
Diversos y diferentes pero con un futuro común que nos aporte desarrollo económico y prosperidad.
Por Gloria Magro.
Miles de visitantes de todo el mundo han pasado estos días por el stand de Castilla-La Mancha en FITUR, la Feria de Turismo más importante de España. En un espacio de 1.370 metros cuadrados la Junta de Comunidades ha desplegado un año más todos sus recursos para mostrar al mundo el músculo cultural, gastronómico y de naturaleza que ofrece nuestra región y atraer así visitantes a la comunidad autónoma. Mañana domingo y a modo de colofón, es el Día de Guadalajara en FITUR. Juntos sumamos y no solo en turismo.
La realidad se nutre de mitos y la identidad común también. Algunos son ciertos, otros, meras construcciones culturales. Uno de los símbolos más potentes de la marca España en todo el mundo es la imagen universal de Don Quijote de La Mancha. En Castilla-La Mancha capitalizamos al personaje de Miguel de Cervantes como imán inagotable para el turismo en toda la región. El ingenioso hidalgo atrae a cientos de miles de turistas cada año en un caudal inagotable de ingresos. También Guadalalara y sin embargo, aquí no termina de gustarnos la identificación que hace la Junta con el personaje literario y mucho menos su presencia en los carteles turísticos que se ven por toda la provincia. Esto tal vez sea debido a nuestro desconocimiento de la obra del autor alcalaíno más allá de su primera parte, la más conocida, la de los molinos de viento y los paisajes manchegos.
El cronista provincial de la provincia, Antonio Herrera Casado explica en sus Escritos que pese a nuestras reticencias, don Quijote si pasó por Guadalajara por una mera deducción geográfica, ya que «accede a Zaragoza desde la Serranía de Cuenca, y camina en derechura a través de espesos bosques y oscuras sierras, cruzando sin duda el Alto Tajo y las parameras de Molina. Pero en ningún caso el relato de la tercera y definitiva salida del Quijote concreta ningún lugar que permita identificar pueblos, villas o ciudades de la provincia de Guadalajara (…). Caminan don Quijote y Sancho hasta tres días por terreno áspero, durmiendo y reposando bajo estos densos bosques. Atraviesan sin duda el páramo de Molina, en uno de cuyos términos les sucede la aventura de los alcaldes que rebuznaron y se enfrentaron las gentes de dos pueblos entre sí, saliendo como siempre Sancho molido. Es imposible averiguar cual sean estos pueblos, si es que Cervantes pensó en alguno en concreto». Y así se cae un mito, el que nos desvincula como provincia con el personaje cervantino.
Con el sentimiento castellano nos ocurre algo parecido. Mito, realidad o construcción cultural de última hora con una intencionalidad política muy marcada. Afirma el escritor y Doctor en Historia Contemporánea y coordinador en Guadalajara del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha (Universidad de Castilla-La Mancha), Juan Pablo Calero que «En Guadalajara no había ninguna conciencia castellana en los primeros años 1970″. Y explica que el primer acto castellanista «fue un concierto en Tórtola de Henares de La Fanega, un grupo de música folclórica en la primavera de 1977. Los viajes a Villalar (de los Comuneros) los organizaba un oscuro neonazi de CEDADE, ente de Fuerza Nueva, que movieron aquí una asociación regionalista llamada Comunidad Castellana y que no tenía ese sesgo en otras provincias. La mayoría se orientaba hacia una imposible autonomía uniprovincial». Calero cree que en aquellos años de la Transición política, se trataba de dar continuidad al régimen franquista pero bajo un nuevo barniz democrático y regionalista que en su opinión no tenía razón de ser. «En nuestro caso –prosigue el historiador– era realmente absurdo: ¿qué fuerza habría tenido una provincia empobrecida y desertizada, dependiente de Madrid y con poco más de cien mil habitantes? Guadalajara entró en Castilla-La Mancha porque no tenía otro encaje. ¿De verdad creemos que tenemos más en común con Valladolid que con Toledo?
El documentalista y escritor Xulio García Bilbao, por su parte, también desmiente que en relación con el resto de provincias castellano-manchegas, el nuestro sea un problema de identidad y achaca nuestros resquemores a una mera cuestión de practicidad. «No se trata de un sentimiento reaccionario opuesto a las autonomías, se trata de tener en cuenta los problemas que se crearon al crear la autonomía y que no tienen que ver con la identidad. Mucha gente dirá que a ellos les da igual como se llame la autonomía, ese sentimiento de pertenencia se creará con el tiempo. Pero aunque pasen cien años, hay dos problemas que no se pueden solucionar. El primero, que para ir a la capital de mi región tengo que ir atravesando otra autonomía (Madrid) y el segundo, es que todo nos fuerza a ir a Madrid. No vamos a Toledo, vamos a Madrid, un diez por ciento de la población va a diario a Madrid pero no somos Madrid». Y matiza este experto en documentar la Memoria Histórica, que «la autonomía sin duda ha traído ventajas y autogobierno, pero también un efecto frontera que sin duda ha tenido que ser aminorado mediante convenios de sanidad, educación, transportes… (…) El error ha sido también desde un punto de vista identitario equiparar con la autonomía lo que era un reino, Castilla, con una comarca, La Mancha, que por no tener, no tiene ni unos límites claros».
