
Prádena de Atienza, medio centenar de habitantes, solo dos niños. Foto: Foro-ciudad.com
Por Gloria Magro.
Muchos de los lectores habituales de El Hexágono estarán estos días por los pueblos de Guadalajara pasando la Semana Santa, si no han sido disuadidos por la lluvia, y dada la escasa cobertura de banda ancha que hay aún hoy en amplias zonas de la provincia, lo más probable es que hasta el lunes no puedan leer El Hexágono ni acceder a ningún otro contenido online. El acceso a la red, la distancia a los centros educativos y las carencias sanitarias en un entorno cercano son algunos de los problemas que disuaden a muchas familias a la hora de plantearse el retorno al medio rural. Todo suma o más bien todo resta si hablamos de porqué la gente no quiere vivir en los pueblos. O no. Hay para quien estas y otras muchas dificultades no suponen un elemento disuasorio a la hora de iniciar un modo de vida alejado de los centros urbanos.
Isabela tiene 6 años y fue el primer niño en ser inscrito en el Registro del Ayuntamiento de Prádena de Atienza (51 habitantes) en décadas. Junto a su hermano Adrián de quince meses, son los únicos niños del pueblo. El transporte escolar lleva a Isabela a diario al colegio más cercano en Atienza, a 27 kilómetros. Me cuenta su abuela, Carolina, que la familia materna primero se instaló en La Mierla (41 habitantes) pero la falta de servicios les obligó a desplazarse, primero a Prádena y ahora a ellos, los abuelos, a Jadraque, donde tienen más servicios. Los padres de Isabela, Ionut Botez (Juan) y Carolina Gallego, continúan en Prádena, a cargo del bar del Centro Social. Ella es la juez de paz de la localidad y su marido, el alcalde. La vida es dura en los pequeños y dispersos pueblos de la sierra, los inviernos largos y la economía, escasa.
Muchas de las personas que retornan al medio rural lo hacen por motivos económicos, en busca de un medio de subsistencia que la ciudad les niega y en muchas ocasiones a eso se reduce todo: a subsistir. Otras veces hay detrás un nuevo comienzo y un plan de vida un poco más elaborado. A Cristina Pacheco, una aparejadora de Majadahonda y a su marido, un asentado empresario de la construcción, se los llevó la crisis económica por delante así que decidieron reinventarse y convertir lo que parecía un problema de envergadura cuando ya se tiene cierta edad, en un nuevo comienzo. Primero se instalaron en Heras de Ayuso y unos años después decidieron comprar una vivienda en Rebollosa de Hita, una pequeña aldea de 45 habitantes y apenas una escueta línea en la Wikipedia. Cristina cuenta que sus comienzos como urbanitas de clase acomodada en estos pequeños pueblos de Guadalajara no fueron fáciles: «salimos de nuestra zona de confort pero buscábamos estar cerca de Madrid, de la familia, y a la vez un lugar habitable con carreteras, internet, médico… adoptamos un pueblo o más bien ellos nos adoptaron«. Sin un pasado rural, pero de espíritu luchador, la aparejadora metida en un principio a paisajista con una socia local, cree que el problema de fondo hoy en los pueblos está en el inmovilismo y en «la pérdida de las esencias rurales». Aún así, cree que los nuevos vecinos que deciden instalarse en ellos traen consigo ya no solo el conocimiento y la formación de la que en muchos pueblos se carece, sino también el impulso y la renovación necesarios para la vida actual, aunque sea a muchos kilómetros de la ciudad. Y eso lleva a inevitables roces con los lugareños, poco dados a actualizar costumbres y también poco dados a confiar en los forasteros.
Algo así les ocurrió en un principio a Nuria y a su marido cuando decidieron dejar primero Arguelles y después Alcalá de Henares por Guadalajara. En el valle del Badiel, en Utande, funciona desde hace poco más de un año un pequeño alojamiento rural cuya mayor atracción, aparte de la amabilidad de los propietarios y su compromiso con una vida rural ecosostenible, es un pequeño burro. Casa La Nuri es el proyecto presente y futuro de Nuria Tornero, su marido Curro y sus dos hijos pequeños. «Vivimos en Utande desde el año 2004 y hemos apostado por la vida en el campo, con un contacto directo con la naturaleza y con la tierra. Soñamos con un mundo rural vivo. Creemos en el desarrollo sostenible y estamos comprometidos en la construcción de un mundo diferente», se puede leer en su web. Nuria y su marido se multiplican para salir adelante. Además del alojamiento rural, ella se dedica al diseño gráfico y a la ilustración de naturaleza y su pareja, biólogo y hortelano ecológico, surte desde su huerto de Utande a un colectivo de consumidores en Alcalá de Henares, Alkhalachofa.«Esto es lo que hemos querido hacer siempre«, cuenta Nuria por teléfono, y reconoce que no lo han tenido fácil porque la vida en los pueblos no lo es: «yo le saco partido a todo esté donde esté, hay que amoldarse siempre desde el optimismo» y cita como un valor necesario la solidaridad entre vecinos y la ayuda mutua. También cree que con su profesión vivir en un pueblo la invisibiliza y que necesitarían más recursos para modernizar su viejo tractor y pagar ayuda en el campo, aunque el grupo de consumo alcalaíno acude cuando se les necesita. En cuanto al futuro, a Nuria le preocupa que no haya bachillerato en la cercana Torija, ni acceso a la Formación Profesional en muchos institutos rurales.
