Por David Sierra
Era el primer Clásico de la temporada sin estafadores reconocidos sobre el terreno de juego y a una hora para el pitido inicial el bar estaba prácticamente vacío. La televisión, de al menos 50 pulgadas, ya emitía los prolegómenos del encuentro con retransmisiones en directo desde los aledaños del campo de fútbol culé. El eco de la voz del comentarista retumbaba en las paredes del local como si de una cueva se tratara. La sobremesa no es buena hora para jugar al fútbol. Y menos aún un partido de esa trascendencia. Eso murmuraba el dueño de la cervecería mientras se afanaba en la limpieza de las mesas.