Diez años del coloso Corte Inglés

El Corte Inglés de Guadalajara, por dentro. // Foto: EFE

El Corte Inglés de Guadalajara, por dentro. // Foto: EFE

Por Patricia Biosca

Existe una red llamada The Global Consciousness Project (GCP) que desde 1998 intenta averiguar si la atención social compartida por millones de personas en todo el mundo en el momento en el que ocurre un hecho muy relevante puede ser medida de forma científica. Durante todos estos años, este experimento ha revelado conclusiones sorprendentes en momentos como catástrofes aéreas, el entierro de Lady Di o el 11-S, donde los indicadores se dispararon incluso antes de que ocurrieran los hechos. A nivel mundano, aquí entra en juego la pregunta “¿qué estabas haciendo tú cuando…?”, con una respuesta más o menos argumentada y detallada en la mayoría de los casos debido a su repercusión multiplicada por la sociedad de la información. Pues si la red hubiese monitoreado solo Guadalajara justo hoy, hace diez años, seguramente hubiese empezado a pitar la máquina y a escupir papel contínuo atravesado por unas rayas frenéticas, tipo “máquina de la verdad” cuando el sometido al test miente (perdonen por dar rienda suelta a mi cabeza cinematográfica). El 21 de noviembre de 2007 abría sus puertas El Corte Inglés de la ciudad.

Cientos de personas se agolpaban a las puertas del centro comercial, iluminado con unas luces que parecían el reclamo de Batman para la batalla, pero rodeado aún de grúas y restos de obra, sin los accesos rematados, que terminarían años después. La estampa era muy parecida a las rebajas de enero de los centros comerciales que salen por la televisión en la Navidad (cada vez menos frecuentes porque el impulso del consumismo ha impulsado las ofertas todo el año), pero con caras más o menos familiares en las imágenes. Hay quien se saltó las clases para acudir a tal magnánimo evento. Yo era de las renegadas, que decían que seguirían frecuentando “las tiendas de la Amparo”, que tantas alegrías nos habían dado a los escolares en las horas libres o en las tardes de asueto con las amigas entre perchas, probadores y etiquetas (¡ilusa de mí!).

A medida que pasaban los meses y la oferta del centro comercial Plaza aumentaba, la sociedad guadalajareña iba cambiando de hábitos y los centros de reunión social se trasladaban entre las brillantes paredes de esta nueva infraestructura, que nacía al calor de una crisis que hacía proliferar los rumores sobre su buena marcha. De manera paralela, los locales del centro iban cerrando, aunque en los últimos años se han puesto en marcha diferentes iniciativas para volver a reanimar un tejido empresarial tradicional que quedaba herido de muerte. Solo el nombre, la especialización y las rentas salvaron a algunos empresarios, para los que las grandes superficies son el rival a batir.

Ahora, una década después, el Ferial Plaza es parte integrada de la ciudad. Lo utilizamos como plan cultural (“¿vamos al cine?”, “¿vamos a cenar al nuevo italiano?”), como referencia en ubicaciones (“tienes que tomar la salida de después de El Corte Inglés”), como solución a los regalos inesperados (“me pasaré por el Ferial Plaza a ver qué encuentro”), como salvación en general (“voy a ver si no me han cerrado las tiendas, que creo que están hasta las diez”). Las grandes multinacionales, que antes se ubicaban en la calle Virgen de la Amparo, se han concentrado en el Ferial Plaza, más luminosas, más grandes. En su lugar se ubican tiendas low cost en las que solo queda el recuerdo de aquellos paseos juveniles en las horas de “pellas”. Incluso las ferias y fiestas giran en torno a este enclave, que se ha vuelto un sitio tan familiar como la tahona del pan y que ha sufrido hasta episodios que salen en las páginas de sucesos de los medios provinciales.

Felices diez años de cómodo consumismo.

Fdo: una pecadora más.

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