No sorprende

David Sierra

No sorprende. A pesar de la aparatosidad, de las imágenes grabadas “in situ” con teléfonos móviles y del sonido de las sirenas de un lado a otro, no sorprende. A nadie. Lo dice el refranero español, que poco se equivoca. “Septiembre, o seca las fuentes o cubre los puentes”. Ni las lluvias caídas en el levante español, ni las posteriormente caídas en el centro peninsular; ni en Guadalajara en particular sorprenden. El agua en tromba bajaba por las calles empinadas buscando ese curso alterado a diestro y siniestro por el descalabro inmobiliario y la sinrazón en los procedimientos de construcción. Las balsas se acumulaban allá donde las pendientes se encuentran. Los desagües tragaban agua como si tuvieran resaca. Y en algunos garajes se ponían de nuevo en evidencia los desmanes del urbanismo salvaje.

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Los bomberos tuvieron numerosos avisos en las tarde del domingo. / Foto: http://www.lacronicadeguadalajara

Dana pasó por Guadalajara. La tormenta no fue para tanto y, si bien es cierto que superó los 17 litros por metro cuadrado en la tarde del domingo y en un intervalo de apenas una hora, las consecuencias originadas por el aguacero tienen como único responsable a la política que, a lo largo de las últimas décadas, ha permitido el desarrollo de la ciudad obviando por completo este tipo de fenómenos.

Cualquier persona de edad algo avanzada puede documentar con experiencia propia acontecimientos meteorológicos extraordinarios que suelen tener presencia en las vísperas de otoño y primavera, cuando las masas de aire frío llegan y aún el calor del verano no ha desaparecido o a la inversa. Las tormentas y sus consecuencias son habituales en nuestra Guadalajara. Y cuando suceden, pueden generar, en función de su magnitud, desbordamientos de ríos y acequias. Nada nuevo.

Publicaba en marzo de 2010 el desaparecido El Decano un artículo escrito por Marta Jiménez en el que ponía de manifiesto la ausencia de estudios e investigaciones suficientes para prevenir y reducir los riesgos de anegaciones. Lo hacía a través del que fuera, por aquel entonces, investigador titular del Instituto Geológico Minero, Andrés Díez, especializado en análisis de riesgos de inundación. El texto destacaba también que en la capital había más de un centenar de edificaciones en zonas inundables. Han pasado casi diez años, pero la situación apenas ha mejorado. Y ha tenido que ser la recesión económica la que haya paralizado algunos proyectos que estaban previstos ocupando zonas de alto riesgo.

Es cierto, no obstante, que Guadalajara es una de las provincias con menor exposición a este tipo de situaciones. Los pantanos de Alcorlo, Beleña o El Vado ayudan a regular el caudal del Henares y de sus afluentes minimizando el peligro. Por el contrario, las probabilidades de que la ciudad acabe sometida al caos del agua han crecido en la medida en que cada vez son más las zonas de curso hídrico que se han pavimentado o canalizado, impidiendo la filtración del agua y acelerando o alterando su discurrir. De este modo, es menor la capacidad de controlar estas situaciones con precipitaciones de similar densidad.

Tampoco sorprende que Ecologistas en Acción siga denunciando el incumplimiento constante del artículo 28 de la Ley del Plan Hidrológico Nacional, introducido en 2001, que impide la construcción en cauces y zonas inundables de riego y obliga a las administraciones a eliminar aquellas que en ellos se encuentren. A pesar de la claridad de la legislación, las administraciones públicas continuan cometiendo barbaridades en este sentido ante la pasividad y permisividad de los órganos encargados de llevar a cabo ese control en las cuencas de los ríos y sus inmediaciones. Según apuntaba esta organización ecologista, más de 700.000 personas tienen sus viviendas en zonas inundables donde las probabilidades existentes entre una inundación y otra es de 10 años.

Por otro lado, las disminuciones de caudal como consecuencia de las sequias – y en Guadalajara deteriorada por el trasvase que no ha cesado de enviar agua a pesar de las inundaciones, ha originado un aumento de la superficie a la vista en los márgenes de los ríos y afluentes y el incremento de mayor vegetación en las riberas. No son pocos los alcaldes de municipios que han trasladado de una forma u otra su preocupación a Subdelegación del Gobierno, Diputación Provincial y Confederación Hidrográfica del Tajo por la total ausencia de limpieza de estos cauces. Y cuando llegan estas fechas su temor se acrecienta ante la posibilidad de que ante una avenida puedan crearse presas naturales que ocasiones inundaciones catastróficas. Los esfuerzos para obtener una respuesta eficaz suelen ser en vano. Tampoco a estas alturas sorprende cuando incluso desde estos organismos se cuestiona el cambio climático.

Queda mucho por hacer y por cumplir. La naturaleza envía constantemente señales antes de producirse las tragedias. Guadalajara ha recibido dos de manera reciente. Su respuesta, cimentar la ribera del Henares. Atentos a las consecuencias.

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