Por David Sierra
Cayó enfermo. Su piel palideció tanto que parecía haber visto un espectro. Nunca antes había estado tantos días indispuesto. La fiebre, que mareaba el mercurio del termómetro, permanecía presente como muestra de la lucha que sus defensas estaban librando con aquel pasaje vírico. O al menos eso intuían quienes le acompañaban al pie de su lecho. Las especulaciones sobre lo que le podía ocurrir se sucedían al mismo tiempo que cada uno de los pronosticadores le administraba su propia receta. Sin solución eficaz alguna, trasladaron por fin al pequeño al médico. Aún despierto.
El olor a hospital, a centro médico o a todo lo que se le parezca es desagradable. Esa es la asociación que nuestro olfato hace cuando lo detecta. Con la urgencia, al principio, nadie repara en ello, pero la espera lo invoca hasta incluso generar nauseas. El tiempo se detiene desde la zona de triaje. Tiene que esperar a que le vea el especialista. Le dicen. Y todos, rodeando al enfermito, se acomodan en las butacas de una sala semiabarrotada. Fría y silenciosa. Sin alma. Donde la ansiedad aparece en las pupilas de cada uno de los presentes. Donde ni tan siquiera un televisor con voz en off consigue aliviar la estancia.
A partir de aquí, cualquier episodio puede suceder. Depende de la gravedad del enfermo y de su evolución; de la situación personal y antecedentes de cada paciente y acompañantes; de su disposición; de lo larga que sea la espera; de la atención recibida; de la capacitación del personal ante determinadas situaciones; e incluso de la propia situación laboral de los sanitarios.

Médicos del Hospital de Guadalajara se manifestaron por el último suceso de violencia. / Fuente: Nueva Alcarria.
El último episodio de violencia a sanitarios sufrido en la localidad toledana de Camarena (Toledo) donde un médico de urgencias fue golpeado con una barra de hierro por un joven cuando atendía a su padre ha vuelto a poner el foco de atención en las situaciones a las que están expuestos los profesionales sanitarios en su trabajo. Tras el suceso, cerca de un centenar de estos profesionales se concentraban a las puertas del Hospital Universitario de Guadalajara para reivindicar medidas de protección ante la inseguridad que viven en su día a día.
Los datos aportados por el Observatorio Nacional de Agresiones de la Organización Médica Colegial (OMC) son elocuentes en esta materia poniendo de manifiesto que las conductas violentas a sanitarios mantienen una tendencia ascendente en los últimos tres años, llegando a las 515 agresiones en 2017. Insultos y amenazas son las más comunes. Este colectivo denuncia además que buena parte de estas situaciones están relacionadas con aspectos tales como la masificación de las urgencias, la falta de equidad en la atención sanitaria, el aumento de las listas de espera y la precariedad laboral de los profesionales.
A pesar de las últimas medidas tomadas recientemente como la implantación en los centros sanitarios de la figura del interlocutor policial o la reforma del Código Penal que contempla las agresiones a sanitarios como un delito contra la autoridad, éstas se siguen sucediendo e incluso incrementándose, demostrando que las teclas que se han tocado hasta ahora no han sido melódicas. Y es que la totalidad de estas medidas han estado enfocadas a la persuasión y protección de los profesionales de la salud, obviando por completo aquellas que pueden incidir sobre las conductas de los usuarios y pacientes.
Por tanto, a las lógicas reivindicaciones de diversas asociaciones médicas, que abogan por la instauración de dispositivos y protocolos de actuación concretos en los espacios de consulta y cuando la atención se realice ante colectivos y actividades de riesgo; las conclusiones de estudios que inciden en las causas de las agresiones por la masificación de las consultas y una deficiente atención al paciente (que deriva, por ejemplo ante la escasez de tiempo, en un trato despersonalizado que dificulta la relación entre médico y paciente) ponen de manifiesto la necesidad de un mayor incremento en las plantillas de personal sanitario que permitan ofrecer unas condiciones más sosegadas y amables en esta atención.
Profundizar en la relación entre médico y paciente mediante la prestación de un servicio de atención primaria sanitaria basado en la confianza, así como acercar la comprensión de los diagnósticos y los tratamientos especializados al entendimiento del usuario pueden ayudar a reducir la brecha existente entre ambos. Sin embargo, acabar con esta lacra requiere también una mayor inversión para manejar una necesaria reestructuración en la gestión que necesariamente precisa ese aumento recursos humanos, favoreciendo la posibilidad de que los profesionales sanitarios puedan dedicar el tiempo requerido a cada paciente sin resentir o incluso reduciendo los tiempos de espera. Esa rebaja en la carga de trabajo de los responsables sanitarios permitiría también reducir los índices de estrés al que están sometidos, redundando en un mayor beneficio a la hora de desempeñar la labor asistencial. En definitiva, recuperar para los doctores a sus verdaderos confidentes.