Las colinas tienen ojos

Por Borja Montero

La ciudad de Guadalajara estrenará dentro de unos meses unas nuevas cámaras presuntemente destinadas al control del tráfico y la mejora, por tanto, de la movilidad en el interior de la ciudad. Estos nuevos dispositivos serán nueve y se instalarán en seis de los principales accesos rodados a la ciudad ( carreteras de Fontanar y Cabanillas, avenidas del Ejército y de Aragón y calles Francisco Aritio y Toledo). El proyecto, que incluye otras medidas orientadas a la mejora del tráfico y la movilidad peatonal y cuenta con el visto bueno del Fondo Europeo de Desarrollo Regional, que financia el 80 por ciento, se iniciará en breve ya que esta semana se ha procedido al último escalón burocrático necesario antes de las obras, la firma del acta de replanteo.

El debate de la instalación de cámaras en los espacios públicos, siempre con las sonoras referencias al siniestro Gran Hermano que plantea George Orwell en su «1984», una obra que, en cierto modo, se ha revelado más de ciencia que de ficción, viene de lejos y es bastante prolijo en argumentos tanto a favor como en contra. Sea como fuere, desde que hace casi un cuarto de siglo, en 1994, el entonces alcalde de Madrid, José María Álvares del Manzano, planteara la posibilidad de instalar cámaras de vídeo en determinadas calles del centro de la capital, el dilema entre la privacidad y la seguridad ha tenido constantemente un ganador claro. Los negocios, que al principio se limitaban a grabar lo ocurrido en el interior de sus locales, han ido ampliando el área de sus vigilancias; muchos edificios de cierta relevancia cuentan con zonas de seguridad a su alrededor y los ayuntamientos no han tenido inconveniente en ir ampliando su red de dispositivos de videovigilancia, tanto en materia de tráfico como por cuestiones de seguridad.

De este modo, el ciudadano se ha acostumbrado a que haya cientos de ojos mirándole prácticamente en cualquier esquina, sobre todo en los lugares más concurridos de cualquier ciudad, y ya casi no repara en ello, una inconsciencia que a los vecinos de a pie, bienintencionados y prudentes, nos lleva a no reprimir actitudes y comportamientos en público y llevar una vida normal. Supongo que, para aquellos que pretenden hacer el mal, estas cámaras sí supondrán un mayor estorbo a sus planes de delinquir, si bien la experiencia nos ha demostrado que también se buscan sus mañas para poder seguir cometiendo latrocinios y transgresiones de todo tipo.

Y es que, en materia de seguridad, este tipo de aparatos se utilizan, salvo en determinados lugares privados como supermercados, para conseguir información a posteriori que pueda ayudar a esclarecer delitos ya cometidos, no para prevenirlos. De este modo, una vez conocida una determinada denuncia, los agentes encargados de su investigación acceden a las imágenes para ver qué pueden sacar de ellas: reconocimiento de los culpables, seguimiento de los mismos, posibles escondites o reincidencias…

En el caso de las nuevas cámaras que se estrenarán en los accesos a la ciudad es que ya no será necesario un tratamiento posterior de las imágenes, sino que éstas, per se, llevarán a cabo un análisis automático de lo que ocurre frente a ellas. Y es que estos dispositivos serán capaces de leer las matrículas de los vehículos que entren y salgan de la ciudad, por lo que pueden llevar a cabo un registro automático, sin mediación humana, de los movimientos de la población. Ahí encontramos un nuevo elemento que acrecienta el debate sobre lo correcto de este tipo de medidas de control de la población: el procesamiento de lo que se ve en las pantallas, que al no precisar del ojo humano va a ser mucho más rápido y efectivo, generando millones de datos, y el uso que se puede dar a esa información.

Hasta el momento, este reconocimiento de matrículas se había utilizado en lugares privados o con acceso restringido, para permitir o denegar el acceso a un espacio privado o llevar un registro de sus usuarios o para multar a aquellos que accedían a zonas semipeatonalizadas a las que solamente se permite el acceso de un grupo reducido de vehículos. Sin embargo, las cámaras de Guadalajara no tienen un cometido concreto como éste sino que simplemente irán almacenando miles de datos, tantos como coches salen y entran de la ciudad, sin motivo aparente y, por tanto, sin necesidad imperiosa que justifique el despliegue tecnológico. Supongo que, en alguna ocasión, habrá algún vehículo implicado en algún asunto turbio que pueda ser identificado o localizado gracias a esta lectura de placas, pero me pregunto, máxime en una ciudad tranquila como Guadalajara, cuántas veces sucederá esto.

En China ya están probando con las cámaras con detección facial automática. Esperemos no llegar a eso en nuestras calles ya que eso sí significaría una monitorización total de todos nuestros movimientos y una sensación insoportable de control.

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