
El alcalde de Guadalajara, en una visita a la factoría de Caobar en la que trasladó las quejas vecinales // Foto: J.Ropero
Por Óscar Cuevas
«Entrar a la fábrica era traspasar una nube de polvo. Nadie nos dio nunca ni una careta. Comíamos sobre polvo y nos lo llevábamos pegado a la piel o la ropa». «El ambiente era parecido al de las discotecas cuando echan ese humillo blanco. Si ibas a sentarte a comer el bocadillo, tenías que quitar antes el polvo de la mesa con la mano». «Los que trabajaban en las mezcladoras, murieron todos, de enfermedad pulmonar. Aquello no era más que tragar polvo a barullo»… Estos testimonios que les reproduzco son sólo algunos de los muchos que conseguí hace ahora 10 años, en un reportaje que publiqué en la desaparecida revista «El Decano» y que contaba la trágica historia de una fábrica arriacense, conocida popularmente como «la Pizarrita». Hablaban sus antiguos trabajadores, que daban cuenta de unas espantosas condiciones laborales.

Fibrocementos Castilla operó en Guadalajara entre 1931 y 1981 y envenenó a cientos de operarios. En la imagen, una acción de la factoría
La Pizarrita operó en Guadalajara durante medio siglo (1931-1981) y se dedicaba a fabricar un material que era mezcla de cemento y amianto, el fibrocemento. Aquella factoría -«Fibrocementos Castilla SA» era su verdadero nombre- dio trabajo a centenares de guadalajareños durante décadas. Pero, al tiempo, envenenó a buena parte de ellos (la mayoría), hasta llevarlos a lo largo de los años a la tumba de forma prematura, aquejados de enfermedades directamente relacionadas con su exposición al polvo de amianto: asbestosis, fibrosis pulmonar, cánceres de pleura, cánceres de pulmón…
Esta historia que ahora les rescato de la Pizarrita me ha venido mucho a la memoria en los últimos meses, al leer la excelente información que a lo largo del último año ha ido sirviendo en exclusiva el digital «Guadalajara Diario» (con el desinterés casi generalizado del resto de medios, dicho sea de paso) sobre la situación que atraviesa otra factoría de la capital: Caobar, instalada en Taracena desde comienzos de los 60, y dedicada a la transformación de caolín y polvo de sílice. En este caso no se trata de amianto, claro, y las enfermedades derivadas parece que no son tan mortales como los carcinomas. Pero sí son serias. Mucho. Tanto como la silicosis, una dolencia que a fecha de hoy afecta al menos a 8 casos confirmados (y eso, sólo entre trabajadores actuales).
La historia de Caobar (Caolines y Sílices Guadalajara) es la conjunción de unos condicionantes que han ido convirtiendo lo que era una situación establecida, y digamos que tolerada, en algo insostenible. Porque Caobar SA, desde su llegada, fue fuente de riqueza. La empresa contrataba a decenas de vecinos de la pedanía, pagaba puntualmente las nóminas, e incluso ayudaba a sufragar actos sociales, festivos y culturales que convertían su molesta presencia en algo más llevadero.
Pero algo ha cambiado en los últimos años. Según el antes pueblo y hoy barrio anexionado fue creciendo, las casas se acercaron a las instalaciones, y las molestias fueron superando a las ventajas. Para colmo, la crisis de la construcción redujo el número de contrataciones, empezaron los despidos, y el silencioso idilio con la vecindad amainó para dar voz y paso a quienes poco ganaban y mucho perdían con las actividades insalubres del caolín. Y empezaron las quejas, las denuncias, los informes…

Vista de los alrededores de Caobar con foto satélite, que evidencia la expansión del polvo blanco // Foto: Google Earth
Porque el hecho de que Caobar envenena el aire que le rodea, y que su presencia es peligrosa para la salud, no es algo que se haya sabido ayer. Hace ya al menos 6 años que una firma de medición especializada -Ambisalud- demostró empíricamente que el aire que se respira en Taracena tiene más polvo en suspensión del legalmente aceptable. El informe (realizado por encargo de un promotor inmobiliario que tuvo la prevención de medir antes de enladrillar) demostró que la concentración de partículas de polvo superaba los límites legales en todo Taracena; pero especialmente en la zona más cercana a la factoría, donde se multiplicaban por 10 y hasta casi por 20 los niveles establecidos. Para los interesados, cabe decir que estos datos también se publicaron en «El Decano», en un reportaje de nuestra compañera Concha Balenzategui aparecido en julio de 2009.
Pero la situación se ha agravado. Ya en septiembre de 2013 los vecinos de Taracena alertaron de la existencia de los primeros casos de silicosis. Y es ahora, un año después, cuando (según nos cuenta «Guadalajara Diario») se empiezan a adoptar las primeras sanciones hacia la factoría, por incumplir de modo flagrante las condiciones mínimas de salubridad en el trabajo.
Ojo al dato, que decía García, porque la situación no es ni mucho menos una broma. La Inspección Provincial de Trabajo ha propuesto una sanción de casi 100.000 euros por hasta 4 infracciones graves en materia de seguridad y salud laboral, junto a decenas de infracciones leves. Se han confirmado 8 casos de silicosis entre los trabajadores, y hay sospechas de algún afectado más.
Y es que da la sensación de que Caobar ha campado por sus respetos durante medio siglo, haciendo y deshaciendo a su antojo, y pensando que las cuatro perras que ponía para una vaquilla mantendrían al personal callado toda la vida. Pero esto es ya insostenible. Y es intolerable que, según desvela también el digital, en todo este tiempo la empresa nunca haya tenido la mínima vergüenza de medir la exposición de sus trabajadores al polvo de caolín y sílice a través de un servicio de prevención externo. Eso es lo que les importaban sus operarios.
Otras de las cosas que ha quedado acreditada es la lentitud desesperante de las autoridades políticas y la Administración a la hora de solucionar problemas. Insisto en el hecho de que al menos desde 2008 se sabe con mediciones demostradas que Caobar contamina el aire de modo ilegal y peligroso. Pero hasta ahora no se ha hecho nada efectivo. ¿Sabían ustedes que ya en tiempos del alcalde Irízar se mantuvieron los primeros contactos para trasladar la factoría a otro emplazamiento? ¿Sabían que el alcalde Bris prometió a los vecinos de Taracena lo mismo? ¿Sabían que en plena campaña electoral de las Municipales de 2007 Antonio Román acudió al barrio anexionado y prometió entablar una negociación con la empresa para su traslado? Si no sabían lo anterior, lo que sí saben ahora es que su capacidad de solucionar el problema se reduce a cero. Y que alguna visita puntual no ha servido más que para hacerse fotos como la que abre este mismo artículo.
Vivir con montañas de caolín a la puerta de casa es tremendamente molesto, porque el blanco polvo se cuela por las rendijas más inverosímiles, llena repisas de ventanas, patios, ropa tendida, entradas de casas, carrocerías de coches, bordillos y calzadas. Vivir muy cerca, o trabajar dentro de una fábrica así, supone además comprar muchos boletos en la lotería de la enfermedad crónica. Es por tanto hora de tomar cartas en el asunto y definitivamente solventar un problema de medio siglo que se ha enquistado en los bronquios de Taracena. De entrada, obligando a la empresa a meter sus montañas blancas en almacenes cerrados, que es lo que piden los vecinos. No parece tanto, la verdad.