
Fachada de la Diputación de Guadalajara. Foto: Diputación de Guadalajara.
Por Julio Martínez
Hay una frase que siempre me eriza la piel. Aquella en la que un interlocutor –más o menos bien vestido– asegura que no es de “izquierdas ni de derechas”. Entonces, ¿de qué será el conversador? ¿De centro reformista, como Aznar? ¿Liberal, como Esperanza Aguirre? ¿Cuñado, como Álvaro Ojeda? Actualmente, parece que es moderno abogar por el fin de las ideologías. Una postura que Rosa Díaz y UPyD hicieron famosa, y en la que han caído otros partidos, como Podemos o Ciudadanos. Parece que la «nueva política» ha querido hacer gala de esta perspectiva.
Sin embargo, los magentas han desaparecido y Podemos ha corregido este posicionamiento –ahora se ubican en la izquierda–. Pero Ciudadanos continúa con ese debate. Se quiere definir como “constitucionalista, liberal, demócrata y progresista”. Así lo anunciaba su líder, Albert Rivera, el pasado mes de diciembre. Una definición que, como mínimo, es contradictoria, al mezclar liberal y progresista, al mismo tiempo que se posicionan a favor de la investidura de Rajoy. Ni de izquierdas ni de derechas. De extremo centro.
Por tanto, Ciudadanos intenta ser un partido «atrapalotodo». Si a esta falta de armazón ideológico se añade un enorme crecimiento nacional en muy poco tiempo –como el sufrido por la formación naranja–, nos podemos encontrar sorpresas. Entre ellas, por ejemplo, la protagonizada por la diputada provincial de Guadalajara, Yolanda Ramírez, que a inicios de enero dejaba la militancia del partido de Rivera, pero no el sillón en la plaza de Moreno.
Según se ha conocido estos días, las relaciones entre Ramírez y la dirección provincial de su formación no eran muy fluidas. De hecho, la también concejala en El Casar estaba siendo fiscalizada por Cs debido a su escasa actividad en la institución provincial y por su constante seguidismo del PP. Siendo parte de la oposición –aunque había apoyado la investidura de Latre–, la casareña apenas presentaba mociones en pleno. Solamente seis en más de año y medio. Una cada tres meses…
Pero el problema va más allá. El acercamiento de Ramírez a los populares ha sido, cuanto menos, llamativo. Parecía formar parte del equipo de Gobierno. En casi ninguna ocasión votó en contra de Latre, a pesar de que formaba parte de la oposición. Entonces, ¿el PP está detrás de esta ruptura de carné de Ramírez, como denuncian el PSOE y Ciudadanos? Es muy difícil asegurarlo.
Pero está claro que nos encontramos ante una situación muy poco habitual. Circunstancia que quedó patente en la rueda de prensa realizada ayer por Ramírez. Pareciera que minutos antes leyó a Concha Balenzategui, quien en su artículo de El Hexágono reclamaba explicaciones a la diputada. Pero, ¡qué aclaraciones! Durante su comparecencia no dio respuestas satisfactorias a muchas de las preguntas que le plantearon los periodistas. Entre las pocas cosas que quedaron claras es que se mantiene en su puesto en la Diputación. Decisión que justificó en el apoyo recibido a su labor; en el importante papel que –según ella– juega la institución provincial en favor de los pueblos; y por su compromiso personal hacia la entidad guadalajareña.
Pero nada dijo del compromiso firmado con su antigua formación naranja, por el cual se comprometió a dejar su cargo oficial si abandonaba la afiliación partidaria. Incluso, cuando los informadores le preguntaron por su seguidismo hacia el PP, salió por la tangente. Señalaba que ella no atendía a quien presentaba las iniciativas. Sólo a su contenido. Por eso votaba las iniciativas de los populares.
Por tanto, desde Ciudadanos de Guadalajara tienen razón cuando la piden la devolución del acta. La concejala en El Casar fue elegida para ocupar el puesto institucional sin pasar por las urnas. La composición de las Diputaciones no se realiza por votación popular. Se hace de forma indirecta. Una fórmula en la que los partidos tienen un poder omnímodo. En muchas ocasiones, no existe una lista previa con los nombres a ocupar casa uno de los sillones. La selección se realiza a posteriori. Y siempre por parte de las formaciones. Los ciudadanos no cuentan en nada.
Claro que Yolanda Ramírez tiene el derecho de dejar su partido cuando le venga en gana. ¡Faltaría más! Pero ha de ser consecuente con sus actos y asumir las consecuencias de sus decisiones. Si fue elegida –a dedazo– por una organización, en el momento que renuncie a su militancia, también ha irse del cargo. Otra cosa es que la hubieran votado directamente los vecinos de la provincia. La legitimidad habría sido muy diferente. Éste es un debate que afecta al espinazo mismo de las Diputaciones. Es evidente la necesidad de una mayor democracia en la conformación política de estas instituciones. Pero el mencionado debate requiere una reflexión en otro artículo.
En cualquier caso, Ciudadanos-Guadalajara también debe hacer autocrítica en este problema. Al optar por Yolanda Ramírez, ¿no tenían referencias de quién iba a ser su diputada provincial? Es cierto que desde la formación naranja abrieron a Ramírez un proceso de fiscalización por su labor en la oposición. Pero tenían que conocer mejor a sus candidatos. Sobre todo cuando cuentan con un único representante, como es el caso de la Diputación arriacense.
Sin embargo, no hay que extrañarse ante situaciones como ésta. El de Rivera no deja de ser un partido que, mediante una curiosa ideología –ni de derechas ni de izquierdas–, ha intentado ensanchar su base electoral en toda España. Y lo ha hecho en un tiempo muy escaso –apenas unos meses–, utilizando una estructura nacional muy débil. A pesar de ello, presentaron bastantes candidaturas en las elecciones municipales de 2015. En consecuencia, desde esta formación deben redefinir bastantes cosas internas, para evitar que se produzcan sucesos como el protagonizado por Yolanda Ramírez.
Y, mientras tanto, el PP de Guadalajara, ¿qué opina de lo que está ocurriendo en la Diputación? A río revuelto, ganancia de pescadores. Qué minoría más rentable han conseguido los de Latre…