Por Álvaro Nuño.
Después de 26 años, el Día de la Enseñanza vuelve este año a coincidir con la festividad santoral de San José de Calasanz -sacerdote aragonés a quien se le atribuye la apertura de la primera escuela gratuita de Europa en Roma en 1597 y por ende, patrón de los maestros-, un cambio que ha supuesto alguna crítica por parte de docentes que preferían una fecha laica para esta celebración. Y Guadalajara es hoy la capital de la enseñanza en Castilla-La Mancha, puesto que el Centro Municipal Integrado Eduardo Guitián acoge el acto central que será presidido por Emiliano García Page y por la consejera del ramo, la alcarreña Reyes Estévez. En el se concederán diversos premios a miembros de la comunidad educativa de las cinco provincias de la región.
Por Guadalajara son el azudense IES San Isidro (centro que protagonizó una sonada polémica con la anterior coordinadora provincial de Educación nombrada por el PP, por negarse a nombrar como directora a la respaldada por todo el centro aprovechando un fallo de forma en su candidatura y tratar de imponer a uno de sus asesores); el profesor de Educación de Adultos, Paco Catalán; el equipo directivo del IES Clara Campoamor de Yunquera de Henares; y la trabajadora de la Dirección Provincial Esther Gutiérrez. Desde aquí mi enhorabuena a todos.

Escultura del Conde de Romanones. // Foto: http://www.herreracasado.com
La vinculación de nuestra provincia con la docencia va más allá de la actual coyuntura de que la consejera del ramo sea paisana. Ya desempeñó ese mismo cargo con anterioridad la también alcarreña Mari Ángeles García desde 2008. Y es que la presencia de la Escuela de Magisterio (hoy Facultad de Educación y desde 1841 la popularmente conocida como «La Normal») en nuestra ciudad ha convertido tradicionalmente a Guadalajara en cuna de maestros y maestras que han impartido después su docencia por pizarras de toda la geografía. En este preámbulo histórico, tampoco hay que olvidar el papel que desempeño el «guadalajareño» Conde de Romanones como ministro de Instrucción Pública, en cuyo mandato a principios de siglo, fue el primer gobernante que incorporó el sueldo de los maestros al presupuesto del Estado, hecho que el Magisterio español le reconoció en 1913 erigiéndole este una escultura que hoy podemos admirar en la céntrica Plaza de Santo Domingo (también popularmente conocida como «el pelotas»).
Historias aparte, la educación sigue siendo reconocida como uno de los pilares fundamentales de los servicios públicos sobre los que se asienta el Estado de bienestar moderno. Su universalidad y gratuidad supone la garantía de libertad y desarrollo para cualquier sociedad y, por contra, un país sin colegios, donde los niños no tengan acceso a la educación está abocado al subdesarrollo y al analfabetismo, germen de males mucho mayores, como las noticias internacionales de los telediarios nos recuerdan habitualmente.
Afortunadamente, España se encuentra dentro del club de los países desarrollados en este aspecto, aunque tras casi 40 años de democracia, todavía no se ha conseguido llegar a un consenso general sobre el modelo de educación que queremos para nuestros hijos. Siete han sido las leyes educativas que, una tras otra, han reformado, derogado, aprobado y aplicado los diversos gobiernos en cada una de las legislaturas, un vaivén que ha impedido afianzar un sistema educativo estable, baile al que hay que añadir los diferentes criterios de aplicación que tienen cada una de las 17 comunidades autónomas, quienes tienen transferidas las competencias en materia de gestión desde el año 2000 -por eso este año el lema es «15 años de competencia en educación»-. Sin duda, uno de los retos de cara a la nueva legislatura que tendrá el partido gobernante tras la elecciones del 20 de diciembre será conseguir un gran pacto con el resto de formaciones que asegure una estabilidad en el sistema y establezca unas líneas generales estables y a las que docentes, padres, alumnos y editoriales sepan atenerse, sin pensar que tras el siguiente cambio de gobierno, vendrá otra nueva ley de educación -que sería ya la octava- y que echará por tierra la anterior.

