
Ascensión Mendieta, en el entierro de su padre. //Foto: Público
Por Álvaro Nuño.
“Gracias por venir a este acto tan triste». Las palabras de Ascensión Mendieta en el entierro de su padre, el pasado domingo en el cementerio civil del Este (o de La Almudena, como quieran llamarlo), reflejan el sentimiento de esta valiente mujer de 92 años, que ha luchado sin descanso hasta poder darle una sepultura, velarle y llevarle flores sobre una lápida con su nombre, reconocible. Su lucha ha sido una batalla continua contra los elementos, contra la historia, contra el olvido, contra un estado de las cosas que prefiere olvidar y no reabrir viejas heridas, un discurso, claro, que mantienen los que no las sufren. Ascensión ya ha cerrado la suya y a sus 92 años puede morir en paz después de haber encontrado el cadáver de su padre, que yació 78 años en una anónima fosa común en el cementerio municipal de Guadalajara.
Timoteo era carnicero en Sacedón y secretario del sindicato UGT en Sacedón. Al final de la guerra, en abril de 1939, un militante falangista y un soldado se lo llevaron de su casa a la hora de la siesta y ya no volvieron a verle. Su hija Ascensión tenía entonces 13 años. Muchas familias españolas sufren la misma experiencia o similar. Dicen que las guerras civiles son las más cruentas y la española lo fue. España es el segundo país con más fosas comunes del mundo después de Camboya. Ahí es nada, una vergonzosa medalla de plata que pesa como una losa en la historia de nuestro país. Deberíamos esforzarnos por abandonar tan siniestro medallero cuanto antes.
Sin salir de nuestra ciudad, en el cementerio de Guadalajara hay un millar de víctimas del franquismo que compartían fosa común con Timoteo, unos espacios que serán «dignificados» tras la aprobación por parte del Pleno del Ayuntamiento de una moción sobre el asunto la semana pasada -coincidiendo prácticamente en el tiempo con el funeral en Madrid de Timoteo-. Con el incomprensible voto en contra de los concejales del Partido Popular -aferrado machaconamente al rancio discurso de las dos Españas y de la reapertura de heridas que, como ha demostrado Ascensión, no han terminado de cerrarse para muchas familias-, PSOE y Ahora Guadalajara con el imprescindible apoyo de los dos ediles de Ciudadanos, consiguieron sacar adelante una proyecto para levantar en aquel lugar una lápida corrida con los nombres de las 977 víctimas mortales de la represión franquista documentadas bajo el lema «Por la libertad, la justicia y la democracia», así como un monolito con un plano explicativo de los lugares de enterramiento de las víctimas mortales del franquismo en Guadalajara, que se reparten entre el cementerio civil y el católico. Es de esperar que el equipo de Gobierno ejecute esta vez el mandado del Pleno y se ponga manos a las obra.
«Que esto no le ocurra jamás a nadie» fue otra de las frases lapidarias de Ascensión, mientras portaba un ramo de flores con los colores de la bandera republicana, símbolo que también cubría el ataúd de su padre. Esta anciana se refería al calvario que ha tenido que pasar para conseguir cumplir la promesa que le hizo a su madre antes de morir, dar una sepultura digna a su padre, una batalla en la que no ha recibido más ayuda que la de los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. El Estado español y todas las instituciones a las que llamó le dieron con la puerta en las narices -incluida la justicia-, lo que la llevó a tener que saltar el charco para que, al fin una jueza argentina instruyera el caso -Ascensión celebró su 88 cumpleaños en un avión rumbo a Buenos Aires- y le pidiera al juzgado de Guadalajara exhumar una de las fosas comunes del cementerio. Y tras esta cruel aventura burocrática, a la primera no fue la vencida y los restos de Timoteo no aparecieron hasta la segunda exhumación. Esta operación también ha permitido identificar a otras 27 víctimas. No hay mal que por bien no venga.
La expresión de paz que irradiaba la cara de Ascensión el pasado domingo en el entierro de su padre contrasta con la de desesperación en sus numerosas visitas al camposanto alcarreño en busca de sus restos. Nadie merece pasar por ese calvario, no por una cuestión política, incluso histórica. Simplemente por una cuestión de humanidad.