Todo el país ha vuelto a recordar estos días la llamada matanza de los trenes de Atocha, en un gesto impuesto por la redondez de la década y que se me antoja muy saludable para unas víctimas que seguramente agradezcan la sensación de sentirse arropadas. Siento cierto rechazo hacia ese eslogan repetido hasta la saciedad de que todos íbamos en esos trenes, que me parece que más bien calma nuestra conciencia que otra cosa, pero al menos podemos ofrecer cierto consuelo una vez al año. Desde aquí sólo cabe sumar nuestra voz a las palabras de ánimo y confiar en que todavía sirva de algo la palabra.
La del 11-M será tal vez junto a la jornada del incendio la más trágica que hayamos vivido muchos de nosotros en Guadalajara, al menos las generaciones más jóvenes. Sin embargo, no voy a caer en la tentación de convertir el texto de hoy en un rosario de anécdotas periodísticas de aquellos días, por muy duras que sean, y lo son: resulta violento comparar cualquier experiencia personal con la vivencia de las víctimas o con las de aquellos que aquel día se volcaron en auxiliar a los heridos y sostener a duras penas a los familiares de los muertos.
Tras el 11-M de 2004 hemos vivido muchos más 11-M: el del primer aniversario, el del segundo, el tercero… muy similares casi todos. Los mismos crespones negros, las mismas punzantes notas de violín al final de los informativos, las mismas imágenes de trenes resquebrajados que en su amasijo de hierros describen el horror de unos destinos truncados. Así fue, sobre todo en los primeros aniversarios, uno tras otro. Tal vez por eso no esperaba, iluso de mí, que el que ayer vivíamos, el décimo aniversario, se convertiría en el quinto aniversario del quinto aniversario, o en el sexto del cuarto, o en el noveno del primero. Es decir, que volveríamos a reeditar las mismas escenas, las mismas anécdotas, las mismas polémicas y funerales como si, en efecto, no hubiesen pasado diez años.
Lo que aquí digo es verdaderamente una impresión personal de un 11 de marzo de 2014 en el que he creído ver que el docudrama se ha impuesto sobre la reflexión reposada y el exhibicionismo del recuerdo ha seguido teniendo mejor posicionamiento en parrilla que la construcción de una memoria colectiva. Quizá sea una cuestión de gustos, o de que uno tenga el tempo mal sincronizado. Tal vez en una fecha como esta no se pueda aspirar más que a reunirnos todos bajo un mismo techo, que no es poco tal como anda el patio, rezar y poner unas flores. Pero me parece un homenaje muy pobre a las víctimas.
Conspiradores, desde luego. Lo que desde luego no esperaba, y menos con la que ha caído, era el resurgimiento con tal virulencia de la llamada teoría de la conspiración, una corriente antisistema (sospecha de ministerios, policías, jueces…) donde las haya. El asunto me parece de una inmoralidad suprema.
No voy a extenderme en ello. Sólo apuntaré un matiz que a menudo pasa desapercibido y que hace morder en anzuelo incluso a personas en la que suponía cierto sentido crítico: se acusa a estos embusteros de conspiradores e incluso conspiranoicos no porque el resto creamos que ya se sabe toda la verdad sobre cada uno de los episodios, escenarios y actores involucrados en un atentado de estas proporciones (el sumario alcanzó los 100.000 folios), ni porque estemos convencidos de que no queda absolutamente ningún cabo suelto. Por supuesto que los hay, incluido lo más grave y de lo que nadie habla: varios sospechosos fugados.
Quienes acusamos a estos embusteros de la conspiración lo hacemos porque diez años después y contra el muy autorizado y experto juicio de policías, especialistas en explosivos, jueces de la Audiencia y jueces del Supremo siguen aprovechando cualquier duda, sea de la naturaleza que sea, para dar alas a las estrambóticas teorías que desde el principio tuvieron como único objetivo «probar» -no lo han conseguido- una conexión entre ETA y el 11-M.
Quien aproveche cualquier duda (y antes que nada debería especificar a qué aspectos concretos se refiere con generalidades como “zonas en blanco”, “cosas sin explicar”, “lagunas” o «autores intelectuales») sobre lo ocurrido para sostener la participación de ETA resulta, sin ninguna duda, un conspirador y, de tener alguna responsabilidad social (políticos, periodistas, etc) debería quedar inhabilitado en el ejercicio de su labor. Sostener o simplemente sugerir, todavía hoy -y como hicieron hasta hace muy poco voces tan reputadas como el actual presidente del gobierno o el exdirector de El Mundo- que ETA tuvo algo que ver en el 11-M y basarlo únicamente en que no se sabe absolutamente todo lo que ha ocurrido resulta tan disparatado como hacer creer que ETA tuvo algo que ver en el asesinato de Kennedy, del que, claro está, tampoco lo sabemos todo.
