el Parador. En un gesto que le honra, pero de infinita torpeza, Ramón Aguirre no se fue «a la francesa» de la provincia. Quiso despedirse de sus compañeros temporales de partido y de los periodistas, en una rueda de prensa en la que básicamente vino a sacar pecho por su nombramiento. Y su torpeza, mayúscula, fue comprometerse a impulsar el Parador antes de haber visto las tripas al proyecto. Así, anunció la inminencia de las obras, y prometió que comparecería en Guadalajara cada seis seis meses, para informar del desarrollo. No les hemos visto el pelo. Ni al Parador, ni al «paraca».
Pasemos al tercer personaje amigo de los lanzamientos desde las alturas que ha sido actualidad está semana: Rafael Hernando. Es el caso inverso, el de un guadalajareño prometedor que aterrizó en Almería hace ya muchos años. He aquí otro ejemplo de carne de escaño: Fue senador por nuestra provincia en la cuarta legislatura, con Bris y Fraga, y después ha encadenado seis más en el Congreso, elegido por Almería, donde supongo que hace tiempo que no se considera un advenedizo. En Guadalajara sabemos poco de su gestión, y algo más de su presencia mediática. De cuando en cuando, como está semana, nos rechinan sus palabras, cuando se convierte en noticia nacional por alguna de sus habituales “salidas de pata de banco”. Esta vez, hablando de la memoria histórica y de la apertura de fosas de asesinados en la Guerra, ha dicho que algunos se han acordado de su padre cuando ha habido subvenciones para buscar sus cuerpos. En verano dijo que la desnutrición de algunos niños era una responsabilidad de sus padres. Y tiene varias más para la coleción, que nos hacen concluir que, cada vez que Hernando abre la boca, sube el pan. Él luego responde que se le ha malinterpretado, o que se le ha sacado de contexto. Pero no suele rectificar ni disculparse. Se limita a replicar en Twitter los insultos y amenazas que le profieren, y trata de convertirse en la víctima del incendio que él mismo ha prendido.
En fin, qué decir. Fraga, Aguirre, Fernández-Miranda, Hernando… Es el PP el que nos ha acercado a estas figuras a Guadalajara. Pero son los votos los que los alimentan. No se olvide.