
Salir al balcón es una de las pocas maneras de realicionarse con el exterior. // Foto: Guillermo Mestre (heraldo.es)
Por Álvaro Nuño.
Apenas llevamos una semana enclaustrados en nuestras casas por orden gubernativa y ya estamos que nos tiramos de los pelos. La lucha contra la pandemia nos ha obligado a encerrarnos en nuestras casas y ha cambiado por completo nuestras rutinas. Ahora resulta que echamos de menos que el despertador nos levantara temprano todos los días y ver la cara al jefe desde por la mañana, o a ese compañero de oficina que siempre contaba el último meme que había visto por ahí y del que tú no te habías ni enterado. Labores tan ingratas como bajar a por el pan, hacer la compra, tirar la basura o sacar al perro a hacer sus necesidades se han tenido que racionar entre los miembros de la unidad familiar para que todos chupemos calle por igual. Y es que a muchos se les cae la casa encima, más que por el simple hecho de estar metido en su habitación -algo habitual sobre todo entre los más jóvenes-, porque no tenemos la libertad de hacerlo cuando nos apetezca. Y ahora sí que nos apetece.
Como único contacto directo con el exterior, se mantienen las «quedadas» en los balcones que cada uno hacemos a la hora que nos digan sobre todo por las redes sociales, para hacer tal o cual acción colectiva. La más asentada es la de las ocho de la tarde para aplaudir e insuflar así ánimos a los trabajadores de la sanidad pública en esa batalla sin cuartel que están librando contra el dichoso coronavirus. La idea no es original sino copiada de nuestros vecinos italianos, que sin duda con más gracia que nosotros, decidieron salir a sus ventanas y terrazas a cantar y tocar instrumentos. Aquí tenemos varios problemas para hacer lo mismo. Lo primero es la falta de cultura musical de nuestro país con respecto a los italianos: ¿quién tiene un acordeón, una pandereta o una guitarra preparada para la ocasión y la sabe tocar? Muy poca gente. Después, nuestro himno no tiene letra y no se puede cantar más allá del «chunda chunda tachunda chunda chun» o «chirla chirla tachircla chirla chir», que podría resultar irreverente para unos y patriotero para otros. Desechado el himno, el abanico se abriría por completo para decidir una canción que nos representara a todos o que significara algo especial en esta situación que estamos atravesando. En muchos casos, se está optando por el clásico del Dúo Dinámico «Resistiré»; casi todo el mundo es capaz de tararear al menos el estribillo, pero si nos vamos a la letra completa, la mayoría no tenemos ni idea y habría que aprendérsela (no en una de sus múltiples versiones sino el original). Por tanto, a alguien se le ocurrió el simple aplauso, lenguaje universal, y además dirigido a los de las batas blancas, hoy reconocidos como héroes. Asunto solucionado. Hasta se adelantó la hora de las diez de la noche a las ocho de la tarde para que los niños pudieran participar.
Entre que no hay otra cosa que hacer y que realmente todos debemos reconocer el esfuerzo que los trabajadores de los hospitales -no sólo médicos y enfermeras, sino también limpiadoras, celadores, conductores de ambulancia y personal administrativo-, la cosa ha triunfado y se ha extendido. Los republicanos ya tienen su propia versión a base de cacerolas y sartenes pidiendo al rey emérito que ingrese esos cien kilitos que le dio Araba Saudí, y que guarda entre Suiza y su «amiga» Corina, en la sanidad pública. Los valencianos tocan «Paquito, el chocolatero» para dar ambiente a sus fallidas fallas y ayer a las seis, niños y grandes se pusieron a cantar el «Hola Don Pepito» desde un lado de la calle para que el otro contestara «Hola Don José» para celebrar el Día del Padre y de San José con la popular canción de Los Payasos de la Tele. Vamos que al final, el que no sale a la terraza para hacer algo estos días es que es un soso.
Incluso el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara, organizadores del Maratón de los Cuentos, se ha apuntado a esta moda del bis a bis balconero y ahora proponen que todos celebremos el sábado 21 el Día Mundial de la Poesía a las seis de la tarde colgando poemas en nuestros balcones, en papel, en tela o en el soporte que les plazca pero que se vea, que recitemos «poemas en el aire» a nuestros vecinos desde nuestras ventanas, versos de nuestra propia cosecha o de escritores consagrados, y que elaboremos poemas visuales en fotografías o vídeos, compartiendo los resultados de todas estas actividades con las etiquetas #PoesíaEnCasa, #PoesíaEnGuada y #DíaMundialDeLaPoesía móvil en mano en nuestras rede sociales., aprovechando que estos días están que arden. Y es que una de las cosas que el estado de alarma se llevó por delante fueron todos los actos culturales y convocatorias sociales, como este Día de la Poesía que se iba a celebrar el miércoles 18 de manera masiva por calles y plazas y la participación de colegios, institutos y numerosos colectivos de la ciudad. Apenas 48 horas después de anunciarse tuvieron que anularlo y su celebración virtual es el Plan B.
Y la verdad es que mirando por las ventanas reales, las de los visillos, y las virtuales, la del televisor, el ordenador, la tableta y el móvil, tratamos de pasar el tiempo. No es de extrañar que el consumo de internet se haya disparado estos días y que, todo sea dicho, vaya un poquito más lento por esta saturación. El tráfico ha pasado de las autovías a las «autopistas de la información» y sobre todo, utilizamos los carriles de las populosas redes sociales, incluido el whatsapp, que no deja de sonar en todo el día. Todos buscamos noticias sobre la evolución de la epidemia, a la vez que intercambiamos experiencias, fotografías, vídeos que nos llegan de un lado y de otro y que compartimos con nuestros amigos, la mayoría de las veces con ánimo de reír y en algunas ocasiones con el de llorar.
Otro de los aparatos que parecen no descansar estos días es la vieja televisión. Pese a ser un electrodoméstico para muchos en vías de desaparición, su consumo está batiendo récords con el estado de alarma y las últimas mediciones realizadas dicen que cada español nos pasamos casi cinco horas y media delante de la tele cada día. Incluso el martes 17 llegamos a superar las seis horas y media frente a «la caja tonta». Lo que no nos dicen los audímetros es si esa más de hora y media respecto al mes de marzo del año pasado, por ejemplo, son de los especiales informativos kilométricos que nos ofrecen las cadenas generalistas -incluidas comparecencias de las autoridades de todos los niveles en directo- o si, por contra, buscamos alienarnos con películas, series o programas de entretenimiento que nos hagan olvidar por momentos está cada vez más cruda realidad.
Tratando de unir estos tres canales -los balcones, le televisión y las redes sociales-, incluso un canal local ha hecho un llamamiento a sus espectadores para que les hagan de corresponsales cada uno de sus propios hogares y les muestre a los demás, cómo gastan el tiempo de esta cuarentena. Han conseguido cerrar el círculo.
PD.: Entre camioneros, sanitarios, limpiadoras, cajeras de supermercado, policías y militares, todavía nadie ha salido a sus balcones a agradecer a los periodistas su papel en esta crisis, manteniéndose también en sus puestos de trabajo, a pie de calle y cerca de la noticia, corriendo el peligro para su salud que estos supone, para que todos podamos después saber lo que está ocurriendo al minuto. Ya nadie critica el papel de los medios de comunicación «alarmando a la población» o «exagerando». El tiempo y la realidad ha demostrado que simplemente hacían su trabajo, que es informar. Un aplauso para ellos también.
Hola Álvaro, desde el barrio de Los Escritores tomamos nota y en los agradecimientos de esta tarde irá una mención a vosotros los periodistas y especialmente a los de Guadalajara.
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