Por Concha Balenzategui
Si hay una mentira que se repite en todas las elecciones es esa máxima de que en la noche electoral todos los partidos se dicen ganadores. Tan extendida como falsa. Yo he visto a muchos candidatos reconocer su derrota, o al menos analizar la cara amarga de unos resultados que no esperaban. En la madrugada del domingo, y a lo largo del día de ayer, hubo varias lecturas con sabor agridulce en los partidos, e incluso ejercicios de autocrítica, como el del propio presidente del PP y del Gobierno estatal, Mariano Rajoy.
En Guadalajara, el más duro en su análisis fue el actual alcalde, Antonio Román, que a pesar de ser el candidato más votado, llegó a culpabilizarse de todos los males que azotan al PP. Lo hacía junto a una presidenta del partido, Ana Guarinos, cuyos resultados dejan mucho que desear, a la que vimos sonriente y oímos pronunciar frases de satisfacción y autocomplacencia, rodeada por un coro de indisimuladas caras de desolación. Ni una lectura ni otra me parecen el análisis correcto de unos resultados que, estoy convencida, los populares no habían calculado.
Román ha pasado de 16 a 11 concejales y ha perdido la mayoría absoluta. Ha dilapidado el vasto colchón de ediles que parecía difícil de dinamitar, y ha perdido uno de cada tres apoyos de los que tenía hace cuatro años. Ha rebajado en 17 puntos el porcentaje de votos, ¡ahí es nada!
Pero no sería justo señalarle como único culpable de este desastre, como quiso hacernos ver la noche del domingo, al igual que tampoco sería justo atribuirle todo el mérito de los resultados de 2011. Probablemente el alcalde haya pecado de exceso de confianza y haya hecho cálculos equivocados de sus posibilidades. Seguramente eso se haya traducido en soberbia, demasiado evidente en la recta final de su mandato, cuando la campaña estaba demasiado cerca y los apoyos demasiado ajustados como para permitirse no dialogar con libreros, artesanos o bomberos, por citar tres ejemplos. Es evidente que Román ha pagado el desgaste de gobierno, un segundo cuatrienio de menos lucimiento, y una época de desánimo general en la ciudad. El mismo que ha propiciado los aires de cambio generales.
Pero además de un juicio a su gestión, lo que ha pesado en la debacle de Román es que en su lista también estaban, sin él pretenderlo, los Bárcenas de todos los casos de corrupción, los Montoros de todos los IVAS, las Fátimas Báñez de la reforma laboral y del abultado paro. Y Cospedal, sobre todo Cospedal. La Cospedal de todos los recortes. Ese sí que ha sido un error de cálculo del candidato popular, que ha permitido que la secretaria general del PP se le arrimara un día sí y otro también, en la campaña y precampaña, en su búsqueda del voto desesperado en pueblos que no ha pisado como presidenta y que ha querido visitar como candidata. Y para colmo, Mariano cerrando la campaña. ¡Qué inmensa equivocación!
Creo que el error que Román habría podido y no ha querido corregir ni siquiera en esta recta final, es la que la presidenta de la Junta se ha hecho protagonista de logros que no eran suyos, destapando placas de obras donde no había puesto un euro, como el Cuartel del Henares o el Museo Sobrino. El Ayuntamiento pudo aparecer como la institución que salvaba y reabría el Teatro Moderno que cerró la Junta, con tanto disgusto para la ciudadanía, pero prefirió convertirla en «la inauguradora». Y no se explica. Los apresurados anuncios del acuerdo del Campus y de retomar el Hospital tampoco han colado -perdón, cuajado- porque una declaración de intenciones y una capa de asfalto en un aparcamiento no cambian la percepción de lo que son proyectos paralizados durante cuatro años.
Daniel Jiménez, por su parte, no podía disimular en la gravedad de su rostro, que la noche terminaba mucho peor de lo que había empezado. El candidato socialista había visto la pérdida de la mayoría absoluta del PP de forma inequívoca desde los primeros votos escrutados hasta el final, y llegó a acariciar el bastón de mando durante un largo rato. Incluso hubo un momento, si bien apenas con el recuento del 9 por ciento de los votos, en que populares y socialistas aparecía empatados a concejales. Y sobre todo, que hasta el 99 por ciento del escrutinio se mantenía la mayoría de ediles para los partidos de izquierdas. Comprobar que luego se esfumaba esa posibilidad, con un concejal número once para el PP, el de Paco Úbeda, que por 45 votos devolvía la tranquilidad a la calle Constitución, frustraba su noche.
Sin obtener un gran resultado, Daniel Jiménez puede sentirse orgulloso de haber salvado los muebles. El candidato socialista ha mantenido los concejales que tenía, porque ha cedido poco más de un millar de votos al fuerte empuje de las candidaturas de la izquierda alternativa y de esa izquierda oportunista y tramposa enmascarada en un «falso Ganemos», que lo que ha terminado por hacer es un gran favor a la derecha de la capital. El tal Bielsa ha logrado al fin pasar a la posteridad.
Para abundar en las cifras, si la distancia entre las dos grandes fuerzas políticas era de casi 24 puntos hace cuatro años, les separaron el domingo menos de 9. Pero hablar de “los dos grandes partidos” se ha quedado ya fuera de lugar. El mal momento -que no fin, ya volverá- del bipartidismo se hace patente al saber que hace cuatro años concentraban el 84′ 6 por ciento de los votos de la capital, mientras ahora se han reducido al 65’5 por ciento. Y es evidente que a ese bajón, los que han contribuido son los partidos en ascenso, con los espectaculares resultados de Ahora Guadalajara y Ciudadanos, por este orden, que se convierten en decisivos; mayormente el PP, que todavía está buscando a quienes se han quedado en casa; pero apenas el PSOE.
El cambio es muy sustancial para el Ayuntamiento de la capital, como para alcaldías, diputaciones y autonomías de toda España, donde se han disputado el gran partido, pero aún queda la prórroga. Se abre el tiempo del cambio para nuestro Consistorio y para muchos otros de la provincia que sería muy largo de analizar aquí.
Y yo saludo al momento del pacto, a pesar de la mala prensa que tiene, convencida de que la mayoría absoluta, más que de estabilidad, es demasiadas veces sinónimo de rodillo. El diálogo es obligado y los partidos habrán de aprender que ese es el dictado de las urnas. Empezar el nuevo tiempo con una comparecencia sin preguntas, como hizo el PP en la noche electoral en su sede, es no haberlo entendido todavía. Tiempo tendrán.
La proximidad de las Elecciones Generales condicionará muchos movimientos en el tablero de juego; es evidente. Y los acuerdos no serán fáciles, como ya están anunciando las nuevas formaciones convertidas en llave. A algunos alcaldables se les va a ver sudar tinta para convencer no solo a ediles estratégicos, sino a asambleas enteras a las que se someterán estas decisiones. Pero tampoco será cómodo establecer alianzas con un partido sin una estructura ni una militancia potente en la provincia, sometido seguramente a ciertos caprichosos arbitrios.
Si el domingo fue la fiesta de la Democracia, ahora llega el tiempo de la verdadera política.
Algunas se han quedado en camisón..como en la foto.
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