El reciclaje

Oficina de empleo de Guadalajara. // Foto: El Hexágono de Guadalajara

Oficina de empleo de Guadalajara. // Foto: El Hexágono de Guadalajara

Por Óscar Cuevas

A los compañeros

Quería yo acordarme en este Primero de Mayo de unos compañeros de fatigas que tuve meses atrás. Fue el pasado invierno, cuando completé uno de esos cursos de formación que el lenguaje políticamente correcto dice que son «de reciclaje para desempleados», y que ustedes y yo conocemos como los «cursos del paro».

Ay, los cursos del paro. Casi mejor llamarlos así, por su nombre común. Que eso del reciclaje no deja de tener connotaciones de residuo urbano y de contenedor de cosa vieja, que hasta de los eufemismos se harta uno.

Los cursos del paro son una cosa estupenda, desde su concepción misma, y tienen un poco de todo. Primero está el componente suerte. Suelen convocarse menos de los necesarios, y acceder a ellos es una especie de lotería en la que juegan factores varios, que comienzan en el «enterarse a tiempo», siguen con la fortuna de que se convoque alguno que -mínimamente- tenga relación con el oficio que ya sabe uno hacer, y finaliza con cuestiones nada baladíes, como que cuadre el horario con las cien responsabilidades que un parado asume (por aquello de que «ahora tiene tiempo», que no se imaginan la mentira que encierra). Pero sobre todo, está la suerte de que te elijan a ti, parado español, en esos procesos de selección en los que nunca sabe uno por dónde sopla el aire.

Cuando te apuntas a un curso del paro, suelen citarte para hacer una especie de examen o prueba inicial, en la que a veces te dejan fuera porque tus conocimientos harán imposible que aproveches el curso, y en la que a veces ocurre lo contrario: Que creen que, de eso, tú ya sabes demasiado, por lo que el curso no te aprovecharía. «Es que hay que hacer grupos más o menos homogéneos», dicen los encargados de realizar la selección.

Les decía que yo hice mi curso de «reciclaje» el pasado invierno, y estuve casi tres meses acudiendo cada mañana de 9 a 2 a aprender con un profesor muy majo y muy implicado este nuevo oficio que dicen que es gestionar con cierto talento la imagen pública de una empresa en las redes sociales, su posicionamiento en internet, y otras cosas del «social media».

Y tuvo muchos aspectos positivos, mi curso del paro. Aprendí bastantes cosas que desconocía, y descubrí que hay muchas más que debería conocer. Pero sobre todo, conocí a una quincena de personas con otras tantas historias personales de frustración y lucha por salir adelante, que me abrieron mucho la mente.

Quizá ustedes creen que en los cursos del paro se juntan profesionales fracasados y poco cualificados. Nada más falso. No hay cliché más mentiroso que el que dice que los trabajadores españoles no están suficientemente formados. No hay sentencia más injusta que la que dice que quien está en desempleo es porque no se ha aplicado lo que debería. Mis tres meses en aquel curso me confirmaron que el problema es precisamente el contrario. Que hay gente de muchísimo talento desperdiciada, desplazada por una crisis que azota a los jóvenes que buscan un primer empleo, sí, pero que trata muy cruelmente a los mayores de 40 años que lo tuvieron y lo perdieron.

En mi curso del paro coincidí, por ejemplo, con varios periodistas veteranos de Guadalajara, de esos a los que el terremoto mediático que comenzó hace cuatro años ha dejado en la cuneta, a pesar de que todos ellos tienen mucha más experiencia, conocimiento y talento que la media de la profesión, tan degradada además en nuestra provincia desde que comenzó el lodazal mediático impuesto a golpe de dinero público para mayor gloria de Cospedal y Román.

En aquel curso conocí también a mujeres maravillosas que sobrepasada la frontera de los 40, seguían luchando cada día por sacar a sus familias adelante. Gentes sensibles y dulces, formadas y talentosas, pacientes y luchadoras, aún  jóvenes y chispeantes. Así, les podría hablar de la increíble ilusión por aprender de una cantante de ópera profesional reciclada en experta de nuevas tecnologías; o de la creatividad de dos delineantes arrastradas por el crack inmobiliario, y ahora reconvertidas en artesanas que tratan de poner en el mercado sus productos, a través de internet.

Les podría hablar de expertas en márketing de larga trayectoria profesional, a las que la vida les debe una nueva oportunidad. O de jóvenes artistas que rondan los 25 años y desbordan creatividad y talento saliendo de sus manos, tras culminar sus estudios en la Escuela de Arte. Ahí estaban, buscando un hueco para abrir camino.

También les puedo hablar de tres o cuatro chavales formidables, altamente formados, universitarios capaces de arreglar ordenadores, programar aplicaciones para teléfonos inteligentes, o diseñar y fabricar componentes electrónicos para la industria, y que también andaban a la espera de una oportunidad.

Pero sobre todo, les podría hablar de la dignidad. Del coraje de unas personas que, cada mañana, en un curso del paro, en una de las academias concertadas por el Inem o el Sepecam, pondrán buena cara al mal tiempo, en el convencimiento de que cada día sale el sol, y que tras la tormenta llega la calma. Como decía Don Quijote, «no es un hombre más que otro si no hace más que otro», ya que todas las borrascas que nos suceden «son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca».

España no puede permitirse seguir tirando por el sumidero el talento de sus jóvenes, que hoy corren al extranjero en busca de una oportunidad aquí negada. Y no puede seguir marginando a trabajadores que sobrepasados los 40 años están precisamente en su momento de plenitud. Un país decente, en suma, no puede vender una recuperación que pasa porque quien regrese al mercado laboral lo haga con contratos de 500 o 600 euros al mes. Saben perfectamente que en apenas 7 años hemos pasado de que un mileurista fuera un trabajador precario, a que sea un privilegiado. Y aún hay quien considera que eso es ir «en la buena dirección».

En España ha durado mucho el mal, y ahora es tiempo de que se reciclen otros. Nosotros, los trabajadores, de momento, podríamos celebrar este viernes. Feliz Primero de Mayo.

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