
Mucho de lo que somos se lo debemos a nuestros maestros.//Foto: http://www.castillalamancha.es
Por Ana María Ruiz
La comunidad educativa celebró ayer viernes el Día de la Enseñanza, una jornada no lectiva con la que se pretende poner en valor la figura de los docentes como piezas fundamentales de la sociedad. En esta ocasión, el Gobierno regional escogió Guadalajara como sede del acto institucional en el que maestros y profesores, alumnos, centros y programas de todas las provincias de Castilla-La Mancha reciben anualmente un reconocimiento público por su labor. El escenario fue el Centro Municipal Integrado de la capital, a cuyas puertas se concentraron numerosos efectivos policiales -demasiados diría yo- dispuestos a proteger a Nuestra Señora de los Recortes de las hordas de “rojos de la pública” y sindicalistas que se suponía iban a recibirla a su entrada al acto para transmitirle el enorme descontento que existe entre el profesorado ante las políticas que ha llevado y lleva a cabo el Partido Popular en materia educativa. Sin embargo, en esta ocasión logró irse de rositas, ya que apenas fue abucheada por un centenar de personas, entre ellas los Bomberos, que protestaban por otro motivo bien distinto.
Esta pantomima de acto institucional-electoral indigna especialmente al escuchar el discurso de Dolores Cospedal, desgañitándose en el escenario en su compromiso, defensa y apoyo a los profesionales de la docencia, mientras en su despacho, “en diferido”, autoriza un recorte tras otro en la Consejería de Educación. No vale escudarse en el anuncio del incremento de casi el 2% del presupuesto educativo para Castilla-La Mancha en 2015, porque no olvidemos que desde que comenzó la legislatura la inversión en este capítulo ha descendido casi un 8%, pasando de los 1.562 millones de euros presupuestados en 2012 a los 1.443 en 2015. Es decir, 119 millones de euros que se han volatilizado en cuatro años.
No está el sector educativo para muchas fiestas. Los docentes se enfrentan a diario a aulas masificadas en las que es misión imposible impartir clase, alumnos con necesidades especiales sin profesores de apoyo, desmotivación generalizada de un alumnado sin expectativas de futuro, faltas de respeto, desprestigio de la labor docente, escasez de material, falta de recursos, aulas en mal estado, mobiliario e instalaciones obsoletas, y un largo etcétera de carencias que tratan de suplir con profesionalidad y una paciencia que se va agotando día tras día. Pero sobre todo suplen esas deficiencias con vocación. Porque esta es una de esas profesiones verdaderamente vocacionales en las que uno sabe que se va a meter en terreno pantanoso pero no por ello tira la toalla. “Enseñar es maravilloso”, me comentaba hace unos días un amigo profesor. “A pesar de todo”, apostillaba.