Por Rubén Madrid
La política de puertas cerradas que mantiene el Gobierno regional en Guadalajara ha dado con un cerrojazo en pleno corazón de la ciudad: el Palacio del Infantado. Tal vez estén al tanto: desde el jueves hay que pagar por entrar incluso al Patio de los Leones (y no sólo a las exposiciones del Museo Provincial alojadas en el emblemático monumento, como venía sucediendo). Esa es la norma, que tiene algunas excepciones explicadas en el artículo publicado el viernes por Elena Clemente en Cultura EnGuada, donde se da cuenta de cómo queda el asunto y de la enorme ola de indignación que ha levantado. A mi juicio, nada desproporcionada y bien fundamentada.
Por lo pronto, hay una dimensión simbólica en la noticia que me resulta destacable, aunque haya sido la menos señalada en las reacciones. Cerrar las puertas del Infantado a la ciudadanía en los tiempos que corren, cuando el patrimonio arquitectónico mantenido con el esfuerzo de todos se había abierto felizmente al disfrute del conjunto de la ciudadanía, resulta un portazo en las narices de la ciudadanía y un erróneo paso atrás. De la democratización del patrimonio a su feudalización, con la moneda adoptando ahora el papel que en otros tiempos tuvo, por ejemplo, el linaje. El acceso libre a este rincón de nuestro callejero, sin duda uno de los más bellos de la ciudad, en el que tantos hemos crecido llevando y trayendo libros y apuntes de estudio, con el que tantos otros enmarcan la felicidad de su boda, ahonda en la triste tendencia hacia la mercantilización de los espacios públicos.
Están, luego, todas las implicaciones que saltan a escena. Son muchas y de carácter negativo. Resulta pobre el único argumento se ha esgrimido a favor de la medida: “es que en otros sitios también lo hacen”. Y es cierto: el pasado fin de semana visité el Real Sitio de La Granja en Segovia y me cobraron nueve euros (¡nueve!) por el acceso al palacio y los jardines con sus fuentes. La Iglesia Católica viene sangrando a casi todos los turistas allá donde vamos. Y el pago por ver monumentos está casi generalizado.
Contrasentidos. Se puede entender que el Infantado cobre un precio simbólico, especialmente por entrar a la exposición Tránsitos y a ver los frescos de Rómulo Cincinato. Se puede entender que se cobre al turista (no tanto al vecino) una entrada que dé derecho a las visitas del Infantado y a otras de la ciudad, en un paquete que incluya disfrutar de los principales puntos de interés en su recorrido por la ciudad. No se puede entender, en cambio, que los niños tengan que pagar, creando un obstáculo más –quienes tenemos niños lo sabemos– al desembarco de turistas, en vez de facilitarlo con la entrada gratis de los pequeños al monumento.
No se puede entender, tampoco, que el cobro de entrada haya supuesto el cierre literal de la puerta principal, destruyendo el mejor escaparate que tiene el Infantado para entrar a verlo: la vista de la preciosa estampa del zaguán en un primer plano y las columnas del Patio de los Leones al fondo. Y tampoco se entiende, por no decir que está pensado con las posaderas, que se exija a los guías turísticos que tengan que avisar con quince días de antelación que habrá una visita guiada, cuando cualquiera sabe que un mecanismo con más reflejos favorecería la llegada de turistas a la ciudad.
La pregunta clave aquí es: ¿favorece la medida adoptada por la Junta el turismo en la ciudad? Y la respuesta, si tienen alguna duda, la tienen las autoridades en su mano si preguntan a quienes deben: a los guías, a los hosteleros, a la responsable de la tienda (su historia es un drama que justificaría por sí mismo que recapaciten)… y a Fernando Aguado, el director del Museo, que viene luchando contra viento y marea por este espacio, a menudo sin apoyos.
Guadalajara no tiene mar ni catedral, pero tiene el Infantado. Grandísimo monumento, pero escaso testimonio de cuanto pudimos conservar y no conservamos. Si pretendemos fomentar el turismo en la ciudad, en unos tiempos en los que cada vez más gente se mueve en el turismo de interior, cultural y alternativo al sol y playa, hay que tomar al Infantado como un medio para relanzar el sector y no como un fin en sí mismo.
No habrá más visitantes al Infantado si se cobran tres euros. Tampoco habrá más visitantes al Museo Provincial. Ni habrá mas viajeros en el resto de monumentos, más comensales en los restaurantes ni más camas ocupadas en los hoteles. La medida, desde el punto de vista turístico, no suma. La explicación, si la hay, está en otro lado. Y tampoco la recaudación, que a buen seguro será ridícula en comparación con las cifras que mueve cualquier administración, puede justificar este cerrojazo.
La decisión, adoptada desde Toledo sin contar con los agentes involucrados y afectados, que ahora han saltado como resortes porque les va el pan en ello, vuelve a errar en el fondo y en las formas.
Las formas. Bastante paciencia está demostrando el alcalde, Antonio Román, con los suyos en la Junta: no quiero imaginar la intensidad de las intervenciones públicas del regidor si hubiese sido Barreda, al que hace cuatro años acusaba de “incumplimientos”, el último responsable de los parones en las obras del hospital y del campus y de los cierres del Teatro Moderno y del Infantado. El regidor, que debe estar ya harto de dar la cara para explicar las incongruencias de su señora en Toledo, se ha limitado esta vez a señalar que la decisión la ha tomado otra administración y que apostaría por un precio simbólico. La lectura es obvia: tampoco él puede defender lo indefendible.