Manifestación de 2011 contra los recortes en educación // Foto: lacronica.net
Otro de los compromisos a los que habría que llegar entre todos es el de evitar recortes presupuestarios en material educativa, dedicando un porcentaje fijo del Producto Interior Bruto a la enseñanza. Antes de la crisis, se establecía que el 6% era la cantidad a lograr, pero nunca se llegó. Según los datos del Banco Mundial, España dedicaba a educación el 2011 el 4,8% de ese PIB, porcentaje que ya en 2012 bajó al 4,4 y en 2015 la previsión del gobierno del PP era dedicar el 3’9%. Lejos están países como Moldavia (8,6%), Dinamarca (8,5%), Noruega (6,6%) o Suecia (6,5), vecinos del norte a quienes miramos con envidia y que tienen este debate ya superado. Para ellos, la educación sí es una cuestión de Estado y los recursos para mantenerla y mejorarla son incuestionables, por encima de colores políticos y de ideologías.
El último informe presentado el miércoles pasado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) titulado «Panorama de la Educacion 2015» pone el acento sobre otro debate abierto en la comunidad educativa: la necesidad o no de que los profesores pasen unas evaluaciones periódicas como las que ellos mismo hacen a sus alumnos. Según este organismo, los países más avanzados en materia educativa ya los realizan con buenos resultados porque hacen que el docente renueve conocimientos técnicos y pedagógicos de manera sistemática. Parece que la idea ya la han incorporado algunos partidos, unos vinculándola a la formación de los estudiantes de Magisterio, estableciendo una especie de MIR o periodo de prácticas remuneradas, y otros vinculando los salarios de los maestros a los resultados académicos que consigan sus alumnos -posibilidad que rechazan de plano los sindicatos de profesores-.
Particularmente, no creo que sea mala idea evaluar a los profesores, pero estableciendo previamente unos periodos programados de reciclaje como docentes en los que puedan adquirir conocimientos nuevos que después poner en practica con sus alumnos en las aulas. Pero eso conllevaría un aumento de la dotación económica en formación, recuperando por ejemplo en nuestro ámbito los CEP (Centros de Profesores) y CRAER (Centros de Recursos y Asesoramiento de la Escuela Rural), que fueron cerrados por el Gobierno de Cospedal y Marín en 2012 y agrupados en un único recurso centralizado en Toledo.
De poco sirve la intención de repartir ordenadores portátiles personales a todos los alumnos de 5º de Primaria a 2º de la ESO -medida que tomó el gobierno de José María Barreda– si los profesores no tienen los conocimientos necesarios ni la aptitud y actitud suficientes para cambiar sus sistemas de enseñanza, adecuándolo a la sociedad con la que sus alumnos deberán desenvolverse (la denominada «brecha digital» entre los docentes es manifiesta). O los intentos de convertir todos los centros de Secundaria en bilingües en 2018 si el profesorado no domina el inglés con la suficiente fluidez como para impartir su materia en esa lengua y comunicarse con ella.
En fin, que está bien establecer un día para reconocer el trabajo de los profesores en las aulas como pieza fundamental del sistema educativo, de agradecer su trabajo diario con la tiza y la pizarra tanto o más que el de otras profesiones mucho mejor remuneradas y valoradas por todos, pero sin cejar en el empeño de que todos -padres, alumnos, profesionales y administraciones públicas- reflexionemos en qué elementos se deben incorporar al sistema para que la enseñanza ocupe el sitio que se merece en nuestra sociedad.
Por cierto, el alcalde de Guadalajara, Antonio Román, dijo tener la «intuición política» de preveer que Page anunciará hoy en ese acto que la Junta mantiene el compromiso de seguir adelante con el proyecto de realizar el campus de la Universidad de Alcalá en el antiguo colegio de Las Cristinas. Por el bien de todos, espero que Román mantenga su olfato y el proyecto educativo más importante para la ciudad y la provincia abandone la actual vía muerta en la que se encuentra y coja la velocidad suficiente para dejar de ser una eterna promesa.