Juventud, divino tesoro

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Por Sonsoles Fernández Day

Domingo por la mañana en un parque de Cabanillas del Campo. La noche anterior unos chavales se habían tomado las copas en un banco, y cuando se hartaron de pasar frío, se fueron a casa. Había una botella y más vasos por el suelo y en una bolsa, lo que quedaba del refresco y de ron. A menos de doscientos metros hay un contenedor amarillo y unos cuantos más por toda la urbanización, seguro que les pillaba alguno de camino de vuelta a casa. En dos minutos podían haberlo recogido todo. ¿Por qué no lo hicieron?

Puede que fueran los rebeldes del pueblo, si es que existen, que van dejando su porquería por donde pasan, pero no lo creo. Yo creo que no recogen porque no están acostumbrados, porque no les sale natural. Si no tienen a alguien detrás, léase padre o madre, que les pone las pilas y les dice lo que deben hacer, lo cómodo es darse la vuelta, decir Hasta mañana bro, y que le den al banco, al parque, a la ecología y al cambio climático. Ya pasará el servicio de limpieza, porque a lo que sí están acostumbrados es a que otro haga el esfuerzo por ellos.

Generación Zpostmillennials, centennials o generación K. A los jóvenes de ahora, nacidos entre 1994 y 2010, se los conoce de muchas formas. Han crecido en la era digital, son absolutamente tecnológicos, odian que el wifi vaya lento, chatean por Instagram, mientras añaden fotos, gestos, vídeos y ruidos a su conversación, son autodidactas y consiguen lo que quieren con un simple click. Sin embargo, no recogen su basura, dicho sea de paso. Según los estudios, sus principales defectos son la impaciencia, todo lo quieren de inmediato y ya, y el déficit de atención. No son capaces de prestar atención más de 8 segundos seguidos, probablemente porque están atendiendo a más de ocho señales distintas.

Me contaron en una reunión informativa en el colegio de mi hija que, en la EVAU, Evaluación para el Acceso a la Universidad, antes PAU, Prueba de Acceso a la Universidad, antes Selectividad, (qué sencillo era todo antes), por cada falta de ortografía les restan 0,10 décimas de punto. Cuando yo hice Selectividad una falta de ortografía costaba 1 punto negativo. Me pregunto si se han vuelto muy blandos en las Universidades o es que los chavales tienen tantos fallos que, si no bajan la penalización, suspenden la mitad. Es una generación acostumbrada al corrector del Whatsapp, a las abreviaturas, a los anglicismos y a las blogueras, que escriben textos e incluso libros, sin filtro ni cultura. Mal ejemplo. Si la enseñanza no exige unos mínimos, cada vez se va a escribir peor. Y seguimos poniéndoles las cosas fáciles.

No es de extrañar que los jóvenes de esta generación, que tiene la suerte de tener unos padres complacientes y facilones, no tengan ninguna prisa por ser adultos ni por tener responsabilidades. Ahora resulta que los 25 son los nuevos 18. Después de la Universidad viene el Máster y su primer trabajo será como becario. La posibilidad de independizarse es muy complicada y no se lo plantean. Viven en casa de los padres como si se tratara de un hotel y gastan el dinero en caprichos y viajes, porque no tienen obligaciones. Podría llamarse también la generación ‘entre algodones’, the cottonwool generation. Bromas aparte, no creo que les estemos haciendo ningún favor.

En unos años se verán las consecuencias. Los que han crecido consiguiendo el éxito fácil son mucho menos tolerantes con el error y la frustración. Esto les lleva a evitar responsabilidades, huyendo así de los posibles fracasos. Siguiendo la cadena, los cuarenta son los nuevos treinta, tardan más en vivir en pareja y se tienen menos hijos. ¿Cómo serán los hijos de los padres mayores que crecieron sin prisa pero conectados?

Ocurre lo mismo en todos los ciclos porque la esperanza de vida es cada vez mayor. He de reconocer que me parece fenomenal que los cincuenta sean los nuevos cuarenta. Al fin y al cabo, es la etapa en la que me encuentro y yo sí que cumplí ya con mis responsabilidades. Ahora lo que necesito es que mis hijos postmillennials espabilen y me dejen disfrutar de mi segunda juventud.

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