Por David Sierra
Bajaba por la calle Sigüenza en dirección a la glorieta del Paseo de Fernández Iparraguirre. Sabía que la marcha transcurriría por allí. La intención era sumarse. Desde la lejanía se escuchaba una marabunta de silbatos y proclamas que, según avanzaba en los pasos, notaba más cerca. La presencia de un par de policías locales cortando la calle evidenciaban que había calculado bien. La cabeza de la manifestación comenzaba a dar la vuelta en la rotonda de la pastelería Hernando en dirección a la Plaza de Santo Domingo. Aún le quedaban unos metros para llegar. Tiempo suficiente para unirse a la cola de marcha. Desolación.

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Desde hace tiempo tenía la sensación de que Guadalajara había perdido su capacidad para protestar. La sensación de que la ciudad y la provincia habían abandonado su capacidad crítica. Cuando al día siguiente pudo comprobar a través de la prensa que los convocantes de la concentración calificaban de “éxito” la jornada se reiteró en sus impresiones. Apenas 300 personas habían sacado tiempo para apoyar con su presencia el acto de protesta que cerraba la jornada de huelga general en la educación para rechazar los recortes y la última legislación vigente.