
Por Míriam Pindado
Las familias en el salón, los vecinos en los portales, los compañeros en el trabajo, los “amigos”, “seguidores” y anónimos en las redes sociales…Estos días todo el mundo habla de lo mismo: las elecciones. ¡Y lo que queda, amigos! porque ya ni La Roja ni Juego de Tronos van a poder despejarnos de este nublado post-electoral.
Pero bienvenidos sean los análisis, los corrillos y las clases magistrales de quien tiene argumentos para explicar lo que no entendemos. Hagamos bandera de este derecho «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción». Pero hagámoslo respetando a los demás y respetando la democracia. Porque la democracia es eso: aceptar lo que los ciudadanos han decidido, guste o no. Aceptar a los ciudadanos. Aceptar a la ciudadanía. Aceptar que vivimos en una sociedad democrática. Aceptar que la democracia son 36,5 millones de españoles que el pasado sábado fueron llamados a las urnas. Entre ellos, tú, yo, mi abuela del pueblo, tu primo catedrático, el gasolinero que te ha ayudado a repostar esta mañana, la señorita que presenta los informativos de las tres, el joven que acaba de aprobar selectividad o el enfermero al que le tocó estar de guardia el domingo. Eso es la democracia, lo que quiere la ciudadanía, lo que votamos y lo que nuestros líderes políticos se pasaron por el forro tras el 20D.
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