Marca de calidad

Por David Sierra

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Espárragos recién recogidos en una explotación de Taragudo (Guadalajara). Foto: David Sierra.

 

 

Ahmed tiene las manos grandes y callosas. De constitución corpulenta, aunque casi rozando la extrema delgadez, derrocha un andar pausado y constante. Está sentado en el borde de la acera, de cara al sol, aprovechando el calorcito de los rayos primaverales de la sobremesa. Tomando un breve descanso para regresar a la faena. Los días, en su oficio, se tornan largos y monótonos, únicamente salvados por algún temporal que siempre viene como agua de mayo, para respirar. Para relajarse.

Atrás ha dejado, por unos meses, a su mujer y tres hijos que le esperan en un pequeño pueblo al lado de Casablanca. Año tras año dice que les va a traer, pero luego la vida pone a cada uno en su sitio. Como Ahmed, llegan desde marzo a junio decenas de compañeros para agachar el riñón en los campos de la campiña alcarreña. Desde que hace varias décadas el cultivo del espárrago verde se convirtiera en la principal fuente de ingresos de los agricultores de esta zona, los jornaleros temporeros tiñen durante un tiempo el paisaje rural. Son los meses del año que ponen el contrapunto al movimiento despoblador en los municipios que pueden aprovechar la producción de esta hortaliza.

Recuerda Ahmed cuando vino por primera vez a España. Un primo suyo le reclutó junto con otros tantos para cruzar el estrecho. No tenía papeles aunque la situación migratoria y laboral no estaba tan regulada ni controlada. Eran los inicios de un incipiente negocio que comenzaba a dar sus frutos cuando los productores vieron que había una demanda y que la zona era propicia para ello. La tarea agrícola familiar pasó a convertirse en una actividad generadora de empleo. Empleo barato. Con una única regla: “tú trabajas y yo te pago”. Sin derechos. Sin contratos. Un pacto entre ‘caballeros’. Las inspecciones no llegaban al campo y el producto aún no había adquirido la relevancia necesaria para que su venta exigiese un control más exhaustivo.

En su primera visita, Ahmed permaneció hacinado en una antigua vivienda de adobe y ladrillo readaptada para su uso como albergue temporal de temporeros. Compartía espacio con otros once ‘esparragueros’, todos compatriotas. Con disputas. Prácticamente incomunicados pues la telefonía móvil aún era un sueño y la cobertura era tan restringida que incluso los terminales fijos daban problemas. Pero no se quejaba. Conocía casos de personas que habían terminado alojadas en sitios mucho peores tal como naves agrícolas reconvertidas en pensiones de mala muerte y cuyas condiciones de salubridad eran detestables.

El calor de los últimos días ha intensificado el trabajo. Desde hace ya varias jornadas lleva acariciando el alba con el escardillo en la mano, siguiendo surco a surco el ritmo para no perder baza. Los retrasos se pagan. Cuando era en pesetas, su jornal no pasaba de las quinientas la hora. Con el euro, de cinco a seis. Por la tarde, toca clasificar y envasar. Ahora tiene un contrato y el trabajo intensivo le permite ganar lo suficiente para que su familia pueda prosperar. Así lo cuenta.

De unos años a esta parte, la actividad agraria en torno al espárrago verde ha experimentado un creciente proceso modernizador. A pesar de que el producto sigue recolectándose de forma manual, los procedimientos de clasificación, envasado y etiquetado han ido incorporando la tecnología en un intento por abaratar costes y competir con otras zonas geográficas de producción como son los campos granadinos. El destino final también ha variado de manera que, si antes acababa abasteciendo al mercado nacional en la actualidad la mayor parte de las grandes explotaciones guadalajareñas destinan el grueso de su producción –hasta un 70% – a la exportación. Y hay quienes garantizan a sus proveedores el producto todo el año, dando el salto al otro lado del charco con acento claramente peruano. Y México se ofrece como alternativa.

El jefe de Ahmed y el de muchos otros siguen haciendo la guerra por su cuenta. A pesar de las cercanías entre los productores de las distintas explotaciones, no hay una unión manifiesta a la hora de afrontar el porvenir de un sector que mejor gestionado podría repercutir de una manera más trascendental en la provincia. Tampoco ha habido ese interés desde la administración provincial y/o autonómica salvo visitas institucionales aprovechando que el Henares pasa por Yunquera. Cospedal supo bien de que iba eso.

Hace unos días, de nuevo los coches oficiales hicieron aparición por la vega del Badiel. El director general de Industrias Agroalimentarias y Cooperativas, Gregorio Jaime Rodríguez trastornaba la rutina de los Ahmed y compañía para dejar un mensaje de los que hieren los oídos cuando uno no quiere escuchar. Y propuso la constitución de una agrupación para poner en marcha una marca de calidad.

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Gregorio Jaime Rodríguez durante su visita a una explotación de espárragos en Torre del Burgo. Foto: JCCM.

Aunque la nota de prensa del ejecutivo autonómico argumentaba que la acogida de esa propuesta había sido buena, las conversaciones de taberna revelan que en los pueblos, los nuestros, la agricultura se hace por cuenta propia y que será complicado convencer a todos en este juego de intereses donde las ayudas a título individual siguen pesando más que al colectivo.

Ahmed ya no tiene interés en traer a su familia. No le hace falta. Es más, ha conseguido tras más de veinte años cogiendo el primer moreno de la temporada sin ir a la playa ocupar el puesto de su primo y ahora se encarga de la cada vez más complicada tarea de reclutar a los que vendrán a extraer el oro verde. Él lo sigue haciendo. Las condiciones laborales han mejorado, pero sigue siendo complicado que entre los surcos se hable el castellano.

2 comentarios en “Marca de calidad

  1. El sábado pasado visité el hermoso y fértil valle del río Badiel, y he visto lo que comentas. Hace muchos años venían a estas tierras trabajadores de Ciudad Real y de otras zonas para sacar patatas, y ahora los temporeros del esparrago vienen de más lejos. Y de asociarse los agricultores, casi nada, como entonces.

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