Al otro lado de la provincia, Campillo de Ranas es un ejemplo de éxito económico, una localidad que ha sabido convertir su nombre en lo más parecido a una marca comercial que hay en Guadalajara, ligada a la celebración de bodas rurales. En un principio, lo insólito de las ceremonias para la comunidad gay, en las que fueron pioneros en España, le dio a Campillo proyección internacional y una visibilidad que se traduce desde entonces en una importante actividad hostelera que a día de hoy parece asegurar el futuro del pueblo y de sus 145 habitantes. Sólo en booking.com aparecen 54 establecimientos hosteleros al teclear el nombre del pueblo y la oferta de restauración también es amplia. Sin embargo, Campillo ya no cuenta con escuela rural, los últimos 6 niños se fueron a estudiar a Yunquera hace unos años y con ellos se marcharon las familias, dándole un buen mordisco al censo. Pese al boom económico de la localidad, la población también va allí en descenso.
Francisco Maroto, el alcalde, tiene bien articulado el discurso de la despoblación, especialmente en su zona, la sierra. Y aunque su pueblo es una rara avis, no se muestra especialmente optimista “Nunca se va a vivir en el campo como en la ciudad -afirma-. Nosotros en Campillo tenemos todo lo que tiene la ciudad en cuanto a comunicaciones, turismo, internet, pero los que aquí vienen no dejan de ser población circulante, no tenemos un alza de población significativa”. Y cree que “los pueblos que no tengan un atractivo temático están condenados a desaparecer”. Maroto opina que no hay futuro para las pequeñas localidades ganaderas de la sierra y que la suya será la última generación que mantenga los rebaños, económicamente poco rentables y ligados a una vida en extremo sacrificada. Y sin embargo, el edil de Campillo de Ranas cree que el modo de vida rural no puede perderse: “llegará un momento en que la sociedad reaccionará. Todos vivimos del campo, el agua que beben en Madrid sale de aquí y esto hay que mantenerlo en condiciones, sin basura…”.
La clave, a su juicio, está en que los jóvenes de los pueblos se han educado para marcharse, para buscar un futuro mejor alejado de la agricultura y la ganadería de sus padres, “el arraigo se ha roto”, cree Francisco Maroto, “los que llegan preguntan por una casa para descansar en Semana Santa, en el verano… los pueblos nos vamos a convertir en urbanizaciones en las que todo viene de fuera y eso nosotros; los demás, los que son más pequeños, desaparecerán”. En Campillo ya hay bodas y banquetes programados para todo 2020.
La despoblación y el retorno no se escriben siempre en clave económica. Me dice Julián de Mingo, ex alcalde de La Toba (115 habitantes) que el censo en su pueblo ha bajado desde la última convocatoria electoral y que los pocos jóvenes que han vuelto en estos años lo hacen para hacerse cargo de las explotaciones agrícolas de sus familias, nada nuevo bajo el sol, pese a que La Toba cuenta con un abultado presupuesto municipal. El pueblo se beneficia de los réditos que proporciona el cercano pantano de Alcorlo, que abastece a los regentes del Henares. Nadie lo diría a ver el estado lamentable de la carretera que le da acceso. Su arreglo es una demanda histórica de la localidad..

Obras de pavimentado de la Diputación Provincial en Alcolea de las Peñas (13 habitantes). Foto: MAS Castilla La Mancha.
Y pese a todo, las administraciones se vuelcan con la Guadalajara despoblada. Las cifras de las inversiones previstas, apabullan. Solo la Junta de Comunidades destina en los presupuestos de 2018, aún en vigor, más de diecisiete millones de euros a infraestructuras sanitarias en la provincia, la inversión en infraestructuras educativas asciende a 2.590.000, a infraestructuras de atención social se están destinando más de 1.200.000 euros, y en materia de carreteras o infraestructuras de agua o depuración se están invirtiendo 8.835.000 euros. La Diputación, a través de fondos propios, también realiza obras de mejora en diversos ámbitos englobadas en un Plan Provincial de Inversiones. La Diputación prevé invertir en 2019 más de 5,7 millones de euros en diversas actuaciones en materia de agua con el objetivo de mejorar las condiciones de depuración y calidad del agua de los municipios de la provincia. Otro millón y medio para infraestructuras en municipios afectados por la despoblación, 4,2 millones de euros para el Plan de Arreglo de Caminos. Y habría que mencionar las obras de mejora de las redes de abastecimiento y de pavimentación en Alcolea de las Peñas, Fuencemillán, Jirueque, Copernal, Bañuelos…
Y aún así, los pueblos solo se llenan de vida estos días de Semana Santa y en verano, no logran fijar población y atraen a nuevos residentes con cuentagotas. La próxima semana otra entrega sobre despoblación en Guadalajara, esta vez con una tendencia aún minoritaria pero en la que podría estar la salvación del medio rural: los repobladores.