Tal como éramos.

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Cómo hemos cambiado. Imágenes para el recuerdo, auténtica memoria histórica de hace apenas unas décadas. Foto: Guadalajara en la senda del tiempo.

 

Por Gloria Magro.

Y no hace tanto, habría que añadir. Para muestra bien valdría ya no un botón, sino en este caso una imagen ajada en blanco y negro, un momento intrascendente en la vida de un pequeño pueblo. La fotografía aparecía publicada estos días en una página de Facebook, Guadalajara en la senda del tiempo: un grupo de niños mirando como se repara una albarda en La Riba de Saelices en 1958, una estampa veraniega y cotidiana convertida en un documento de memoria histórica indiscutible. El entorno que contextualiza la fotografía, paupérrimo, medieval incluso, bien podría ser una escena de las primeras décadas del s.XX al sur de Granada sacada de un libro de Gerald Brenan. Pero no, así eran los pueblos de la mayor parte de Guadalajara hasta las últimas décadas del siglo pasado, aunque ahora nos parezca lejano, por no decir increíble. Sin luz eléctrica, agua corriente ni pavimento en las calles.  Así éramos hace apenas cuatro días. Los fondos de los primeros gobiernos de la democracia a través de la Diputación Provincial, dotaron, en fecha tan reciente como los años 1980, a todos los pueblos de los servicios públicos necesarios, aún cuando ya en muchos casos la emigración los había desprovisto de población a la que beneficiar. 

Los niños de la fotografía de La Riba son a día de hoy los abuelos que cuidan de sus nietos este verano en esos mismos pueblos, por esas mismas calles ya asfaltadas, con agua corriente, baños, electricidad y todo lo demás, incluido wifi. Y sin embargo, hasta ayer mismo, la mayor parte de las localidades de la provincia estaban sin pavimentar y tampoco contaban con alcantarillado así que a la mínima tormenta las calles se convertían en arroyeras de barro y piedras. El ganado transitaba por esas mismas calles con sus pastores, dejando tras de sí su rastro, olor y pulgas, toda vez que los animales de tiro convivían con las familias, fuente de calor natural en invierno.

Todo esto sumado a unas condiciones de vida que poco habían cambiado a lo largo de los siglos, ajenas al progreso general de Europa. A excepción de los pueblos más cercanos a la capital, Guadalajara ha sido tradicionalmente en su conjunto una provincia agrícola de pequeños propietarios que vivían de la explotación de su terreno por medios tradicionales no mecanizados y la comercialización del poco excedente que sobraba tras el abastecimiento de la familia y el ganado (*). Un modo de vida autárquico y una economía de subsistencia que condicionaba la vida social hasta las emigraciones de los años 1960. Sin clases sociales diferenciadas, dado el escaso tamaño de las localidades, las sociedades rurales que se conformaban resultaban cerradas e impenetrables a cualquier cambio, a diferencia de lo que ocurría en los pueblos más cercanos a Guadalajara, donde desde principios del s.XX la incipiente industria y la concentración de la tierra convertía a muchos jornaleros en obreros, una clase social más receptiva al cambio. Si a esto unimos la orografía de la provincia y unas vías de comunicación que en la práctica en muchos casos no eran otra cosa que caminos para caballerías, es posible entender que la Guadalajara rural estuviese anclada en modos de vida que poco tenían que ver con los que disfrutaban sus coetáneos europeos o en la capital de España, por poner un ejemplo más cercano. Pero esos escasos kilómetros de ida y vuelta representaban un mundo de diferencias.

Mientras, la imagen de la fotografía se repetía cual calco por toda la provincia. En los años 1960 aún no se había generalizado el agua corriente, el agua se extraía de pozos y fuentes y la ropa se lavaba en lavaderos públicos, fuera invierno o verano. Las casas no tenían baños, entendiendo por tales la separación de aguas limpias y sucias, se usaban las cuadras o pozos negros que no garantizaban un mínimo de salubridad. Nuestros abuelos no se bañaban nunca en casa pese a las pesadas tareas agrícolas que realizaban. Y aunque resulte difícil de creer, las acometidas de luz eléctrica de muchas localidades tampoco son anteriores en el tiempo. El teléfono y la televisión fueron llegando con cuentagotas a partir de los años 1960 y aún así llegaron mucho antes a muchos lugares que los adoquines, las aceras y el alcantarillado.

Pongamos algunos ejemplos. Valdearenas (300 habitantes en 1960, 87 hoy) tenía suministro eléctrico en algunas casas desde fechas tempranas porque lo producía el molino de harina y aceite, pero las làmparas en las calles funcionaron hasta los años 1960. El teléfono llegó en 1979 y la primera televisión se puso en 1964  en la casa que albergaba el botiquín del pueblo aunque las calles no se pavimentaron hasta fecha tan reciente como 1989. El caso de Hita es un tanto distinto, al quedar completamente destruida en la Guerra Civil. La reconstrucción del pueblo como región devastada se hizo en 1940 pero el agua a cada casa no llegó hasta 1974, pese a que se había canalizado hasta el pueblo con anterioridad. El teléfono lo trajeron los vecinos conectándolo desde Humanes. Mientras, más arriba, los pueblos de la sierra norte estaban aún más atrasados. A no ser que se dispusiera de industria y molinos, como en Hiendelaencina (400 habitantes en 1960, lejos de los cerca de dos mil de principios de ese siglo), que ya a finales del s.XIX se abastecía de energía eléctrica con el Molino de Villares, que también daba suministro a las minas. El agua no llegó a las casas hasta 1969 y ya entonces se puso el firme en las calles. La primera televisión se encendió en 1965, en el despacho parroquial.

