Amores que matan

Una de las imágenes de condena a la violencia de género. // Foto: satjerez.com

Una de las imágenes de condena a la violencia de género. // Foto: satjerez.com

Por Marta Perruca

Tengo que admitir que me dieron casi las tres de la mañana delante del televisor. Terminó una de mis series favoritas y me quedé enganchada con un nuevo programa que se estrenaba ese día y empezaba justo después: “Amores que duelen” se llama y en él mujeres víctimas de violencia de género se arman de valor para contar su historia a las cámaras, a lo que se unen los testimonios de familiares y especialistas, como abogados y psicólogos. No se trata de simples episodios de maltrato sino de homicidios frustrados, historias atroces que dan muestra del valor que han tenido que echarse a la espalda estas mujeres para volver a enfrentarse a su historia. Y sin embargo, ellas son afortunadas porque a diferencia de muchas otras mujeres pueden contarla. Parece irónico decir esto ¿verdad? porque la suerte hubiera sido cruzarse con una persona que realmente las hubiera querido, valorado y respetado a lo largo de toda su vida y con la que pudieran haber construido una vida plena en común y sin embargo esas mujeres se enfrentaron a una cámara para relatar que la persona a la que un día creyeron amar por encima de todas las cosas, con la que quisieron compartir su vida, ha querido matarlas.

Pero son afortunadas porque a diferencia de muchas otras pueden contarlo, han aprendido de ello y ahora se muestran como mujeres completas, porque se han desprendido del enorme lastre que les impedía crecer.

Carolina no tuvo tanta suerte. Escapó de los  malos tratos de una relación anterior para acabar resguardándose en lo brazos del que terminaría siendo su asesino, en la localidad de Cifuentes. Hoy arranca el juicio contra el homicida confeso de esta mujer que ya no podrá contar su historia y aunque su destino trágico ha sobrecogido a toda la provincia por la atrocidad de los hechos, el fiscal sólo pide 15 años de cárcel para su ejecutor.

Sí, Carolina ya no puede contar su historia, pero los detalles más escabrosos de la misma han llegado hasta nosotros a través de los distintos medios de comunicación hasta rozar, en algún caso, lo obsceno. De hecho, todos recordamos la polémica en la que se vio envuelta “Castilla-La Mancha Televisión” por las imágenes de la picadora de carne con el titular “picador de carne humana para venta animal”, tras hallarse restos de sangre humana en la maquina de la carnicería del presunto asesino.

Dejando las malas prácticas periodísticas y el sensacionalismo a un lado, a veces pienso que los periodistas, en ocasiones, nos quedamos en la superficie y evitamos llegar al fondo de la cuestión. El caso de Carolina no es otro suceso más, sino el resultado de un problema social grave que ya ha costado la vida a 33 mujeres en toda España en lo que va de año, según datos del Ministerio de Sanidad, mientras miles son víctimas silenciosas o viven día a día bajo la amenaza por haber decidido tomar las riendas de su vida.

Lo importante no es si el carnicero de Cifuentes descuartizó el cuerpo de su pareja en 9 ó 12 trozos, ni siquiera si lo abandonó en un muladar para que se lo comieran los buitres o en una nave de su propiedad, si la despedazó con un cuchillo o utilizó una máquina de picar carne, o si el carnicero era un muchacho noble y trabajador y no se explica lo que pudo suceder. Lo realmente importante es que Carolina  y el niño que llevaba en sus entrañas están muertos y ya no podrán contar su historia y que eso representa un nuevo fracaso de toda la sociedad.

Delante del televisor, aquella noche en la que me sorprendió la madrugada, algo me atrapó de aquellos relatos. De alguna manera, trataba de encontrar una razón, un motivo que explicara por qué esos hombres llegaron a convertirse en los verdugos de esas mujeres a las que deberían amar y respetar por encima de todas las cosas. En ese programa encontré algunos testimonios que ponían de manifiesto determinadas circunstancias personales de hombres que se sentían inferiores, que no soportaban el éxito profesional de sus parejas o a los que les reconcomían los celos.

El camino para eliminar la violencia de género es la lucha por la igualdad. // Foto: 20minutos.es

El camino para eliminar la violencia de género es la lucha por la igualdad. // Foto: 20minutos.es

Una amiga, sin embargo me dio este argumento que explica bastante bien todos los motivos anteriores: El incremento de los episodios de violencia machista tiene una explicación en el empoderamiento de la mujer actual, que en los tiempos en los que vivimos alcanza sus cotas máximas de independencia hasta la fecha. Eso, unido a las nuevas regulaciones legales que facilitan cuestiones como los trámites de divorcio supone una pérdida de control del hombre sobre la mujer en una sociedad claramente patriarcal, en la que los derechos de las mujeres siempre han sido inferiores y en muchos casos, incluso, han estado supeditados a que el hombre diera su autorización. Hay que tener en cuenta que hasta hace dos días una mujer no podía viajar al extranjero o abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su marido, porque el matrimonio no se consideraba como una unión entre iguales, sino casi como un contrato de propiedad. La mujer pertenecía al hombre por derecho legal y divino  y no podía abandonarlo jamás. Ha sido la propia sociedad la que ha establecido unos absurdos roles de obediencia y sumisión tan arraigados que resulta muy difícil arrancarlos del subconsciente colectivo.

El hecho de que mujeres que han sido víctimas de violencia de género se atrevan a contar su historia es algo que puede servir a otras mujeres a identificar situaciones de maltrato, a desprenderse del velo del autoengaño y a enfrentarse a los desenlaces fatales que podría tener su historia si no toman cartas en el asunto y se deciden a buscar ayuda.

Sin embargo, la violencia de género no debe ser entendida sólo como un problema que afecta a la vida privada de algunas parejas. Creo que esta realidad tiene una dimensión mucho más grande, a la que no hay que dar la espalda. La violencia de género es un fracaso de toda la sociedad, un grave problema estructural que nos compete a todos y que en pleno siglo XXI todavía no hemos sido capaces de superar.

La violencia machista no afecta sólo a generaciones con una educación retrógrada o a clases sociales bajas procedentes de entornos desestructurados: la horquilla de edad de los maltratadores es muy amplia y su perfil no se encuentra estancado en una determinada clase social. Por lo tanto, este problema se debe atajar de manera urgente desde todos los frentes: desde la educación, desde la política, desde la justicia y el código penal, pero sobre todo, desde la propia sociedad, que debe condenar sin paliativos cualquier conducta machista.

Desde mi punto de vista y en la medida en que la sociedad ha estado secuestrando derechos fundamentales de las mujeres, que han sido víctimas de injusticias que aún hoy permanecen en vigor, la sociedad  entera tiene una deuda con la Mujer a la que no puede ni debe dar la espalda.

La sociedad tiene el deber de poner todos los medios de su parte para que no existan más fracasos en este sentido, para que las generaciones que vienen destierren prejuicios heredados y se eduquen en la igualdad y para que personas como Carolina puedan contar y seguir escribiendo su historia.

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