
Espumarajos en el río Tajo a su paso por Toledo. Foto: eldiario.es
Por Julio Martínez
Hace unos días saltaba la noticia. El protagonista era otra vez el Tajo. En esta ocasión, por contaminación. Impresionaban los espumarajos que presentaba el río a su paso por Toledo. Una espesa capa blanca flotaba de forma sinuosa por el cauce. Era perturbador cómo pasaba esa pasta bajo los diferentes puentes de la Ciudad Imperial. La imagen no dejaba lugar a dudas. Se trataba de un vertido. Y de los gordos. Pero hasta que los medios no se hicieron eco del suceso, las reacciones brillaron por su ausencia.
Cuando se conoció el hecho, representantes de diferentes administraciones se posicionaron sobre el tema. Incluso se acercaron hasta el lugar. El presidente de la Confederación Hidrográfica del Tajo (CHT), Miguel Antolín, abogaba por endurecer las penas ante este tipo de vertidos. Quería empezar a tomar las medidas necesarias para evitar la contaminación. En definitiva, pretendía que pagar una multa no fuera más barato que prevenir la polución. Por el momento, y hasta que lleguen las decisiones políticas, tanto la CHT como el Seprona y la administración regional han comenzado a tomar muestras del agua. Desean saber de dónde proceden los espumarajos.
Sin embargo, y en este contexto, desde el ejecutivo castellanomanchego han hecho hincapié en otro problema. Han denunciado que el caudal del Tajo está por debajo del mínimo establecido por la ley. Según los datos manejados por el gabinete autonómico, el río –a su paso por Toledo– apenas lleva 8,5 metros cúbicos por segundo, una cantidad inferior al límite que marca la normativa vigente. No obstante, la CHT incrementa esta cifra hasta los 30 metros cúbicos por segundo. Tres veces más de lo que marca el tope mínimo legal. ¿Cuál es la información verdadera? Hagan apuestas.
En cualquier caso, esta situación sólo representa la punta del iceberg. El río lleva décadas sufriendo episodios de contaminación similares. Así lo han denunciado desde la Plataforma en Defensa del Tajo. Uno de sus portavoces, Alejandro Cano, confirmaba que en la década de 1970 ya empezaron a surgir espumas sobre las aguas. La problemática no se ha solventado y a día de hoy –más de 40 años después– es un asunto que sigue repitiéndose.
¿Cómo es posible que un problema de estas características se mantenga vigente? Es cierto que se ha avanzado –y mucho– en legislación ambiental y en depuración de residuos. Sin embargo, el tema es mucho más complejo. Tiene que ver con el modelo de gestión de agua existente en España. Si hubiera una utilización responsable de este recurso, no se producirían las mencionadas situaciones.
Falta una mentalidad colectiva de mantenimiento y limpieza de los ríos. En este sentido, no hay que olvidar que el agua es un recurso finito y muy valioso, sin el cual no se podría desarrollar ninguna actividad. Tampoco económica. Por ello, el primer paso para evitar episodios como el ocurrido el pasado sábado, 15 de octubre, es trabajar a favor de la concienciación ambiental de toda la ciudadanía.
Pero si la educación es importante, no lo es menos la implementación de medidas legales para perseguir a aquellos que no respeten el entorno. «Quién contamina, paga». Si frente atentados medioambientales no se toman las oportunas decisiones jurídicas, los autores de los mismos se creerán con «patente de corso». «Total, si no me ha pasado nada», pensarán.
Y, en último lugar, no se debe obviar la sobreexplotación que viven muchos de los ríos españoles. Un ejemplo de ello es el Tajo, cuyo caudal va mermando año tras año. En sus orillas se van reproduciendo hectáreas industriales y de regadío, que van consumiendo más y más recursos. Por no mencionar el trasvase Tajo–Segura, que tanto sufrimos en Guadalajara. Cada anualidad salen cientos de hectómetros hacia el levante español, con el fin de mantener el modelo económico y agrícola de aquella zona, que requiere una gran cantidad de agua. Pero, ¿cómo es posible que se implante este patrón de desarrollo en una región caracterizada por su escasa pluviometría? Nadie responde.
En consecuencia, se deben tomar medidas que aboguen por un crecimiento sostenible, en el que se respeten los recursos que nos permitan vivir a nosotros y a las futuras generaciones. Así, conseguiremos que nuestros ríos tengan un caudal decente y que, en los mismos, no aparezcan espumas como las observadas en Toledo hace unos días. ¡Por un Tajo vivo y limpio!