Por Patricia Biosca
Tabarnia ha abierto la veda: la independencia está de moda. Los memes, los virales, las redes sociales y todo lo que sirva para hacer mofa cómoda, desde el sillón, está de su parte. Esas herramientas tan poderosas que te pueden hacer cantante desde la cola del McAuto o que pueden llevarte a la cárcel. O que sirven de desahogo a líderes globales de gatillo/dedillo fácil. Y aunque en Guadalajara se lleva practicando el deporte del independentismo con gracia castellana desde hace ya mucho tiempo, ha tenido que llegar Tabarnia para que el resto de provincias quieran también su trocito de tierra de cachondeo. A pesar de todo, se trata de un momento “perita dulce” que no se puede desaprovechar, así que allá vamos. Yo propongo hasta el nombre: El Alto Señorío de la Alcampínia.
Les juro que he intentado con otras variantes: “Alcampimolitania”, “Campaltoserramol”, “Moliña de la Serriata”… Les invito a que intenten ustedes mismos combinando las nomeclaturas de las cinco comarcas de la provincia (véase, La Alcarria, La Campiña, La Serranía, el Alto Tajo y el Señorío de Molina). Necesitamos un nombre con gancho, no un trabalenguas. Por lo demás, la idiosincrasia de estos páramos nos ofrece el resto (espérense no acabemos escindidos en más países dentro de la propia provincia). Una vez unidos, podemos crear nuevas comarcas. A modo de Tabarnia, y como el resto de lugares que se han atrevido con el ejercicio de reírse de sí mismos, Guadalajara también ha creado (como el resto de España), sus propias formas de dividir el territorio, tan válidas como los nombres propuestos: una base cierta mezclada con una ironía que se puede paladear.
El periodista y escritor Sergio Alberruche mostraba en su cuenta de Twitter una imagen encabezada por el título “Ways to divide Guadalajara” (para los poco duchos en idiomas, “formas de dividir Guadalajara”), con un subtítulo esclarecedor: “No estamos en Jalisco, México. Estamos en España (África)”. La primera, en la frente, que diría algún resabido. Lo que pasa que el “chopito” se dirige directo a la testa de los guadalajareños, que aunque no son muy dados a las bromas, algunas se nos sacan (llegados a este punto recuerdo con especial cariño el vídeo del grupo “Más de un ciudadano”, con zombies, sequía, políticos y rima asonante). Será el carácter castellano.
Precisamente, el carácter castellano está presente en la primera clasificación. Separando por la mitad, a la izquierda vemos la “República castellana” -que para eso es izquierda castellana- y, a la derecha, el «Reino de Aragón» -lo de “Señorío” en el nombre siempre pesa-. También se observan dos grupúsculos, uno en la zona del Corredor del Henares que reza “Colonias de Madrid” y, en la zona de los pantanos, “Anexado por Murcia”. Las lindes están claras. El problema vendrá cuando haya que elegir himno (o libros de texto).
La segunda hace referencia al gusto de los provincianos guadalajareños por la bebida. La “cerveza como agua” es el paisaje dominante (la Mahou ha hecho mucho daño), pero también se puede ver cómo “nadan en vino” en Mondéjar, se ponen “finos seguntinos” en Sigüenza, le dan al orujo o beben alcohol casi para las heridas (aquí una superviviente de las fiestas de Molina. Tengo un diploma que lo acredita).
Y después de beber, llegamos al comer. Si han pasado por el Minizoo de Guadalajara (me resisto a llamarle Zoo municipal y quitarle el encanto al nombre), habrán podido comprobar la cantidad de ganado autóctono que posee la provincia (que puede servir de sustento y mercancía en nuestro proyecto independiente si no nos cargamos antes los ejemplares). Y no son precisamente para adornar los belenes. Por ello, esta clasificación recoge cuatro modalidades: los que comen cabrito asado, los que comen cordero asado, los que comen cualquier cosa “asada” que puedan cazar y los que solo han visto estos animales en fotos por internet y la variante “yanki” de la ternera ha conquistado sus paladares.
La cuarta clasificación atiende a las tradiciones. El Alto Señorío de la Alcampínia puede vanagloriarse de que tiene la localidad donde más bodas homosexuales se llevan a cabo -casi como un parque temático del arcoíris-, se cambia el peso de personas por miel, a los que les gusta cavar cuevas y, sobre todo, “los toros que corren”, todo el tiempo, por todo pueblo que se precie tener unas fiestas. Aquí también cabría el gusto por los petardos y el fuego en general, y las botargas, que es algo así como el tren de la bruja tradicional y castellano. Sin escobas, pero sí con cencerros.
Teniendo en cuenta el dialecto, el “amos anda” marcaría una región diferente de la de los que dicen “maquinillo” en vez de “taladro”. También están aquellos que te llaman “prenda” o los que cuentan de uno a “sais” -¿ha llegado la influencia murciana?-. No sé dónde quedaría la “chumeta” típica escondida detrás de los “visillos” con el “infernillo” puesto en el duro invierno. Pero todo es ponerse a elaborar una RAE propia, oiga.
Para el final queda el paisaje más cohesionador de todo el territorio del Alto Señorío de la Alcampínia. Un factor que une más que todo el pegamento fuerte, que toda la resina de Mazarete. ¿La cultura? Qué va. Al contrario. Porque por más que recen decenas de nuestros carteles que los visitantes pisan “tierra del Quijote”, lo cierto es que ni el loco hidalgo ni Sancho Panza vivieron aventuras por nuestros caminos, aunque eso no parece importar a la cuerda que une ese engendro llamado “Castilla-La Mancha”. La otra opción es El Cid, ese William Wallace castellano que ha hecho más con sus cantares que años de políticas de cohesión. Siempre nos quedará Cela, que aunque solo se paseó por La Alcarria, tenía el superpoder de absorber agua por las vías anales, que es un mérito del que estaba orgulloso (y por eso lo contaba) y una gesta digna de admirar. Por mi parte, me quedo con las Burbutrices, que aparte de hacerlo por amor al arte, han hecho más por la provincia que muchos planes provinciales. ¡Viva el Alto Señorío de la Alcampínia!