
El sillón de Elena de la Cruz en el Consejo de Gobierno de la Junta, a la espera de un nuevo inquilino pero aún lleno de vida. // Foto: Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha
Por Borja Montero
El fallecimiento de Elena de la Cruz ha trastocado, sin duda, el panorama político y social de la provincia y de la región. El contenido humano de la noticia es evidente, ya que cualquier ausencia siempre es notoria, máxime cuando una persona joven y tremendamente activa se desvanece de una forma tan repentina, tan sorprendente e inesperada. En lo puramente político, también es un momento espinoso, sobre todo para aquellos que contaban con ella en sus planes, obligados ahora a sobreponerse al dolor y, además, recalcular sus previsiones y buscar un perfil compatible con los equipos ya en marcha, un sustituto que inicia su labor bajo una lupa inconsciente, bajo una alargada sombra.La relación más o menos cordial entre periodistas y políticos en una provincia de tamaño pequeño como la nuestra es bastante habitual, al menos hasta que el plumilla mete demasiado el dedo en el ojo si el cargo público en cuestión tiene tareas de Gobierno. Nuestro contacto personal se limita a algunas breves conversaciones privadas acerca de música o algunos pareceres urbanísticos de la ciudad de Guadalajara, también alguna crítica velada a la labor de oposición del PSOE en el Ayuntamiento o alguna broma acerca de las ocurrencias del Gobierno municipal, todo ello en sus primeros días en esto de la cosa pública, sobre todo en la campaña electoral de 2011 y los primeros meses de aquella legislatura. Ya desde la lejanía obligada de la inactividad periodística diaria, he seguido sus evoluciones tanto en el Consistorio como posteriormente en la Diputación y, más intensamente, tras su nombramiento como consejera de Fomento de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, confirmándose, a través de esta evolución y de sus palabras y actos, las mejores expectativas que se podían tener cuando una práctica desconocida era nombrada delegada provincial de Empleo, Igualdad y Juventud y posteriormente, se situaba en un puesto de relevancia en las listas electorales al Consistorio de la capital. Las peores perspectivas decían que un carácter afable y un discurso reposado no tenían sitio en un ambiente político en el que las respuestas eran cada vez más hoscas, los debates cada vez menos enriquecedores y los dardos cada vez más envenenados.
Sin embargo, y al margen de algunas polémicas estériles acerca de dietas y demás pequeñeces que en ocasiones se sacan cuando no hay más trapo sucio que airear, el rigor y la brillantez de quien conoce los temas se impusieron y permitieron que aquella apuesta de Magdalena Valerio se fuera revelando como ganadora. Recuerdo especialmente un debate en el Pleno del Ayuntamiento, si la memoria no me falla acerca del Plan Especial del Casco Histórico, en el que el por entonces concejal de Urbanismo, Juan Antonio de las Heras, esperaba con su ironía habitual las críticas despiadadas, la confrontación habitual, del portavoz socialista, Daniel Jiménez. Pero no. No hubo discurso demoledor ni acusaciones y exabruptos. Por ninguna de las dos partes. Elena de la Cruz pronunció casi una conferencia, con datos de interés, referencias a la legalidad vigente, propuestas nada descabelladas, enmiendas constructivas a lo que ya estaba sobre el papel… De las Heras no pudo, por tanto, más que agradecer las aportaciones y balbucear alguna respuesta con algo de sorna que, evidentemente, estaban fuera de lugar después de un parlamento tan bien argumentado y en positivo.
Y así ha intentado Elena de la Cruz que fuera su paso por la política, demostrando que su valía estaba por encima de cualquier crítica o conspiración que pudiese achacársele. No siempre podía ser tan sumamente brillante, claro está, ya que no todos los temas que le tocó tratar estaban relacionados con las Bellas Artes y la Arquitectura, las dos disciplinas en las que estaba especializada, pero sí que había una intención de ser siempre constructiva y resolutiva en sus críticas, en sus años en tareas de oposición, y firme pero con voluntad de diálogo en sus decisiones, en los veinte meses al frente de la Consejería. Cierto es que en los siete años que han transcurrido desde su primer nombramiento, tras dos elecciones, con su creciente peso como portavoz de determinados temas de importancia en el Ayuntamiento y la Diputación y teniendo que hacer frente a las críticas de la oposición en los últimos tiempos, ya en labores de Gobierno, también ha terminado añadiendo a sus palabras algo del discurso de partido más convencional, ese que solamente sirve para dejar un recadito a los oponentes pero que no aporta demasiado al ciudadano de a pie, aunque esta faceta siempre ha sido residual en una forma de proceder y nunca ha llegado al tono impertinente que sí se escucha, lamentablemente en muchas ocasiones, por estas tierras.
Se apaga la voz de la defensa firme del agua de nuestra provincia, la de una negociadora razonable, tanto en sus planteamientos previos como en su capacidad de transigir, de transaccionar, que se dice en los ámbitos políticos, pero también persistente, capaz de seguir en sus trece cuando considera que algo es justo para los vecinos a los que representa; una voz que nunca ha temblado, ni siquiera cuando se ha enfrentado a algunos de los más bravíos oponentes de la política provincial.
La vida.