
El grupo expedicionario con el pico Ocejón al fondo. //Foto: S. N.
Por Patricia Biosca
Ese lugar común de “año nuevo, propósitos nuevos” nos llega a todos. Con más fuerza a los herederos sin drogas ilegales de la Generación Beat, los que compartimos el gusto por la juerga más o menos legal y la letra más o menos bien escrita, aunque sin trabajos que nos lleven a la gloria (de momento, que confiamos en nuestro ego). Así que un nutrido grupo de cuatro periodistas de diferentes pertenencias se embarcaron en la arriesgada empresa de subir el Ocejón el pasado domingo. Su objetivo: cambiar las resacas por actividades de provecho al aire libre, como promesa de la nueva etapa que se abría después de Navidad. Pero, por supuesto, todo no iba a salir según lo planeado y una tal Gloria también se quiso añadir al plan…
La nueva amiga Gloria ya había anunciado que estaría con la comitiva y con todos los españoles, en plan omnipresente, y la Junta había emitido una alerta para que todos supieran que el fenómeno con nombre de mujer se presentaría a todas las fiestas. El equipo, que se veía a sí mismo como una copia cómica de “Al filo de lo imposible” -incluso se había bromeado con el visionado de la película “Viven”, para tener recursos llegado el caso- no se amilanó, y recibió con los brazos abiertos a su compañera improvisada que, lo mismo de la alegría de sentirse aceptada, zarandeaba el coche de forma juguetona de camino a Valverde de los Arroyos.
“¡Joder, qué frío!”, fueron las primeras palabras que se escucharon nada más abrir las puertas del coche. Antes, una de las integrantes había rogado por un café rápido, petición que el grupo aceptó. Una casa de pueblo que hacía las veces de bar -Valverde tiene un gran índice de establecimientos de restauración por vecino, y muchos son hogares particulares reconvertidos al calor del goteo de los viajeros- se mostró propicia para tal acción. Cuando se disponían a abrir la puerta, una señora, que se podría calificar de robusta, se adelantaba desde dentro, proponiéndoles una enigmática pregunta:
—¿Habéis llamado vosotros a la puerta o ha sido un espíritu?—, decía mientras aparecía por detrás su hija, que explicaba que su madre llevaba todo el día pensando que había alguien extracorpóreo rondando la casa. Al grupo no le había dado tiempo ni a coger el pomo, así que más allá del ruido de su charla, no podían explicar el asunto esotérico que intrigaba a la dueña del bar. Un poco con cara de estupor, entraron. Era un pequeño establecimiento que tenía un diminuto recibidor seguido de un habitáculo con dos mesas, separado de una barra de madera -repleta de todo tipo de espirituosas de alta graduación- de la cocina, y una estancia contigua algo más grande que hacía las veces de restaurante.
Dos cafés con leche y un cortado después, entablaron conversación con la amable tabernera, quien les recomendó abandonar el plan inicial de subir al Ocejón y quedarse en las míticas chorreras, el paraíso del jubilado senderista de domingo y de las excursiones sin pretensiones de colegio. “Encima aquello está nevado”, advirtió la señora. Lo mismo se habían pasado de frenada con el objetivo de la primera misión, así que el equipo, admitiendo su poca profesionalidad, decidió aminorar el riesgo y hacerle caso a la señora del bar.
Mientras caminaban, Gloria les daba alguna tregua. El cielo estaba despejado y el sol calentaba en exceso para la cantidad de ropa de abrigo que llevaban. Y es que ella andaba liándola por otros lugares. A esas mismas horas, los feligreses de la iglesia de San Ginés que se dirigían a misa de 12 veían con terror cómo Gloria zarandeaba el cartel del Niño Jesús de la fachada que seguía felicitando la Navidad un 19 de enero, igual que el “Felices fiestas” luminoso que colgaba de la fachada del santuario principal de Valverde. Debe ser que la provincia entera se resiste a abandonar las fechas del espumillón. Sin embargo, ante la tranquilidad de las bombillas valverdas, los bomberos tuvieron que ir a socorrer al pequeño Jesucristo, que finalmente tuvo que ser desmantelado ante el ímpetu del viento (hasta el año que viene si Dios quiere).
A pesar de los avisos, el grupo de expedicionarios se encontraron con otros osados que recorrían el mismo camino gélido, decorado con pequeñas de nieve virgen y broches brillantes de hielo en los arbustos. “Debe ser una ruta conocida”, comentaba a su paso una decena de jubilados activos que venía de vuelta. A pesar del frío, se dejaba sentir la típica camaradería cercana del campo, esa en la que siempre se saluda o se permite el paso con una sonrisa. Las vistas, impresionantes: la nieve de la cima formaba remolinos de polvo blanco por la acción de la juguetona Gloria, que sobre todo se detenía en las partes altas de la montaña con más envergadura de Guadalajara. Una hora después, la temperatura caía de forma drástica en el valle cerca de las cascadas, donde el sol no podía entrar. Allí, el paisaje se tornaba por entero blanco, e incluso se dejaba coger en las manos en forma de precipitación, lo que la compañía aprovechó para volver a la adolescencia (en orden inversamente proporcional a su edad: a más edad, menos cabeza).
Detrás de los últimos árboles se revelaba la cascada de las Chorreras de Despeñalagua que, si bien “no son el Niágara”, que le advirtió uno de los integrantes del grupo al otro, tampoco están mal. Una vez realizadas las fotos de rigor, incluidas las artísticas tomadas por Jesús, un viajero amable que aceptó retratar aquel momento para el equipo periodístico, tocaba la vuelta. Sin mayores incidentes más allá de un desafortunado paso dentro de un charco, la comitiva se paró a comer sus viandas en la explanada del pueblo. Allí Gloria se sentó a comer con ellos. Gloria y un perro que buscaba los restos del festín, incluidos los papeles de plata.
A medida que los rayos del mediodía abandonaban la jornada, el frío se colaba más y más en los huesos. Además, las rachas de aire crecían, si bien el grupo no vio árboles caídos, como sí que ocurrió en Guadalajara capital. Para resguardarse del frío, optaron por entrar en calor en un pequeño bar de Tamajón. La comitiva, volviendo a sus raíces deudoras de beatniks de fin de semana, pudo disfrutar de unas cremas de orujo y unos licores de hierbas rodeados de la idiosincrasia de los moradores del establecimiento, que saltaban de tema entre los deportistas iraníes y los problemas que estaba dando el generador. Y es que Gloria se retrasaría un poco a las copas, pero después se vino arriba y se cargó el suministro eléctrico de aquel pueblo, el de Campillo de Ranas y el de Majaelrayo. Y dicen que seguirá de fiesta algunos días más. Cuidado con su resaca.