
Antonio Román, ayer, en la clausura de los talleres de empleo. // Foto: Ayuntamiento de Guadalajara. Jesús Ropero
Por Concha Balenzategui
A mediados del mes de febrero Antonio Román confirmaba a la prensa su intención de presentarse a las Elecciones Municipales, poniendo fin a meses de incertidumbre en los que el alcalde se dejaba querer, pero nunca daba por sentada su continuación en la política municipal. En aquella ocasión -ya lo destacábamos en un artículo titulado “El candidato converso”– Román confesaba que el partido le había convencido para que encabezara nuevamente el cartel del PP.
Ocho meses y medio después, me pregunto cuántas veces, desde las elecciones de mayo, nuestro alcalde se habrá arrepentido de ceder ante quien le convenció, que damos por hecho que fue María Dolores Cospedal. Sí, me figuro a Román pensando qué necesidad tenía él, después de ocho años como alcalde en mayoría absoluta y manteniendo su vocación por dedicarse más a fondo a la Medicina, de meterse en este “fregado”. Me lo imagino -porque confieso que todo esto es pura elucubración- acariciando la idea de la tranquilidad de la que ahora gozaría si hubiera rechazado la oferta de aquel “caramelo envenenado”. Me pregunto, por último, si la satisfacción del deber cumplido -el partido le necesitaba, explicó entonces- hará disipar estos pensamientos con la suficiente rapidez.
Ya digo que son conjeturas. Hasta aquí. Pero lo que estoy dispuesta a afirmar, ahora sí, es que el primer edil no ha encajado nada bien la nueva situación. El alcalde de Guadalajara, que lleva los suficientes años en la política municipal y nacional (en la regional fue un suspiro) como para haber aprendido de las duras y de las maduras, parece que no sabe perder. Quien ha ejercido como concejal raso y ha “chupado” banquillo en la oposición, quien ha sido alcalde con partidos rivales en Fuensalida y en la Moncloa, y también con partidos del mismo signo que no le han dado ni un ápice para su lucimiento, no está demostrando ninguna cintura para responder a la nueva situación.
A Antonio Román le está tocando un tiempo difícil, no lo niego. Pasó una noche electoral viendo bailar su sillón en el recuento, de lo que solo le libró la confusión con las siglas del engendro de Pepe Bielsa. Tuvo que sudar hasta el minuto antes de la investidura para asegurar la abstención de Ciudadanos. No digo que tuviera que comulgar con ruedas de molino, no, porque los puntos que le proponía la formación naranja no eran contrarios a su posición, pero sí hizo concesiones y se comprometió con medidas que nunca hubiera puesto en marcha de haber gobernado en solitario.
Después sí ha tenido que tragar «sapos». Y culebras, diría yo. Y no le está sentando nada bien, a la vista está. Ahora tiene que soportar plenos de 9 horas y media como el del viernes pasado, que no se daban cuando él empuñaba el rodillo y sus tenientes de alcalde contestaban con desplantes, amén de un montón de “zarandajas” en nombre de la participación y la cercanía que antes no le quitaban tiempo ni preocupación. Ahora tiene que vérselas con dos grupos de la oposición de izquierdas, que suman más concejales que los suyos, y con un grupo que a veces le apoya y otras no.
La primera votación importante que el PP perdió fue la de las calles con nombres franquistas, ya lo saben. Su primera reacción fue la de decir que, independientemente de lo que estipulara la moción aprobada, la potestad del nuevo nombre de las calles le correspondía a él. Dos meses después, ni ha cambiado las placas como decidió la Corporación en Pleno, ni ha dictado los nombres que sustituirán a las exaltaciones golpistas. El único paso que ha dado es el envío de una carta a los vecinos de las calles, la que han conocido en estos días.

Una de las cartas que el Ayuntamiento ha enviado a los vecinos de las calles afectadas por el cambio.
La misiva es infame. Es la pataleta hecha carta. Es tratar de quedar por encima, como el aceite, de lo que el Pleno apruebe, dejando claro que él no lo comparte. Y encierra también la intención de revolver a los vecinos en contra de la decisión plenaria, advirtiendo de las molestias y perjuicios (por tres veces lo dice) que el cambio les acarreará. La carta tendría un pase si fuera enviada y pagada por el Grupo Popular para explicar su posición. Pero está sufragada por todos, con el dinero del Ayuntamiento, en nombre del Ayuntamiento, y no explica la postura del Ayuntamiento, que se expresó en “el órgano superior de debate de las grandes políticas que afectan al municipio”, el Pleno. Lo que explica es la postura que mantiene su grupo.