Otro de los mitos arraigados en nuestra provincia es el de que no solo somos nosotros, los guadalajareños, los que vivimos de espaldas a la comunidad autónoma, sino que el resto de integrantes de la región también nos rechaza o al menos desconoce. Es posible que esta concepción tampoco se ajuste a la realidad. Afirma un conocido periodista de Guadalajara con amplia experiencia en temas políticos y regionales, Luis Vicente Pérez Hernándo, que en sus muchos años recorriendo la región acompañando a consejeros de la Junta por las cinco provincias castellano-manchegas, nunca encontró desconfianza hacia Guadalajara aunque sí desconocimiento mutuo compensado por el interés y el aprecio por lo que desde aquí aportamos a la región. Y señala este periodista que ningún político de visita en nuestra provincia era inmune a la cultura y la naturaleza de nuestra tierra. Por su experiencia, por lo general estos responsables políticos de la administración regional solían reconocer que Guadalajara como provincia les era desconocida hasta el momento pero que les parecía muy atractiva y que seguramente volverían en visita privada.
Pocos son los guadalajareños que se mueven cómodamente por toda la geografía regional. Por lo general, lo nuestro con La Mancha, La Manchuela, los Montes de Toledo, la Serranía de Cuenca, etc. es la historia no de un desencuentro, sino más bien de un desconocimiento. Los guadalajareños no pisamos nuestra región. Cuando nos aventuramos más allá de Madrid -en esta España de las autovías- atravesamos veloces las provincias sin detenernos a ver realmente nada que no sean las áreas de servicio. El ejemplo es que todos conocemos La Roda y sus “miguelitos”, de camino a Levante, y poco más. Pocos han visitado la Feria de Albacete y su recinto histórico, “La sartén”, que sería la envidia del inexistente y precario recinto ferial de Guadalajara, o paseado por las Hoces del Cabriel, o recorrido Ciudad Real en primavera, cuando los campos resplandecen de verdor, sorprendiendo a quienes piensan que aquellas tierras cercanas ya a Andalucía son terrenos poco menos que planicies desérticas.
A día de hoy y en la aldea global en la que vivimos, la construcción de una marca es el paso previo para vender un producto, ya sea éste una entidad comercial, turística o de cualquier otra índole. Como región, Castilla-La Mancha es una marca comercial potente y de reconocido prestigio, cultivada y mimada durante años por la administración regional. La comunidad autónoma vende su nombre internacionalmente y atrae a cientos de miles de turistas. Esta semana se ha presentado en FITUR un nuevo Plan Estratégico de Turismo 2020-2023 que contempla «los planes de promoción internacional más ambiciosos realizados nunca en Castilla-La Mancha, con cuarenta y una acciones internacionales –según ha anunciado la consejera, Patricia Franco-, orientadas a atraer visitantes de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos, Tailandia o México». Además, habrá una estrategia específica para China ya que según la responsable de Turismo este país«en solo dos años se ha convertido en el segundo mercado emisor de turismo a la región».
Y no solo eso, en FITUR también se ha hecho público el Plan Estratégico de la Gastronomía, en colaboración con la Federación Regional de Empresarios de Hostelería y Turismo, un paso más para establecer lazos entre las cinco provincias castellano-manchegas. A la integración por el estómago, se podría decir. Lo cierto es que todo se ve con otros ojos regado con un buen vino de la tierra y acompañado por un buen plato de migas castellanas, aunque no sean exactamente las mismas que las manchegas. En la diversidad está la riqueza y seguramente este plato tradicional nos representa a todos por igual, manchegos o castellanos: comida de aprovechamiento, tradicional, en torno a la cual nadie se siente forastero y que en el fondo nos recuerda un pasado común que nos impulsa juntos hacia el futuro.
Lo ideal sería crear una gran autonomía castellana sin las tres provincias leonesas (León, Zamora y Salamanca) y la murciana (Albacete). Esto incluiría a Cantabria, pero La Rioja puede crear una autonomía del Ebro (Valdebro) con Navarra y Aragón.
Pero, al ser una idea muy ambiciosa, se puede empezar con una autonomía entre Madrid y Guadalajara. Se podría denominar Castilla Central.
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