Refugiados de élite

Por David Sierra

Vienen para amedrentar. Para destrozarlo todo y sacudir a diestro y siniestro. Bajo el manto de las ideologías totalitarias, que exhiben sin pudor desde sus lugares de origen. Sin control y sin censuras. Lo hacen por todo el continente. Como seres supremos, superiores. En manada. Viajan con armas o, simplemente las adquieren allá donde paran. Y el sistema se caga cuando anuncian sus visitas, enmascaradas entre la grada. Aficionados a la violencia; que han vivido desde su niñez, en su infancia, en su entorno. Enfrentados a las normas con idea de transgredirlas y si se da el caso, hasta la muerte. Lo llevan dibujado. En el pecho o en el brazo. Son sus documentos de identidad. Los que permiten reconocer al salvaje y le diferencian del ciudadano que aparece en la imagen del pasaporte.

Son refugiados. Escondidos en las banderas de equipos de fútbol con cita previa para extraer de sus venas el odio. Cualquier mirada, cualquier palabra, cualquier gesto es una provocación. Así lo toman, predispuestos a repartir hostias. Entrenados para ello. Suman cientos en cada acontecimiento con balón de por medio. Y anuncian por todo lo alto su llegada, sabedores de que nadie va a hacer nada efectivo por frenarlos. Sólo vale protegerse. Les reciben en el aeropuerto con los brazos abiertos. Les escoltan hasta el estadio y les justifican su comportamiento irracional. Montan despliegues de seguridad descomunales con costosos aumentos de efectivos policiales que doblan los habituales. Aunque sus protectores sean también sus enemigos y estén en riesgo, les resguardan. Nadie en su sano juicio lo entiende.

Y cada vez que viajan a una ciudad, los colegios se paralizan. Los contenedores y el mobiliario urbano tiembla. El ambiente se impregna de humo y tufillo a bengala. Los hosteleros y comercios dudan si echar o no el cierre. Quizá preferirían que lloviera para que las terrazas no sufrieran las consecuencias. Saben ingieren alcohol a gran escala, que pueden gastar muchos euros en la barra, pero eso no compensa el miedo, ni tampoco los daños colaterales de una posible riña urbana.

Son ultras con un pasado delictivo considerable. Y a pesar de ello cruzan fronteras con la facilidad que tienen los que se sienten impunes. Aprovechando resquicios legales. Aprovechando contactos. Aprovechando los lazos que desde los palcos la ultraderecha siembra entre las más altas esferas para convertir en mero trámite lo que para otros es un calvario o, simplemente, inalcanzable. Y no hay debate sobre ello. Sólo el paraguas cuando el chaparrón se aproxima.

First Phase DigitalMientras tanto, en las fronteras bañadas por el mar y el océano algunas veces llegan cuerpos ya inertes. Flotando. Que van directos al hoyo. Y otras tantas, aparecen vivos. Exhaustos. Sin apenas prendas encima. Semidesnudos. Con los únicos tatuajes marcados en la piel en forma de cicatrices, huellas de una vida o un viaje de huida a la desesperada. Vienen con las manos vacías y los ojos cargados de historias inimaginables que vislumbran el horror reflejado en lágrimas. Cuando tocan tierra, lo hacen aliviados desconociendo lo que les depara. Saben que han dejado a sus espaldas la muerte con la única esperanza de encontrar refugio. Protección. Ni siquiera piden escolta. A pesar de que sus vidas corren peligro.

Un niño, una niña, una embarazada pueden ser su documento de salvación. Su pasaporte de permanencia. La esperanza de echar raíces en otra tierra. Y sin embargo, los informes contradicen la teoría. El último, elaborado por el Comité de Naciones Unidas para los Derechos del Niño, vuelve a poner en cuestión la legislación española y su aplicación. Solicita a nuestro país el fin de las devoluciones en caliente. Aquellas que se realizan a solicitantes de asilo sin ni siquiera ser identificados. Pero no son refugiados. No son tratados como tales. Y en los centros de internamiento la violencia es el pan de cada día.

En una dirección similar se pronunciaba Amnistía Internacional en su informe sobre la situación en 2017 en el que ponía de manifiesto el incumplimiento de nuestro país con el compromiso adquirido para la reubicación de 15.888 solicitantes de asilo en aplicación del programa de emergencia de la Unión Europea. Al final del pasado año sólo 1.328 personas habían sido reubicadas. La organización denunciaba, además, los retrasos de los expedientes hasta tal punto que las respuestas en las solicitudes expiraban mucho antes de que hubieran sido resueltas.

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Llegada de refugiados a Grecia. / Foto: El País.

Una muerte de susto en Bilbao anima a los responsables a tomar medidas. Lo anuncian. Encaminadas a blindar los acontecimientos con ese miedo escénico aliviado con su más ilustre aliado, la seguridad. A convencer al público de que todo está bajo control, aunque en los aledaños de los estadios se sienta la presencia de la barbarie. Ocurrirá en Madrid. Y posiblemente de nuevo en los alrededores de San Mamés. Con las fronteras de nuevo abiertas para los gladiadores supremacistas rusos. Para llenar portadas y vaticinios sobre los que apostar en la red oscura. Para ser la comidilla del aperitivo.

Europa y nuestro país van camino de convertirse en una gran fortaleza al más puro estilo romano. Y para su entrada es necesario conocer las contraseñas que solicitan los centinelas.  Está claro que por el momento, las claves para abrir esas puertas no se sostienen sobre los valores en defensa de los derechos humanos y se ajustan más nítidamente a los totalitarismos que preconizan el odio y la indiferencia.

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