
Protesta contra el fracking en Guadalajara, el 9 de noviembre de 2013. // Foto: Ecologistas en acción
Por Concha Balenzategui
Eso de inyectar a presión millones de litros de agua mezclados con productos químicos en el subsuelo no da, en principio, ninguna buena espina. Pero es muy osado formarse una opinión sobre lo que no se conoce, más aún siendo profano en cuestiones científicas. Vamos, que cuesta entender nuevas técnicas como el fracking, y es difícil para cualquiera pronunciarse a favor o en contra. Ahí es donde entran en juego los llamados expertos. Y en sus manos estamos.
Una de las primeras personas con algo de criterio a la que oí hablar de la fractura hidráulica, esta vez con palabras tranquilizadoras sobre su llegada a nuestra provincia, fue a Lucía Enjuto. La escuché con atención, primero, porque es alcaldesa de Mazarete, un pueblo muy cercano a los afectados por el proyecto Cronos, y creo que los que viven en una zona deben tener voz y voto en su futuro. En segundo lugar, porque es la diputada provincial de Desarrollo Rural y Medio Ambiente, y hay que dar por supuesto que ha sopesado el efecto que el fracking tendrá sobre lo segundo, el entorno, en una comarca en la que no es fácil lo primero, el desarrollo. Pero sobre todo, la escuché con atención porque Enjunto es geóloga, argumento de mucho peso. Ella explicó en su día que lo que se otorgaba al proyecto Cronos en las parameras molinesas era un “permiso de investigación”; que solo se trataba de recoger datos sobre los materiales existentes en el subsuelo y sobre las características sísmicas del terreno. Evidentemente, saber no está de más.
Pero con el tiempo he oído muchas voces que se oponen a la fractura hidráulica, voces que me han hecho pensar. Las de miembros de la plataforma contraria a la prospección, las de los ecologistas, y las que se han pronunciado en algunos actos informativos. En ellos, algunos expertos en la materia han advertido de importantes riesgos. Uno de estos expertos es Antonio Lucena, ingeniero de Minas y autor de, entre otros libros, Agrietando el futuro. La amenaza de la fractura hidráulica en la era del cambio climático.
Otro experto que esta semana se ha prodigado en los medios de comunicación es Manuel Peinado, catedrático de Medio Ambiente de la Universidad de Alcalá, y autor del libro El fracking, ¡vaya timo! Le escuché en una entrevista en Ser Guadalajara donde expuso de manera didáctica un proceso muy complejo. Vamos, que incluso entendí -gracias a sus comparaciones y metáforas- que “el invento” consiste en inyectar el equivalente a 72 piscinas olímpicas de agua y químicos en cada plataforma. Y no habló de riesgos, sino directamente de que la práctica provoca movimientos sísmicos con una fuerza superior al terremoto de Lorca de 2011. Otro de los efectos son los residuos que quedan en el subsuelo, ya de por sí bastante degradado y empobrecido.
Los argumentos de tipo ecológico son estremecedores, y Peinado no dudaba en citar casos como el “Castor”, del que esta semana ha habido noticias preocupantes sobre su influencia en los terremotos de Castellón. Pero hay una parte más sorprendente de las tesis de Peinado, que por cierto fue alcalde socialista de Alcalá. Y es el móvil económico del asunto.
Todos podemos entender, hasta cierto punto, que haya personas dispuestas a correr determinados riesgos medioambientales para conseguir una fuente de energía ante el agotamiento del petróleo, o para atraer inversiones a una zona determinada, o para lograr puestos de trabajo. Beneficios económicos, en cualquier caso. Pero lo que viene a decir este biólogo es que estamos ante una tremenda mentira, que el fracking no es sino un timo, como dice su libro. Asegura el autor que la práctica no es productiva, que la extracción de gas está generando unos beneficios irrisorios frente al auténtico negocio que se esconde detrás. Y según él, el verdadero interés de estas empresas es alimentar la fiebre de la perforación, porque se traduce en una revalorización ficticia de los terrenos.
Peinado denuncia que los miles de pozos abiertos en Estados Unidos suponen un movimiento de permisos sobre las parcelas, apoyado sobre una quimera, que infla una burbuja que estallará antes o después. Otro de los intereses que según este experto alientan las promesas de encontrar el nuevo oro en el subsuelo está en “colocar” en Europa la chatarra en que se convertirá la maquinaria que ahora se está empleando para perforar miles de pozos en Estados Unidos, y que va quedando anticuada.
No soy dada a comprar argumentos agoreros a cualquier precio, pero las palabras de este hombre, al menos, dan que pensar. Porque en su discurso las piezas encajan de forma precisa, como lo hacen las explicaciones que parten de las hipotecas subprime y que hemos oído lamentablemente una vez estallada la burbuja inmobiliaria.
Con la cabeza llena de dudas, no puedo por menos que recordar a aquella gran mayoría de una provincia que se opuso al cementerio nuclear. Algunos estaban en contra desde hacía años, por ser abiertamente contrarios a la energía nuclear y por ende a sus residuos. Otros, porque entendían que Guadalajara ya había pagado suficiente cuota al resto de España albergando dos centrales nucleares, residuos de modo temporal, y un trasvase. Estos últimos a veces no se oponían a la instalación en sí, pero pedían que no se pusiera en Guadalajara. Probablemente la clave del éxito de aquella lucha fue que la plataforma se centró en buscar los puntos comunes, dejando a un lado las pequeñas o medianas diferencias.
Uno de los argumentos de consenso, conectando las dos posiciones descritas, era el que formulaba que no era ese el modelo de desarrollo que queremos para nuestra provincia, porque chocaba con otras posibilidades (miel, turismo, agricultura…) de crecimiento económico. Y a él se unieron los empresarios y los sindicatos, partidos de izquierda y de derecha, los agricultores de la APAG, y por supuesto, miles de ciudadanos.
Pues esta misma idea bien podría aplicarse a la fractura hidráulica: Esta práctica no parece ni de lejos el modelo de desarrollo más adecuado para esta tierra. Para una zona, sin ir más lejos, cuya riqueza geológica ha sido reconocida hace cuatro días con la concesión de un “geoparque”. Este sí que es un modelo de desarrollo sostenible y respetuoso. ¿Qué tal si nos dejamos de inventos y vamos andando por ese camino, en lugar de horadar la tierra persiguiendo promesas cargadas interrogantes y productos químicos?