
Edificio abandonado donde se produjeron los hechos de la violación en grupo en Azuqueca de Henares. // Foto: El Español
Por Patricia Biosca
Guadalajara, esa provincia que no suele salir en los titulares de los medios nacionales, fue noticia la pasada semana por un acto brutal, cruel, salvaje, vomitivo: la violación en grupo a una menor de 12 años. Durante un año los hechos permanecieron ocultos a la opinión pública, entre susurros de pueblo. Aunque aquella ominosa tarde Policía y Guardia Civil se pusieran a investigar a los seis agresores tras la denuncia; aunque había otra niña que se salvó casi de milagro de un infierno que duró 45 minutos; aunque el grupo de amigos de ambas estaba presente en las inmediaciones de aquel inmueble abandonado que sirvió para tapar tres cuartos de hora de horror; aunque existía un instituto en el que todo el mundo sabía qué es lo que había pasado el 15 de marzo de 2018. Y durante 365 días nadie dijo nada. ¿Por qué?
Esa es la pregunta que más resonaba en las comentarios del artículo publicado primero en El Mundo y después replicado hasta saciedad en medios de comunicación y en redes sociales. Muchos apuntaban a una conspiración de la izquierda política y las “feminazis locas” para acallar una historia cuyos verdugos eran magrebíes (de hecho, la otra niña se salvó de la violación por su procedencia). Un silencio para, supuestamente, evitar dañar al colectivo inmigrante ha sido el argumento constante. Hay quien incluso lo ha esgrimido para denunciar el “acoso” sufrido por el grupo sevillano que violó a la chica en Sanfermines, aquellos que se hacían llamar “La manada”. “De ellos sabíamos hasta cuando se tiraban un pedo”, decía uno de los comentarios escrito por un nombre de mujer. Ante tanta crítica, la subdelegación de Gobierno ha tenido que explicar que en los casos de este tipo de abusos o perpetrados por menores no se suelen dar explicaciones oficiales. Y aquí se conjugaban ambas situaciones: menores y violación, un cóctel que da miedo.
“Que la gente saque la información complementaria de que son inmigrantes para hacer sus campañas en Twitter no lo comparto y me parece que es lo menos importante del caso”, afirmaba el periodista Roberto Mangas, responsable de destapar el asunto en una entrevista en la Cadena Ser de Guadalajara. Aún así, los comentarios no cesan y calientan un caldo de cultivo envenenado que nos va a abrasar la boca en cuanto lo ingiramos en la bacanal de los sucesos. Esos mismos que vemos todos los días en televisión alimentando horas y horas de programas, incluso los del corazón cuando el hecho es especialmente seguido por la sociedad. ¿Cómo se les escapó durante un año a los medios, ávidos de informaciones morbosas que les otorguen la atención del público?
Porque los periódicos, las televisiones y las radios han introducido en la agenda setting este tipo de sucesos, dándoles un pábulo nunca antes visto y llegando hasta límites insospechados de amarillismo. La sociedad consume con ansia y sin masticar este tipo de contenidos. Pero, ¿buscamos realmente saber qué pasa a nuestro alrededor o nos hemos convertido en unos yonkis de los detalles escabrosos? Cada día que me hago esta pregunta -últimamente cada vez más a menudo- la balanza se inclina más bien hacia lo segundo. Y no puedo evitar pensar que en estos últimos días la vida de la niña agredida posiblemente se haya hecho más complicada aún leyendo lo que decían de ella y del que seguro fue el peor día de su corta vida. La sociedad clama por conocer este tipo de actos, pero… ¿para qué exactamente?
Mientras, los demás le echamos la culpa a los medios, a los políticos, a los móviles, a las redes sociales, a los valores en decadencia… Seguimos enfrascados en broncas sobre la procedencia de esos malnacidos en cualquier lugar del mundo que violaron a una pobre chiquilla un día que pasaba el rato en un parque. Nos tiramos argumentos sin datos reales (si metiésemos en una hucha 5 céntimos por cada vez que alguien dice la mentira de que la mayoría de los agresores sexuales son inmigrantes, nos íbamos España entera, incluidos los extranjeros, de crucero por los fiordos Noruegos) a la cara virtual, avivando un odio gratuito y dañino que nos hace olvidar el hecho de que unos chicos, sea cual sea su procedencia aunque residentes entre nosotros, violaron a una niña. Una chiquilla que solo ha vivido 12 años y que tendrá que cargar con el peso de un brutal ultraje a su humanidad el resto de su vida. Sigamos hablando de nacionalidades mientras nos falte a todos educación.