Sólo se me ocurre un argumento retorcido para entender esta decisión de la Consejería, más allá de la histriónica gestión que viene comandando Marial Marín: acostumbrarnos a que el Infantado sea un lugar por norma cerrado, en el que sólo se hará turismo pagando y cuya principal misión pasará por recaudar, no ahora –en que la medida resulta incluso contraproducente– sino en el hipotético caso de que prospere la candidatura como monumento Patrimonio de la Humanidad, que el Ayuntamiento viene impulsando con un secretismo incomprensible. Si no está aquí la razón, con vistas seguramente a una futura privatización de la gestión de las visitas, que lo expliquen ya.
Y aquí vuelve a ser absolutamente imperdonable que se haya adoptado una medida tan impopular sin que la Junta lo haya explicado ante la ciudadanía, lo que sí o sí se debe hacer convocando a los medios de comunicación, a los que subvenciona contratando publicidad y a los que no. El hombre que siempre sabe demasiado poco y su Delegación fantasma organizan una comparecencia los viernes para decir poco o nada, porque cuando de veras hay asuntos de interés, José Luis Condado baja el tono hasta apagarse. Que no se extrañe, con el antecedente del Teatro Moderno y de los centros de interpretación, y ahora también con este cerrojazo en la puerta principal del Infantado, que más de uno siga confundiendo su nombre con el de ‘Candado’.
Cien artículos. Si no me fallan las cuentas, este que leen es el artículo número cien que escribo en El Hexágono, desde que abrimos este experimento de periodismo coral e independiente hace ya casi dos años. Hace unos días me decía un alcarreño al que admiro por su trabajo que había repasado algunos de mis últimos artículos y que el panorama que dibujaba de la realidad alcarreña resultaba desolador, que por más que quisiera no encontraba –dijo textualmente– “las margaritas”. He repasado por encima estos cien artículos y hay de todo, muchas propuestas en positivo (sobre todo en materia de cultura o de dinamización del centro de la ciudad) y sí, un áspero reflejo del panorama de desastre social que estamos padeciendo, el peor que muchos hemos conocido en nuestras cortas vidas.
El periodismo debe ser un reflejo de la calle si no quiere ser propaganda, por mucho que esté maquetada a cinco columnas. No lo digo yo, lo dicen los más elementales manuales del gremio. Y yo no veo ni mis preocupaciones ni las de mis vecinos, mi familia y mis colegas en los papeles que nos llegan al buzón disfrazados de periódico. Alguien debería empezar a devolver cada mes los ejemplares del boletín municipal que nos mandan a casa, en un claro gesto de que el periodismo útil se está haciendo en otros sitios, incluso sin merecer un céntimo de financiación pública. Creo que este blog, con todas sus limitaciones, intenta dar una visión comprometida y audaz de lo que ocurre ahí fuera, pero sobre todo pegada a la calle. Y sospecho que no es culpa nuestra que cada vez queden menos margaritas. Esta semana nos las han arrancado de la puerta grande del Infantado.
Si la Guadalajara Turística es un fraude para muchos forasteros que no encuentran la belleza de Cuenca o Toledo (por citar otras dos ciudades de «la región»), con esos 3 euros desde luego ya es la puntilla, creo que tus palabras son acertadas. Yo sólo contarte mi ounto de vista, cuando venga visita de fuera de mi ciudad, dónde puedo llevarlos, el tener el Palacio del Infantado era un gran aliado pero ahora no podré contar con él, me niego a usar la tabla del 3 para disfrutar de algo que nos pertenece (somos 6, pues 6 por 3…).
Ya me dolió cuando sacaron la biblioteca de allí, ahora, quién alimentará con sus miradas a los leones? Ah, que dice el alcalde que mejor compremos la comida.
J. Solanas
P.D. y sí, coincido también contigo en lo siguiente: a ver cómo diantres cuenta Guadanews esta torpe asnada alejandose cada vez más de una realidad que quieren ocultar con margaritas de plástico
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Para cobrar 3 euros por entrar primero deberían dotar al palacio de algo más que Tránsitos y la exposición temporal correspondiente. Hacer del palacio un referente museístico en todo él. Volver a montar el Museo de Etnología, que debe estar cogiendo polvo en algún rincón. Llevar allí piezas del Museo de Guadalajara… Crear una evolución, una explicación de lo que los Mendoza significaron para España y para Guadalajara. Hacer algo para que el turista que pague religiosamente los tres euros no salga de allí echando pestes del robo y no vuelva ni recomiende pasar un día en Guadalajara a nadie.
Si ya de por sí costaba traer a gente a la ciudad, desde luego esta no es la medida más acertada para ayudar.
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Guadalajara no puede ser un fraude turístico si el que viene sabe lo que hay, otra cosa es que ni los propios guadalajareños lo sepamos y no nos veamos capaces de explicarlo. La medida del infantado, absurda, un sinsentido, pero no hay que irse a Toledo, el cobro por acceder al castillo de Torija, que no es, ahora mismo, otra cosa que un escaparate de todo lo que ofrece la provincia y que, por tanto, no solo no se debería cobrar por acceder, sino que se debería facilitar al máximo su acceso, no viene de Tierra de Bolos, sino de la Plaza de Moreno.
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