¿Qué es? ¡Hay 665.000 bombillas de color!

Caja de regalo de la plaza Mayor. // Foto: Guadaqué

Caja de regalo de la plaza Mayor. // Foto: Guadaqué

Por Patricia Biosca
Ya saben de mi gusto por el “chumeteo” en redes sociales. Paso más tiempo del que reconozco y debería haciendo scroll arriba y abajo y disfruto sobremanera de los comentarios de las entradas, sobre todo de las noticias de Guadalajara. A pesar de ello, he conseguido mantenerme “virgen” ante las noticias sobre el alumbrado de la capital alcarreña. Incluso con el jugoso vídeo con caras tremendamente sonrientes del alcalde, Alberto Rojo; el primer teniente alcalde, el “ciudadano” Rafael Pérez Borda; la responsable municipal de festejos, Sara Simón; y el portavoz del PP en el Ayuntamiento, Jaime Carnicero -con un gesto mucho más serio que sus compañeros de tarima- haciendo una cuenta atrás un tanto descoordinada y casi cantando bajo la lluvia. Sin embargo, la fortuna -o mi amigo Diego, al que le debía un décimo de Lotería, que es la ilusión navideña de los pobres adultos- me ha llevado hasta la calle Mayor y ese despliegue de luz y color del que alardeaba el primer edil sin yo aún saberlo. Y ha sido una revelación.


De camino he visto los tradicionales motivos navideños que suelen adornar lo alto de las calles: campanas, lacitos y “felices fiestas” que en algunos casos parpadean a la velocidad de rayar la epilepsia. He pensado que los actuales alcaldes de Vigo y Madrid se reirían en nuestra cara por el triste despliegue que estaba observando por la calle, al que le hacían sombra muchos de los balcones adornados por entusiastas de la Navidad al que no les importa que su factura de la luz y el odio de sus vecinos crezca en enteros. El caso es que bajaba por la calle Mayor tranquila, oliendo las castañas asadas, intentando atisbar algo de felicidad en la cara de los transeúntes que me inspirara para este artículo y la administración de Lotería correcta en la que mi amigo me aseguraba que había reservado el décimo cuando, de repente, la ilusión, la fantasía, el desenfreno navideño, el sueño mojado de cualquier instagramer se abalanzaba sobre mí: ¡una caja de regalo tamaño cinco por seis metros y medio llena de bombillas de colores cambiantes en la que puedes vivir el sueño de convertirte en la colonia que tu madre le regala a tu padre todos los años!

Cuando me hallaba con una expresión corporal similar a la del meme de John Travolta confuso, sin saber si de repente en vez de en Guadalajara estaba en el alumbrado de alguna feria andaluza de un pueblo mediano con mucha industria, una nueva sorpresa me dejaba con la boca más abierta que un niño recién levantado un 25 de diciembre por la mañana. La caja mágica de las luces se fundía en negro para reiniciarse desde abajo, al ritmo de una canción que emociona solo con escucharla… ¡El temazo de la catarsis de Kevin McAllister en “Solo en casa” justo antes de prepararse para la batalla final contra los cacos! Y mientras las tonalidades del coro infantil subían y bajaban en perfecta armonía por la escala musical, el verde, el rojo, el dorado y no sé cuántos colores más se sucedían en aquel alarde de Cortilandia cuadrado en crisis que se me ha antojado una maravilla navideña sin parangón hasta la fecha. Ni los balcones, por mucho que me pese.

En ese justo momento me llega un mensaje al móvil de un afortunado que vive cerca de aquella fanfarria. Le pregunto acerca de si ha visto el despliegue multicolor. “Ah, sí, la rave que han puesto en el ayuntamiento”, me contesta. Exacto. Es una rave infantil con todo lujo de detalles, hasta con el tiovivo también sobreiluminado que podría hacer las delicias de un niño puesto hasta arriba de algodón de azúcar. Los chavales corren por dentro del regalo, tiran del abrigo a sus padres para que les monten en el cacharro con caballitos de plástico y coches de carreras en miniatura, chillan y bailan poseídos del espíritu navideño. Y no me quiero imaginar cómo está la cosa en el otro nuevo invento, la bautizada como “la ciudad de la Navidad”, en el mercado de Abastos. Aquella zona albergará la tradicional pista de hielo -en esto no pongo mucho entusiasmo porque no soy fan de romperme la crisma-, un tobogán de cinco metros (¡de cinco metros!), otro tiovivo (¡otro más!), diversos puestos de comida, algodón y chocolatería -más azúcar, por favor- e incluso una ludoteca infantil. Solo con pensarlo me siento como Jack Skeleton en el momento en el que se cae en la puerta de Ciudad de la Navidad para fliparlo en colores. El espíritu de Santa Clavos está en mi interior. ¡Puedo sentirlo!

“Esperemos que os guste a todo el mundo y, si no, siempre se puede mejorar… en años sucesivos”, decía el alcalde justo antes de darle al botón falso del alumbrado navideño. Yo no pido más. Si acaso, les escribiré a los reyes para desear los ya tradicionales combates entre Hello Kitty y Bob Esponja de Aliexpress -siempre de mano de profesionales dados de alta en la Seguridad Social y con unos sueldos dignos, por supuesto-. Que digo yo que lo mismo podemos ahorrarnos unas pocas de las 665.000 bombillas que hemos puesto para tal fin y sumar este teatrillo en los pases de 18.30 y 20.30 en la plaza Mayor.
¡Feliz Hallo… digo, Navidad!

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