
Los secretarios provinciales de UGT y CCOO, prsentando la convocatoria del 1ª de Mayo // Foto: Jesús Blanco (SER Guadalajara)
Por Álvaro Nuño.
Como cada 1º de mayo, los dos grandes sindicatos de clase, Comisiones Obreras y UGT, saldrán de nuevo a la calle para manifestarse a favor de los derechos de los trabajadores -en Guadalajara, la marcha saldrá, como es tradicional, a las 12 de la mañana del Infantado y acabará en La Concordia-. El lema elegido este años es «No hay excusas #alacalle» y los motivos también los clásicos: empleo estable, subidas salariales, pensiones dignas, mayor protección social y acabar con la precariedad laboral. Los sindicatos creen, por un lado, que los Gobiernos y los empresarios no tiene excusas para garantizar toda esta serie de reivindicaciones y, por otro, que los trabajadores no tienen excusas para no pedirlos saliendo #alacalle.
Leyendo la crónica de la presentación de estos actos, parece que la inclusión del hashtag en el eslogan es lo más novedoso. El día, por supuesto, es el mismo; el recorrido de la manifestación también, las caras casi las mismas -este año se estrena como secretario provincial de UGT Pedro del Olmo, aunque también es un veterano sindicalista-, y las peticiones que se hacen parecen calcadas de un año a otro. Si no es por el hashtag, valdrían las pancartas del año pasado.
Es cierto que la profunda crisis económica de 2008 afectó gravemente a todos los sectores de la sociedad, pero se ensañó especialmente con aquellas capas de la población más desfavorecidas, aquellas que parece que se han dado por amortizadas ya, como son la mitad de la jóvenes denominados «ninis» porque ya no estudian, abandonaron las aulas o terminaron sus estudios y tampoco encuentran trabajo; los más valientes o desesperados cogieron las maletas y apostaron por lo que la ministra de Trabajo denominó en el Congreso «movilidad exterior». Muchos de ellos siguen en el extranjero y sin visos de volver porque no ven ni un presente ni un futuro mejor que el que tienen en los países que les han acogido. Esa generación ni siquiera ha conocido los derechos que se comenzaron a recortar con la excusa de la crisis y parece no echarlos de menos. Los que tienen la suerte de encontrar un trabajo no rechistarán y acatarán las condiciones que se les impongan porque en casa y en el bar, sus padres y amigos les recuerdan continuamente la «suerte» que tienen de tener trabajo y de que hay que conservarlo a cualquier precio.
En el otro lado de las estadísticas se encuentran la generación de trabajadores que vivieron y disfrutaron de la «burbuja», con sueldos altos y trabajo a raudales. Muy dura ha sido la caída para esas personas que tras años en el paro, agotando el subsidio y los ahorros de toda una vida, vuelven al mercado laboral siendo «mileuristas» y dando gracias por ello -¿recuerdan en la década pasada con que desdén se pronunciaba la palabra «mileurista», como si fuera una limosna más que un salario?- . Hoy muchos se pegan por ello. Personas preparadas, hijos del baby boom de los 70 y 80, que estudiaron sus carreras, trabajaron nada más terminar, adquiriendo una experiencia que parecía que les mantendría en sus puestos de trabajo hasta la jubilación, pero que tras dos décadas en el tajo, un día se despeñaron y todavía muchos de ellos se están levantando.
Por no hablar de esas personas de 50 o 55 años para los que el «mercado de trabajo» no encuentra sitio. Se vieron en la puñetera calle tras décadas cotizando a la Seguridad Social, con familias a las que alimentar, coche al que echar gasolina y vivienda con hipoteca que pagar todos los meses. Su experiencia parece que ahora no vale para nada en un mundo cambiante en el que la tecnología y los idiomas son imprescindibles. Ellos sabían hacer muy bien su trabajo pero eso ahora sólo no les vale. Con lo que cobraban, la empresa contrata ahora a cuatro becarios a tiempo parcial que están dispuestos a hacer el doble de jornada para prorrogar un contrato de seis meses.
Con esta situación es evidente que nadie habla de derechos laborales y menos en una pequeña o mediana empresa, que son las que crean el 80% del empleo en España. Entre otras cosas, porque el jefe es casi un compañero al que se le ve sufrir para pagar todos los meses la nómina de todos sus trabajadores. O es un autónomo que cobra cuando factura y que cada tres meses se las ve y se las desea para pagar los impuestos. Con esa gran masa de «precariado», los sindicatos no han sabido conectar, ni enseñar a reivindicar derechos que hace una década se daban por supuestos.
Y con este panorama, la anunciada y esperada recuperación parece ser más lenta de lo que todos desearíamos. En Guadalajara, hoy en día hay 22.800 personas que no tienen un empleo, lo que supone un 17,2% de la población. Son cifras oficiales de la Encuesta de Población Activa correspondiente al primer trimestre de 2017, y que, como siempre se pueden analizar desde el aspecto más negativo -siguen siendo 22.800 historias de desesperación y necesidad-, o ligeramente positivo -hay 1.200 personas paradas menos que cuando finalizó 2016, además de que Guadalajara arroja el mejor -o menos malo- porcentaje de paro (17,2%) frente a Castilla-La Mancha (22,1) y el 18,6 de España.
Estas cifras nos enseñan la cruda realidad. La recuperación económica parece visible pero su evolución es lenta y todavía queda mucho tramo cuesta arriba que recorrer y no es justo que muchos ciudadanos se queden en la cuneta, mientras que otros miles parecen conformarse con formar parte del precariado surgido de la crisis. ¿Saldrán estos trabajadores anónimos de a pie a manifestarse el lunes o lo harán de nuevo los miembros de Comités de grandes empresas mientras que el resto disfrutan de un día festivo ajenos a la reivindicación? El lunes lo veremos.