Por David Sierra
Conducía por la autovía en la oscuridad a las tantas de la madrugada, sin destino y con velocidad de crucero. Eso decía. La línea continua del margen derecho de la carretera alertaba de la muerte en caso de ser rebasada. La mente se evadía al infinito en las largas rectas de las llanuras manchegas dando pie a las ideas más rocambolescas. Una daga invisible hendida en el corazón propiciaba un dolor inmenso que le hacía estallar el pecho. La soledad vestida de túnica y con guadaña acecha cuando la mente se torna frágil y endeble. Vehículos de frente con las luces largas deslumbrando le incitaban a ideas de volantazo para poner punto y final a tan acuciante sensación. Recuerdos que hubiera sido mejor olvidar, que le enmudecían el carácter o aireaban anhelos de situaciones que una vez le encumbraron a lo más alto para después desvanecerse, agotaban su memoria en cualquier estado sentimental.
No había vuelta atrás. Requirió ayuda para el olvido y encontró viejos compañeros de fatigas. Embotellados como siempre. Al principio surtía un efecto aliviador, pero iba perdiendo facultades a la par que aumentaba el número de tragos. Las noches eran cada vez más largas mientras que las horas de luz apenas tenían importancia. Y es que hasta de su propia sombra se avergonzaba. El miedo comenzó a rondarle sin excusa. Sin avisos. Los refugios fueron desapareciendo hasta el punto de que no se sentía seguro en ningún lugar ni en ningún estado emocional.
Cada escena en su vida era una oportunidad para arrojarse al vacío. Le obsesionaba la idea de aniquilarse hasta el punto de imaginarse yaciendo en el lecho, desangrado. Teatralizaba, en solitario, cómo sería ese final. Guionizaba su día a día con argumentos sustraídos de las dramatizaciones de los noticiarios que reforzaban eso de que nada merece la pena. Sin oportunidad de integrarse en ningún colectivo sobre el que sustentarse, las esperanzas puestas en la tecnología de la red social le llevaron a la más crítica de las situaciones, aquella de retar al miedo y ejecutar lo que la imaginación alienta. Por suerte, aún lo cuenta.
“El Acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos”, decía el escritor y filósofo francés Albert Camus. Atender a este hecho, entre otros, en el mundo actual y con especial atención en los jóvenes ha sido lo propuesto en el Día Mundial de la Salud Mental que tuvo lugar el 9 de octubre. Y Guadalajara no ha quedado al margen, a pesar de la escasa visibilidad mediática y concienciación social que aún existe a la hora de abordar cualquier asunto que tenga relación con eso que llaman ‘salud mental’.
A nuestro alrededor, en nuestra familia, o incluso nosotros mismos podemos ser uno de esos ‘locos’, de esos ‘chalados’, de esos ‘dementes’, de esos ‘chiflados’, de esos ‘que están para que les encierren’ ya que estamos expuestos a situaciones como la depresión, el estrés, los trastornos alimentarios, los ligados al consumo de sustancias como el alcohol o las drogas e incluso los surgidos por el uso excesivo de las nuevas tecnologías, que aparecen ante los retos cambiantes que se suceden en las sociedades actuales y que puede degenerar en decisiones tan trascendentales tal como el suicidio. De hecho, atendiendo a los datos que publica la Organización Mundial de la Salud (OMS) esta patología figura entre las 20 causas de defunción más importantes a todas las edades a nivel mundial de tal forma que cada año casi un millón de personas acaban con su vida de manera voluntaria.
No obstante, este año las reivindicaciones de las asociaciones que trabajan con los colectivos que sufren algún tipo de alteración mental han estado dirigidas a poner de manifiesto la importancia que tiene el actuar de manera temprana en su detección, dado que cerca de la mitad de los trastornos mentales se manifiestan antes de los 14 años. Y, de hecho, el suicidio es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de 15 a los 29 años.
Aunque las diferentes asociaciones y organismos relacionados con este asunto advierten que la manera más eficaz de combatir este tipo de trastornos es mediante la prevención y el reconocimiento de los síntomas, la sensibilización social es aún incipiente y el camino que queda es largo en materia de comunicación a pesar de los esfuerzos. Como en muchos otros temas centrados en la infancia y la juventud, la necesidad de estrategias integrales que combinen los esfuerzos en materia social, de salud y educación junto con la inversión necesaria para su puesta en marcha son el quid de la cuestión. Para eso, el primer paso es crucial y consiste en que las propias asociaciones abran las cortinas de sus centros, expongan los datos de manera pública, y sean acreditados con casos concretos para que permitan tomar la concienciación social que merecen.