Las otras dudas. En mi caso, son muy diferentes las lagunas, sombras y dudas que me ha dejado este décimo aniversario sobre aspectos que han quedado poco, mal o nada enfocados. A lo largo de toda la jornada de conmemoración (y no de “celebración”, que dijo ayer Rajoy) he echado de menos una mayor implicación de toda la sociedad a la hora de dar respuesta a muchas otras preguntas:¿En qué situación están las víctimas (guadalajareñas y del resto del Corredor) diez años después de los atentados? ¿Es cierto, como señalan las asociaciones, que se han agravado las secuelas de los supervivientes y familiares de los fallecidos? ¿Qué piensan las víctimas, no ya de lo que vieron aquel día en los trenes (relatado hasta la saciedad), sino del juicio, de la lucha antiterrorista, de la vida? ¿Se han dado suficientes indemnizaciones y en situaciones óptimas? ¿Se ha tratado igual a las víctimas del 11-M que al resto de víctimas del terrorismo? ¿Es cierto que hay firmas comerciales como Bankia y La Caixa que se han beneficiado del dinero de las indemnizaciones entre sus conocidas estafas de las preferentes?
Y como colectivo, ¿hemos aprendido alguna lección? ¿Nos parecen justas las condenas? ¿Es normal que algunos de los involucrados estén saliendo ya de prisión? ¿Qué ocurrió exactamente en el piso de Leganés? ¿Nos ha servido la experiencia del dolor, tan próxima, para entender también el dolor que hemos provocado en víctimas inocentes de otros ataques que sí tuvieron bendición española, por ejemplo los que respaldó el gobierno español en la guerra de Irak de 2003? ¿Cómo ha cambiado la relación entre la comunidad islámica y los españolitos viejos a raíz de este atentado? ¿Ha servido para conocernos mejor o para añadir desconfianza? ¿Qué sentimientos tienen diez años después los integrantes de esta comunidad en España? ¿Se ha radicalizado el Islam? ¿Se siguen reclutando soldados de Alá en Ceuta y Melilla? ¿Qué significa que estemos hoy en día en «alto riesgo» de atentado islamista? ¿Por qué nunca salen en los reportajes los familiares o heridos musulmanes, que los hubo? ¿Qué significa el terrorismo para esa nueva generación de chavales que hoy tiene entre 15 y 20 años y que vivió de forma prácticamente indirecta aquellos hechos? ¿Qué relato de los hechos se les está legando del mayor atentado de la historia de nuestro país? ¿Por qué el funeral de Estado no integró también una ceremonia musulmana, en un gesto que habría dicho mucho de la convivencia entre unas religiones y otras?
No digo que no haya que poner flores, que no consuelen todas las formas de duelo reeditadas una vez al año, pero sigo pensando que hay mucho de lo que se podría haber hablado y apenas se ha hablado. Merecería la pena evaluar, por ejemplo, si los tan elogiados gestos ‘espontáneos’ de solidaridad y de unidad de las horas siguientes al atentado fueron únicamente fruto de una situación de shock, preguntarse las causas por las que la unidad (imposible no recordar manifestaciones como la que hubo en Guadalajara el día 12) duraron tan poco, si en nuestro comportamiento diario seguimos defendiendo ese estandarte de Madrid-ciudad solidaria / España-país solidario a la hora de repartir cada día impuestos, acoger inmigrantes o conceder ayudas, tiempo libre, material… Pensar si el 11-M no fue, en definitiva, una excepcional excepción.
Hay un buen número de asignaturas pendientes con las que creo que este aniversario no ha cumplido. Las hay de índole práctica: ¿mantendríamos, si volviese a pasar, una convocatoria electoral en una situación de conmoción nacional similar? ¿Subestimamos ahora las amenazas de ataque islámico como las que hubo antes de los atentados de Atocha? Otras, de alcance casi filosófico: ¿Hemos aprendido de la forma en que la espiral de violencia genera más violencia? ¿Hemos puesto las bases para vivir en un mundo más seguro o más inseguro que hace diez años? Y otras, necesarias, muy necesarias: ¿Qué se puede hacer (aquí, entre nuestras fronteras, pero también fuera de ellas) para evitar que algo así vuelva a suceder? ¿tenemos capacidad de abortar el odio antes de que lo encarnen un grupo de tipos capaces de algo así?
