
Publicidad del Eje Cultural, que se mantenía tras la orden de retirada por parte de la Junta Electoral. Foto: PSOE Guadalajara
Por Concha Balenzategui
Me equivoqué. Hace un par de semanas dije, en este mismo blog, que creía que la denuncia del PSOE a la propaganda que el Ayuntamiento ha hecho sobre el Eje Cultural no iba a tener ninguna reacción por parte de la Junta Electoral. Y sin embargo, este organismo ha decretado que el Consistorio debía retirar toda la publicidad, porque vulnera la prohibición de este tipo de información durante el periodo aún preelectoral.
Ya había un precedente, cuando la Junta Electoral obligó en 2011 a nuestro alcalde, Antonio Román, a retirar una exposición de la plaza del Jardinillo con fotografías que en su mayoría daban cuentas de las obras realizadas durante la legislatura. Sin embargo, yo recordaba algunas denuncias anteriores que cayeron en saco roto.
La resolución actual de la Junta Electoral se concreta en la retirada de las banderolas, a todas luces innecesarias, que el Ayuntamiento había hecho colgar, o la publicidad en los medios de comunicación, que ha desaparecido. Me temo que en poco se reducirá el gasto, puesto que otras acciones de la misma campaña, como el folleto que llegó a todos los buzones, o el vídeo promocional que se grabó, no tienen ya marcha atrás.
Estas últimas resoluciones, al menos para mí, son la prueba palpalble de que la LOREG, la nueva Ley Electoral que entró en vigor en 2011, es bastante más estricta que la anterior, con la que se producían algunos desmanes de forma impune. Sospechosos abusos del voto por correo, o decenas de empadronamientos fugaces en casa de algún alcalde, daban chicha a la campaña, pero nunca tenían consecuencias.
A pesar de los efectos limitados del último caso, al menos viene a ser un tirón de orejas para el alcalde. Porque Román se había preguntado en voz alta si es que no podía informar a los vecinos, cuando esos vecinos, que no se chupan el dedo, ya estaban suficientemente informados. Quien más y quien menos había padecido las obras del «Eje Cultural», y estaba deseando ver su resultado.
Pero además, el asunto debería hacer reflexionar a los políticos sobre lo que es válido y lo que no en este periodo. Y no me refiero a los artículos de la Ley, sino a que dejen de tratarnos como a niños de teta cuando llegan las campañas, y piensen que nos vamos a tragar unas y otras promesas, unas y otras lecturas sobre la realidad, sin un mínimo criterio.
Recuerdo la campaña electoral de las Municipales y Autonómicas de 2011 como una auténtica locura de actos y contra actos, en una carrera desenfrenada por Fuensalida, con Barreda y Cospedal día sí y día también visitando una Guadalajara, donde no se habían prodigado durante la legislatura anterior. Y recuerdo especialmente esa semana anterior a la fecha en que se hacía efectiva la prohibición de determinadas convocatorias. La agenda se convirtió en un caos imposible de visitas a obras, presentaciones de proyectos e inauguraciones que no podrían hacerse después.
Insisto. Como si fuéramos bobos, tontos de baba, y no tuviéramos ya una idea de si la gestión de un alcalde o de un presidente de comunidad autónoma hubiera sido en general buena o mala para nuestras calles y plazas, nuestro barrio, nuestras consultas médicas o el colegio de nuestros hijos. Como si de repente aterrizáramos en un platillo volante desde otro planeta, y tuviéramos que juzgar las luces y sombras de sus gobernantes por los focos que durante 15 días se empeñan en encender, pagando nosotros la factura.
Se producen en estos días muchos hechos que rozan el esperpento, cuando no rebuscan la literalidad de la ley intentando disfrazar de «normal actividad» lo que es puramente electoral, traspasando una y otra vez la delgada línea que separa la institución del partido. Así, se presenta un proyecto como una piscina municipal en un acto de partido, asegurando que los mapas los ha costeado el PP. O el político se hace rodear y asistir por una corte de periodistas que están contratados para informar de la acción de una institución, no para aupar candidatos o ayudar a mantenerlos en el poder. Repito, como si las tragaderas ciudadanas fueran inmensas.
Se quejaba Román, tras conocer la denuncia y antes de saber la decisión de la Junta Electoral, de que estos miramientos del PSOE le impedirían dar ruedas de prensa para informar a los vecinos. No ha dudado sin embargo en presentar las nuevas papeleras para perros, el enésimo invento en este terreno. ¿Recuerdan los váteres que se mantienen en algunos parques, o los dispensadores de bolsitas de tiempos pasados?
De otro lado, la portavoz socialista, Magdalena Valerio, se quejaba de que Román no hubiera convocado a la prensa para presentar el plan de empleo. Pero estoy convencida de que si lo hubiera hecho, le hubiera llamado electoralista. En fin, el perro del hortelano y la gata flora.
A cualquiera con dos dedos de frente no se le escapa que, por encima de folletos buzoneados o micrófonos invitados a los actos, por encima de las croquetas que se daban a los vecinos en otros tiempos para inaugurar una plaza remodelada, están otras cuestiones más sangrantes. Como la financiación de los partidos políticos, los sobres y las donaciones interesadas de fundaciones o empresas a la caja B. Eso sí que es serio, y no los actos más o menos chapuceros para eludir la Loreg.
¿A quién engaña una primera piedra cuando se intuye que pasarán años hasta que se coloque la segunda? Ya a muy pocos. Esta semana hemos visto, curiosamente, el acto contrario: el de la recuperación de un sillar simbólico en el palacio que alberga la Diputación. La historia me ha parecido preciosa: Un ciudadano anónimo manda una carta a la presidenta y le envía un libro sobre la construcción del Palacio Provincial, que la institución no poseía. En el ejemplar se decía cuál era la primera piedra, y que en ella se había ocultado la consabida caja de plomo. Puedo imaginar la emoción de archiveros, arquitectos, historiadores y cualquiera cercano a esta institución, al saber, tanto del libro, como del emblemático sillar.
La apertura de la caja se hizo con solemnidad y en público, haciéndola coincidir con la clausura de los actos del Bicentenario de la Diputación. Qué mejor colofón. En el interior estaba lo típico en estos casos: unas monedas de la época y el Diario Oficial de la Provincia, donde se hablaba de la construcción de un nuevo edificio para la institución.
Menos mal que ya no se ponen primeras piedras. No pude evitar pensar al ver el vídeo del acto en qué íbamos a colocar hoy en día en el interior de la urna del tiempo. ¿Un ejemplar de «Guadanews» y otro de «La Calle», ante la falta de periódicos decentes? ¿Qué pensarían las generaciones que los encontraran a la vuelta de los siglos? Pues eso, que esos lectores, o sea sus ancestros, éramos tontos de baba. ¿O no?