Podría suponerse que los servicios públicos llegaron antes a las localidades más cercanas a Guadalajara capital, aunque no es así. Marchamalo, municipio independiente hasta 1973, no tuvo agua corriente en las casas hasta que en ese año se anexionó a Guadalajara, pese a que el canal del Henares se la suministraba desde 1928. Lo inusual y novedoso de tener baño completo en casa lo describe bien Juan Enrique Ablanque, cronista oficial de Marchamalo, cuando dice que «unos vecinos al ponerlo en su casa decían que era por si alguien se ponía malo, en referencia al uso de la ducha».

A principios de 1980, bajo gobierno de UCD, los Planes Provinciales de Obras de la Diputación llevaron los servicios públicos esenciales a todos los rincones de la provincia. Los planes estatales de ayudas a las diputaciones, mucho más generosos entonces que ahora dada la necesidad imperiosa existente, permitieron llevar los tendidos eléctricos, el asfaltado de las calles y las canalizaciones de agua corriente a todos los municipios de Guadalajara, independientemente de su número de habitantes, pese a que la migración a los centros urbanos había hecho ya estragos. A iniciativa de la Diputación, se elaboraron planes anuales que comprometieron y ejecutaron las obras. De esas fechas datan muchas de las placas conmemorativas que a día de hoy aún se ven en  muchos pueblos. También datan de entonces los primeros consultorios médicos e incipientes instalaciones deportivas que aún están en uso.

Los pueblos son para el verano, y sobre todo para los abuelos y los niños. Al menos así es ahora, con el peregrinaje estival que los convierte en ese territorio infantil y un poco comanche común a todas las épocas pese a las carencias de antaño. Ahora ya con todas las comodidades propias de nuestra época, habría que añadir.

(*) Luis Enrique Esteban Barahona: Guadalajara en el primer tercio del s.XX: Economía y Sociedad. Biblioteca Añil.

 

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Acometida de agua potable en los años 1980. Foto: Alfonso Romo.

 

En sus propias palabras.

Por Francisco Tomey, Presidente de la Diputación Provincial de 1983 a 1999.

En los años 1980 nuestra provincia tenía más de cuatrocientos núcleos de población y y más de trescientos municipios que contaban con más entusiasmo que recursos. Nuestra tierra, y quizá por eso la amamos, no nos regala nada. Hay que arrancarle con esforzado trabajo sus frutos y acaso por eso aquí hay hombres y mujeres de una sola vez. Desde que un caluroso 9 de junio de 1983 accedí a la presidencia de la Diputación hasta que culminé mi responsabilidad al final de la cuarta legislatura mantuve un lema sencillo: Guadalajara y trabajo. 

En los años 1980 recorrí todos los municipios y tomé contacto con la realidad de la gran mayoría de ellos, sobre todo de los más distantes de la capital, que carecían de lo más esencial para ser habitados con dignidad. Carecían de agua corriente en los domicilios y de saneamientos, de luz, de pavimentos, de teléfono, de antenas de televisión. Las iglesias y los Ayuntamientos, lugares de encuentro de sus habitantes, estaban muy deteriorados también. Yo concebía la Diputación como el «Ayuntamiento de Ayuntamientos», el lugar de encuentro de todos ellos. 

Para subsanar estas carencias pusimos en marcha el Plan Provincial de Obras y Servicios con criterios de intervención económica comarcal y sectorial, mejorando también y creando las vías de comunicación. También se pusieron en marcha los Centros Comarcales de Asesoramiento y Ayuda con dotación de técnicos y personal de oficios al servicio de los Ayuntamientos, principalmente de los más pequeños y necesitados.

Impulsamos también la cultura, la educación y el deporte con la Institución Cultural Marqués de Santillana, la creación de los Premios Provincia de Guadalajara en los que participaban los premios Nobel Camilo José Cela y Severo Ochoa. También en esos años se potenció el uso del Colegio San José, se creó el Conservatorio Provincial de Música, se impulsó la instalación de la UNED, de la Escuela de Folclore, los Cursos de Verano y el asentamiento en Guadalajara de la Universidad de Alcalá de Henares, el Polideportivo San José, la Residencia Universitaria y la Escuela de Vela de la Diputación en Alocén, por no hablar de la construcción de frontones en numerosos pueblos de la provincia. 

También nos volcamos desde la Diputación en impulsar la agricultura y la ganadería provinciales, ahí está también la Finca de Solanillos. Y dedicamos especial atención a la apicultura con la Feria de Pastrana. También fue una constante la dedicación y ayuda a nuestros mayores para lo cual se crearon las residencias de Tamajón y Atienza, asimismo se dotó de ayudas al resto de las existentes en la provincia, de titularidad religiosa. 

Con la perspectiva que da el tiempo discurrido desde entonces, puedo decir que estoy muy orgulloso de la labor que a lo largo de mis años en la presidencia de la Institución Provincial realizamos para mejorar la vida de los guadalajareños, llegando a todos los rincones de la provincia. 

 

 

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