
Safira es trasladada por la ambulancia después del su desahucio. // Foto: Guadaqué
Por Patricia Biosca
Imaginen esta situación: un niño juega a peinar a sus muñecas. Tiene varias, pero solo dos manos, por lo que debe aparcar a unas, como en la peluquería cuando las señoras esperan su turno, mientras atusa a la elegida. En ese momento aparece una prima que también quiere jugar a las muñecas. Pero el niño se niega a dejarle ninguna porque dice que son suyas, ni siquiera una Barriguitas medio calva que tiene abandonada. ¿Qué le dirían al niño si fueran sus padres?
A ver qué les parece esta reacción: “Fulanita, tienes que entender que aunque eres una niña y tu derecho es jugar, no puedes tener ninguna muñeca, ni siquiera a la andrajosa Barriguitas, porque pertenece a tu primo, Menganito. Si él no te la quiere dejar, no podemos hacer nada”, le dirían. La niña, con ojos llorosos, diría que se conforma con peinar un rato a la Barriguitas. Que además la limpiará y la dejará más guapa. “No puedes porque tus padres no han pagado esa muñeca, por lo que no se han esforzado como los demás que sí la han comprado”, vuelven a argumentar los padres del chico. La niña volvería a señalar el juguete con calvas que apenas había recibido atención del niño durante mucho tiempo, implorando, llorando. “Que tus padres te compren una, que para eso trabajan. Si no, vuelve a tu casa y coge tu propia muñeca. En el caso de que no tengas ninguna, puedes ir a pedir las que ya no quiere nadie, que se donan a la caridad. Aunque hay más niños en tu misma situación y no la obtendrás al momento. Nos das pena, pero no se puede ir dejando todo así como así”, sentencian los padres. Como pueden imaginar, Barriguitas acaba sin peinar y la niña llorando.
Posiblemente crean que se trata de una contestación totalmente ridícula y estarán conmigo en que también es una posición egoísta. Lo más lógico sería explicarle al niño que tiene que compartir -más aún cuando le piden juguetes que ni siquiera está utilizando- y que, posiblemente, un día sea él el invitado en la casa de su prima, quien le agradecerá que le haya prestado aquello que no utilizaba. O simplemente como actitud ante la vida, la enseñanza de lo que significa la generosidad y que “dignifica al ser humano”, que dirían los moralistas. Ahora, con pinzas, extrapolen esta historia cambiando los actores: el niño es, en realidad, una entidad bancaria que posee varias viviendas vacías (que serían las muñecas) y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha son los padres (aquí no se vayan al chiste de los Reyes Magos), que justifican el egoísmo del hijo. Como son niños, sé que el ejemplo no es justo, porque los pequeños tienen el poder de reblandecer el corazón de cualquiera. Aunque si le digo que la verdadera protagonista de la historia es una chica de 23 años con una discapacidad del 66%, ¿notarían una mayor similitud en el ejemplo?
La protagonista real se llama Safira Sánchez, quien vivía ocupando un piso vacío de protección oficial desde hace cuatro años en el barrio de Las Ramblas, en Guadalajara. A pesar de que la misma ONU exigió la paralización del expediente, los trámites iniciados por el banco, cuya intención es vender la vivienda (que ahora los precios empiezan a subir y los activos tóxicos empiezan a convertirse en medicina), se han llevado a término hoy. La Junta (a la que me imagino rasgándose las vestiduras si su equipo de Gobierno se encontrara en la oposición) se defiende alegando que no es su guerra y que le ha ofrecido todas las alternativas que estaban en su mano, que eran similares a las que ofrecían los padres a la niña: beneficencia.
Pero por si la noticia no fuese descorazonadora de por sí, muchos internautas han querido compartir su valiosa opinión, porque al igual que yo, no se resignan a dejarla en las sobremesas de los domingos. Los comentarios siguen líneas terroríficas, argumentando que no se puede permitir que cualquiera -ni una persona discapacitada ni el mismísimo conde del Infantado, ocupe una vivienda, porque no es justo para quien está pagando una hipoteca-; que “pobre chica”, pero que está mal que ocupe algo que no es suyo, porque si no, todos empezaríamos a colarnos en casas ajenas compradas con el sudor de nuestra frente -da igual que sea del banco, que también sudó la gota gorda para ser rescatado por nuestros impuestos-; que los que se quejan y defienden a Safira deberían darle ellos mismos cobijo y dar ejemplo -aunque la propia Safira no lo haya pedido, porque según reza en la Constitución, tiene derecho a una vivienda digna-.
Piensen una última vez en el relato de los niños: ¿qué hubiesen perdido los que compraron la muñeca por dejarle un rato -que no regalarle- el juguete a la niña? ¿Dinero? No, porque el desembolso ya está hecho. ¿Posesiones? Tampoco, porque la muñeca seguiría siendo del niño. En cuanto a si sería un agravio para otros poseedores de muñecas: qué diantres le importa o le afecta esta situación, que tampoco pierden su propio dinero o sus propias posesiones. ¿Acaso temen un “motín juguetero” en el que se robarán todas las Barriguitas viejas a las que nadie preste atención?
Y toda esta parrafada se habría podido evitar si se le hubiese explicado a Menganito que, en teoría, posee cosas, pero debe compartirlas. En primer lugar, porque ha tenido la suerte de tener unos padres que le proveen de juguetes, al igual que los bancos unos gobiernos que se pliegan a sus demandas, incluso aunque sean caprichosos y hayan hecho carantoñas en forma de créditos otorgados a diestro y siniestro que ahora no se pueden pagar. Y, segundo, porque a los niños caprichosos, que todos sabemos quienes son -incluida la Justicia, que ha encarcelado a algunos de ellos-, se les debe explicar por qué está mal lo que hacen y que daña a otras personas, que acaban llorando (y esto es igual para todos los damnificados: la niña y los clientes de los bancos).
Para los que hayan conseguido llegar hasta aquí y estén soltando improperios contra mi persona, les diré que se queden a gusto y no se repriman, que luego se hace bola y eso no es bueno. Pero también quiero puntualizar que no se trata de quitar la única muñeca a un chaval que no posee nada más; ni de justificar el robo de un juguete porque no se tengan posesiones; mucho menos de hacer apología de la “okupación” y llamar a la invasión de inmuebles vacíos. Se trata de aplicar lo que yo identifico como el sentido común, identificar a los verdaderos niños caprichosos y prestar ayuda, en forma de Barriguitas o lo que toque, a quien necesite ayuda. Y puesto que mi opinión es tan válida como la de una alpargata, aquí les dejo la de Platón, por si les sirve de algo: “En una hora de juego se puede descubrir más acerca de una persona que en un año de conversación”.