Dense prisa

Por Borja Montero

Lamentablemente no nos sorprenden demasiado las estremecedoras imágenes que en los últimos días hemos podido ver en Galicia, Asturias y en el norte de Portugal. La Península Ibérica, y por ende España, es un enclave con unas marcadas características climáticas, de sequedad prácticamente extrema durante los meses centrales del año, y con una extensión de tierras forestales y agrarias más que abundante, lo que hace que no sea raro que cada verano nos tengamos que lamentar de varios miles de hectáreas de pastos y bosques calcinados a causa de un accidente o de la acción, muchas veces maliciosa, del hombre. La alerta que nos está dando esta concatenación de incendios forestales que están afectando a las cuatro provincias gallegas, fuegos que se han extendido a una velocidad inusitadamente rápida y en una época del año en el que la humedad y las lluvias suelen estar más que presentes en el día a día de los gallegos, no tiene que ver con lo que ya sabemos, y llevamos décadas viviendo, sino con lo que viene, y de lo que ya tenemos algunas pistas bastante fehacientes.

Cierto es que los incendios son imprevisibles. Nunca se sabe dónde y cuándo van a iniciarse, máxime cuando tienen como inicio la mano del hombre, ya sea por descuido o por malicia. Pero lo que se revela especialmente preocupante en el caso de Galicia no es el inicio de estos fuegos, asunto en el que las Fuerzas de Seguridad del Estado ya están trabajando. Lo realmente dramático es la falta de prevención, una práctica cada vez más común en la gestión forestal en prácticamente todas las comunidades autónomas, que priman la dotación de muchos efectivos durante los meses críticos pero dejan olvidados sus montes durante nueves meses al año, algo que consigue únicamente el efecto perverso de que, cuando desgraciadamente se producen los incendios, sus efectos son más devastadores de lo previsible.

Otra cuestión preocupante de los incendios de estos días, quizás la que mayor análisis requiera, dado que su problemática no se resuelve únicamente con la contratación de unos cuantos bomberos y agentes forestales más, son las condiciones ambientales, que han favorecido la expansión del fuego tanto o más que el estado de conservación de los montes. La extensión de los factores climatológicos críticos para la expansión del fuego, que ahora no se limita únicamente a los meses de verano sino que llegan desde mediados de marzo hasta bien entrado octubre, indican, por un lado, que estos esfuerzos de la administración, tanto los de prevención como los de extinción, habrán de extenderse y extremarse. Y es que el escenario climatológico ya no es el mismo, así que la política de cuidado forestal y de montes tampoco puede ser la misma, y mucho menos volverse más cicatera y restrictiva, siempre y cuando el mantenimiento de la biodiversidad y el entorno natural y la seguridad de los vecinos sigan siendo una prioridad para las administraciones.

El cambio climático es una realidad más que presente en la vida de todos, lo que exigirá sin duda cambios de relevancia en nuestro día a día. Aún comparamos los modelos climatológicos y los calendarios estacionales con lo que hemos conocido hasta el momento, pero nos dirigimos inevitablemente a un nuevo escenario. Los agricultores ya se han visto obligados a modificar en varias semanas sus calendarios de plantación y recogida de diversos productos, desde cereales a frutales y no es de extrañar que las restricciones al uso de agua se conviertan en algo habitual de aquí a una década en muchas zonas de España, por no decir en todo el territorio. Con estos dos detalles como punta del iceberg, podemos inferir que el panorama que se presenta a largo plazo es de una pérdida de calidad de vida bastante importante, con temperaturas más extremas, desaparición de la biodiversidad (lo que se traduce indefectiblemente en pérdida de diversidad también en el plato) y posibles restricciones en acciones que hasta ahora consideramos cotidianas. Y todo ello acompañado de una evidente degradación del paisaje que no hará precisamente fácil la transición (y que probablemente también influya para mal en la seguridad y la comodidad del ser humano).

Así que dense prisa. Si quieren conocer los parques naturales existentes en este país antes de que sucumban a las llamas o a las temperaturas, si desean bañarse en un río caudaloso antes de que las cuencas fluviales se vayan quedando cada vez más secas, si se plantean ver de cerca las especies vegetales propias del bosque mediterráneo antes de que los cambios en la climatología degraden su majestuosidad o los hagan desaparecer, si quieren hacer el Camino de Santiago sin extenuarse en el intento, dense prisa. Para algunas otras cuestiones, como navegar por el Mar de Castilla, ya es tarde. El panorama, lamentablemente, no es nada halagüeño y esos incendios inmisericordes en la que solía ser la esquina más húmeda de España en el que solía ser el mes más lluvioso en estas latitudes es solamente uno de los indicios que nos muestran que ya no hay vuelta atrás. Esperemos poder ralentizar el proceso, aunque no vamos precisamente por el buen camino.

 

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