No quiero decir con todo esto que no haya lugar para un recuerdo íntimo de los hechos y gestos poéticos, pero sí que el 11-M es, diez años después, mucho más que el recuerdo de una catástrofe, un episodio que merece una reflexión más amplia. Saldar el aniversario del 11-M diciendo que todos íbamos en esos trenes y despachar unos reportajes recordando lo que hacíamos ese día como estuviésemos celebrando el gol de Iniesta en el Mundial es demasiado poco para la dimensión de los acontecimientos. La memoria colectiva debería construirse sobre algo más que un mero aglomerado de anécdotas y recuerdos.
Estimado Rubén, te leo habitualmente y, en este caso, quiero añadir un comentario. Tengo la sensación de que el 11-M está rodeado de condicionamientos ideológicos pues por regla general los que dudan de la verdad oficial son gentes de la derecha y los que la aceptan son de la izquierda (supongo que debido a que los segundos fueron los beneficiarios del atentado) y se encuentran pocos que opinen libremente fuera de su ideología basal. Puedes imaginar que yo pretendo estar entre ellos, como lo pienso igualmente en tu caso. Por otra parte, veo que tienes la honestidad de reconocer que aún hay cabos sueltos y responsabilidades no aclaradas, situación por la que no se debe condenar a quienes también honestamente se preguntan “quién, por qué y para qué”, pues son cosas nada despreciables y que la sentencia judicial no aclara. Por otra parte, me parece injusta la etiqueta tan extendida de conspiranoicos = paranoicos de la conspiración, a quienes simplemente se hacen preguntas sin adelantar nunca una respuesta, es decir, los que lloran a las víctimas pero no cargan el muerto a nadie. Es mi opinión, con un cordial saludo.
Me gustaMe gusta
Estimado Paco,
En primer lugar, gracias por leer y comentar.
Sobre la etiqueta «conspiranoico», simplemente insistir en que, a mi juicio, no debería aplicase a quien tenga dudas, sino a quien las aproveche para mantener que ETA tuvo algo que ver en la autoría del 11-M, cuando diez años después nada apunta en esa dirección.
Creo también que si el PSOE (más que la izquierda en general) se benefició del atentado fue, en gran medida, por el empecinamiento del gobierno en vísperas de elecciones en mantener la versión de la autoría de ETA; supongo que muchos conocemos gente que votó a Zapatero, sin tenerlo previsto, por un sentimiento de indignación provocado por la suma de los atentados y la gestión de La Moncloa en las horas posteriores… En adelante, no sólo las versiones se dividieron por partidos, por así decir, también hubo quienes insistieron en esa línea y quienes la abandonaron dentro del PP, incluso periodistas como Zarzalejos o Luis del Olmo fueron muy críticos con las informaciones de El Mundo.
Diez años después, la llamada versión oficial cuenta con el aval de no uno sino más de una decena de jueces de la Audiencia Nacional y el Supremo y la «alternativa» está siendo matizada, cuando no abandonada, incluso por sus impulsores: léase a García-Abadillo el domingo en El Mundo o la respuesta de Pedro J. en la reciente entrevista con Jordi Évole.
Sobre las preguntas de «quién, por qué y para qué», lo más inmediato pasa por recordar que el terrorismo es un crimen con fines políticos (a diferencia de la mafia o de otras bandas organizadas) y que a menudo tiene efectos secundarios o indirectos. Un ejemplo: no podeos concluir que porque el atentado a Aznar le confiriese «carisma», según habría reconocido a Pedro J., ETA atentase contra él para que ganase las elecciones. Tampoco entiendo para qué hay que buscar una explicación más imaginativa a los atentados de Madrid que a los de Nueva York, Casablanca o Londres, más aún cuando Al Qaeda ha expresado públicamente sus amenazas a España antes y después de 2004 y con los que reivindicó los cuatro «benditos» ataques a los trenes. Por supuesto que buscaron el impacto en la antesala de las elecciones tras una legislatura muy marcada por la guerra de Irak. Pero también es verdad que el 11-M nofue el primer atentado islamista: ya hubo uno en 1985 en el restaurante El Descanso de Torrejón del que nadie habla y que, por supuesto, no se asocia con ETA… pues también.
Obviamente, esta también es una opinión personal: en mi ánimo sólo está aportar «un punto de vista».
Un abrazo,
Rubén
Me gustaMe gusta