La carta es, sobre todo, innecesaria. ¿Qué vecino de estas calles no se ha enterado dos meses después de que las calles cambiarán de nombre? ¿Y qué ciudadano no conoce a estas alturas la postura del PP? Este aspecto, además de un gasto innecesario, viene a rebatir de frente el argumento tradicionalmente esgrimido para no cambiar los nombres de las calles, eso de que «hay cosas más importantes que hacer en la ciudad», o que «con el cambio no se arreglan los verdaderos problemas, como el paro». Estos argumentos, que han aplazado una decisión como esta durante 40 años de Democracia (tiempo más que suficiente para que esta “pequeñez” hubiera encontrado su hueco), me permiten ahora preguntar, del mismo modo: ¿No tiene el alcalde cosas más importantes que hacer que escribir esta carta?
La carta que debería haberse mandado es la que informara a los vecinos y negocios afectados de cuáles son los pasos que tendrán que dar, los “papeleos” que tendrán que hacer. Sobre todo, porque la moción aprobada establece que el Consistorio facilitará los posibles trámites administrativos. Pero además, porque si hay muchas quejas, que el alcalde asegura que ha recibido, también hay muchas preguntas, a mí al menos me han llegado. Muchos vecinos no saben a qué instancias deben dirigirse y qué documentos tendrán que renovar.
El pasado viernes, cuando la oposición le afeó en el Pleno que escribiera esta misiva, Román contestó que está en su perfecto derecho a informar a los vecinos, y es más, que seguirá haciéndolo usando cualquier medio o tribuna. Ni contricción, ni propósito de enmienda. Mantenella y no enmendalla.
La segunda votación importante que el PP ha perdido ocurría también el pasado viernes: la moción sobre la situación de los bomberos. Si antes fue por el silencio de Ciudadanos, ahora sus dos concejales han sido parte activa, al aliarse con PSOE y Ahora en una moción previamente pactada y anunciada. ¿Y cuál ha sido la respuesta del PP? Pues ya la han visto. Primero, como antes hiciera con los vecinos afectados de las calles, avivando su inicial oposición a la medida, azuzando al resto de los funcionarios. Y finalmente unas palabras de Román que subrayan una nueva dosis de mal encaje: cumplirá lo que sea legal, y lo que no, no lo cumplirá. ¡Ya podía aplicarse el argumento en lo que respecta a la Ley de la Memoria Histórica!
Tampoco debió ser agradable para Román que, de nuevo los tres grupos, acuerden que vuelva a presentar su declaración de bienes, y que vuelva a poner en candelero sus ingresos, cuando él interpretaba que bastaba con haberla presentado en junio. Incluso hubo un intento de reprobación por no hacerlo que finalmente no salió adelante.

El alcalde, en una reciente comparecencia ante la prensa. // Foto: Ayuntamiento de Guadalajara. Jesús Ropero
Me temo, señor alcalde, que estos “sapos” son solo el principio del agridulce mandato que tiene por delante. Sinceramente, no creo que de momento deba temer por una posible moción de censura, que algunos aventuran ante las tiranteces a nivel regional entre Ciudadanos y el PP. No. Eso parecen más bien cuitas preelectorales. No sería coherente con la satisfacción mostrada recientemente por Alejandro Ruiz, portavoz del partido naranja, con lo realizado en los 100 primeros días de gobierno popular. Pero las posiciones de ciudadanos y el PP, sus amoríos y despechos, tendrán que redefinirse a nivel nacional después del 20 de diciembre, y es más que probable que influirán en los pactos alcanzados hasta el momento, que hay que recordarlo, también han sido decisivos en nuestra Diputación Provincial.
Decía al principio que Román ha pasado momentos amargos en política, probablemente más duros que los actuales. Pero seguramente este capítulo le llega algo cansado, demasiado acostumbrado a ser alcalde mayoritario y absoluto, como para defenderse en aguas turbulentas. Algo gastado para manejarse con soltura en un momento que requiere de una capacidad de pacto y de diálogo que, definitivamente, el alcalde ha perdido.
Y estas circunstancias llegan en el momento en que el PP decide (el resto de formaciones ya lo han hecho) quién irá en sus listas de las Generales. Un cartel en el que la imagen de Román ya no se parece tanto al retrato del flamante triunfador.
Pero sobre esto, seguro, tiempo y artículos tendremos para comentar.
Al hilo de esto, a mi también me llama mucho la atención la revisión que pretende aprobar el PP de la reglamentación del pleno y la presentación de mociones. Por lo que he leído no sólo es que Román esté encajando muy mal la nueva situación, es que ya está ideando modos de evitar que el pleno le imponga cosas como estas, o al menos de dificultarlo hasta el absurdo..
Y entre ellas, parece que le ha entrado prisa por regular el sistema de nombramiento del Alcalde y los sueldos, una vez visto lo sucedido en junio, pero sobre todo prisa en lo tocante al relevo del Alcalde en caso de renuncia.. con esto y el subidón del 20% en la asignación de Alcalde y Vicealcalde, diría que está preparando un cómodo sillón a su Delfín Carnicero..
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Super Román: en la lista de los diputados del Congreso con menor actividad. Puedes tener muchos cargos pero eso sólo deja en evidencia que ninguno será atendido como se merecen los ciudadanos.
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