Por David Sierra
Ya decían que, de pequeño, era un poco “rarito”. No se comportaba como los demás chavales. Jugaba en solitario, como si supiera que era diferente al resto, sin saber en qué o porqué. En su casa, nunca sospecharon nada, aunque reparaban constantemente en que Manuel era un muchacho “especial”. Achacaban su comportamiento retraído a su insuperable timidez y no daban importancia a otros asuntos cruciales que en la adolescencia adquieren la relevancia suprema cuando entra de lleno la efervescencia por otras personas.
A partir de ese momento, se buscó las habichuelas. La identidad con la que sentirse en plenitud. Y al cabo de un tiempo, la encontró. Nunca dijo si fue mediante la experimentación o era algo que le venía adquirido. Tampoco valoró la posibilidad de que fuera una enfermedad o un castigo del más allá por el que debiera de hacer voto de castidad para salvar su alma. El dato tampoco importaba, ni ha importado, salvo en algunas situaciones de esparcimiento en las que, a modo de chiste, daba una de cal y otra de arena a fin de otorgarle curiosidad al secreto.
Fue en la madurez de su juventud cuando dejó el armario. El cisma familiar que pareció ser, nunca llegó, a pesar de la pesadumbre inicial de los progenitores. Ayudó el vivir fuera, en una de esas regiones de costa, cuyos habitantes cansados de presenciar continuamente en las visitas veraniegas la transgresión de la moral dominante, interiorizaban cualquier diferencia como normal. En todas las casas cocían habas, por lo que se guardaban mucho en los reproches.
En el pueblo, cuando acudía, la cosa cambiaba. Nadie preguntaba, aunque entre corrillos algunos se jactaban. Era un modo de afirmar su hombría que se convertía en cobardía, cuando por la calle con él se cruzaban. Le analizaban, tratando de encontrarle la “pluma” que nunca tuvo. Se mostraban distantes. Angustiados, no fuera que se enamorase de alguno. Y, en el más estricto privado, se cuestionaban que a ellos mismos pudiera también pasarles. Las conversaciones en torno al tema revelaban todo tipo de pensamientos y situaciones en las que se daba rienda suelta a las promiscuidades más extravagantes.
En esa época, hace ya más dos décadas, y en un pueblo como los de nuestra provincia hubiera sido mucho más complicado dar el paso. Aún hoy día, resulta complicado. Los avances en este sentido no han sido en vano, a pesar de la invisibilidad que algunas administraciones han fomentado cuando los colectivos lo han intentado. Por eso es tan importante que una ciudad como Guadalajara haya acogido con total serenidad los trigésimo primeros encuentros estatales de la diversidad sexual. No es una cuestión baladí, que esta provincia y esta ciudad, en la que un partido homófobo ha obtenido un diputado, se convierta en unos días en el centro nacional de la pluralidad. Y que todo haya transcurrido sin ese despendole atribuido.
En este sentido, lo cierto es que las voluntades institucionales han cambiado y aunque la sociedad alcarreña aún debe recorrer un largo camino en este apartado, con el apoyo de las administraciones eso suele ser más sencillo. Traer esta concentración a Guadalajara es un primer paso, pero no el único. Es fundamental demandar políticas en todos los ámbitos que erradiquen la exclusión social y la discriminación por cuestiones de género e identidad sexual. El reto es arduo puesto que el punto de partida sigue estando demasiado bajo. No se trata de convencer, sino de enseñar a respetar y entender que cualquier persona tenga garantizados los mismos derechos al margen de cualquier condición sexual.
Al acecho están los “lovox” que intentan aprovechar la más mínima fisura para poner en riesgo los avances alcanzados y los que están por llegar. Son los beneficiarios de la desigualdad generada por los gobiernos que actúan con tibieza. Los garantes de esa moralidad arcaica que tratan de imponer con extrema brutalidad. De hecho, en el último año varias organizaciones sindicales como USO y CC.OO han advertido un incremento en los delitos de odio relacionados con la orientación sexual y la identidad de género, una circunstancia que coincide en el tiempo con el ascenso político de la formación de ultraderecha.
Urge, por tanto, aprovechar las sinergias actuales en el gobierno regional de PSOE y Ciudadanos en torno a este asunto, de cara a la agilización de esa Ley LGTBi prevista y dotarla del presupuesto suficiente para combatir con todos los mecanismos las desigualdades por identidad de género. Apremia también para evitar lamentos como los de la vecina Castilla y León donde la coalición formada por el “trifachito” compuesto por Partido Popular, Ciudadanos y VOX han rechazado la tramitación de un texto legislativo similar presentado por segunda vez por la Federación Castellana y Leonesa de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales (FECyLGTB+) para su debate como proposición de ley.
Es el tiempo de actuar. De aunar consensos y establecer los mimbres necesarios para que no se produzcan pasos atrás. Es la hora de combatir con normas y leyes las imposiciones procedentes de otras épocas. Es el momento de que personas como Manuel puedan manifestar cualquier condición sexual con naturalidad, sin que ello suponga un menoscabo o un desprecio de su identidad. Y quienes pueden hacerlo, cada día que pasa, están tardando.