El efecto mariposa

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Carátula de la película «El efecto mariposa» (1995, Fernando Colomo) //

Por Patricia Biosca

Seguro que en los últimos meses han escuchado hablar del “efecto mariposa”. Fijo que conocen el ejemplo: “el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar un tornado en Nueva York”. O puede que esas dos palabras solo les evoquen los culos tatuados de Coque Malla y María Barranco, quién sabe. Aún así, seguramente entiendan la relación que esta expresión guarda con los vídeos que les han mandado de chicas chupando murciélagos (versión coña) o imágenes de mercados asiáticos con pangolines enjaulados en pésimas condiciones (versión crítica) que luego acababan con un mapa mundi en el que un punto, normalmente rojo, se extiende por todo el plano. La razón de que algo que empieza en la exótica ciudad china de Wuhan nos acabe confinando en nuestras casas alcarreñas. 

El efecto mariposa señala al hecho de que una mínima variación en dos sistemas complejos iguales -como la vida misma- produce escenarios totalmente diferentes. Y esto entronca directamente con la Teoría del Caos, que postula que cuanto más grandes y complejos son los sistemas dados, más tienden a la inestabilidad, e incluso pueden llegar a colapsar. Pero el caos no se refiere aquí al garabato anárquico de un niño sobre el papel o a la voluntad caprichosa de un supuesto dios; sino a nuestra incapacidad como humanos para predecir las guías que hay detrás de esos escenarios. 

El clima es un ejemplo de sistema tendente al caos: a pesar de que se pueden observar unos patrones debido a las estaciones, no se puede predecir con total exactitud y sufre de “arrebatos”, como los que padecemos estos días. Y no solo son términos matemáticos. El científico australiano Robert May demostró que estas fórmulas matemáticas se pueden aplicar desde la física de fluidos a la economía, e incluso a las poblaciones de seres vivos (incluidos los virus) para intentar comprenderlos, sacar un patrón. May consiguió sacar la pauta que le hizo predecir la crisis financiera de 2008 antes de que ningún ser humano se percatase. Sin embargo, no predijo que en este nuevo caos, tan solo una década más tarde, acabaría su propia vida. Es la inestabilidad predicha por las matemáticas, aún con la certeza de la muerte. 

No soy matemática y, de hecho, hice el bachillerato de sociales, el de los números “fáciles”. Por ello, y aunque de verdad he leído mucho sobre el tema, no sé si era fácil predecir una pandemia de estas magnitudes -aunque no solo las cifras, sino la historia apoyase esta teoría- ni estoy segura si, de haber cambiado lo más mínimo el esquema del principio, nos habría beneficiado en la situación resultante. Como con el efecto mariposa, podemos compararnos con otros países como punto de partida, pero, ¿realmente partimos todos del mismo sitio? Eso mismo me sigo preguntando aún hoy, cuando veo que la sociedad no sigue las normas pautadas o lo hace a lo Frank Sinatra, a su manera (incluida yo).

Y aún así, a pesar de todo, hoy lunes no ha habido fallecimientos comunicados en nuestro país por coronavirus (y, por ende, en Guadalajara), y las infecciones han bajado. Pero ¡ay de la teoría del caos! La situación no es tan simple: existe un complejo entramado totalmente inestable de variables sociales y, sobre todo, políticas, que puede que nos estén tapando deliberadamente no ya el tornado, sino el tsunami que se nos acerca y del que muchos nos previenen. O quizás no, como dicen otros, y no seamos una sociedad tan complicada después de todo. 

El caso es que, al final, como cada lunes desde hace años, mucho antes de saber lo que era la palabra “coronavirus” o que se inventase el término “Covid-19”, estoy escribiendo estas líneas desde mi sofá, apurada por el tiempo que se me echa encima. Al final, y con todo, estoy en la misma situación que un lunes hace cuatro meses, salvo que tengo mascarillas y gel hidroalcohólico en la entrada. Habrá que ver cómo finalmente esa pequeña variante afecta realmente al desarrollo de mi vida. Y a la suya, que supongo por amistad, aburrimiento o pena ha llegado hasta el final de este tostón. Por mi parte, y aunque sea políticamente incorrecto decirlo en estos tiempos, hace rato que abrazo al caos. Así que, para rebajar intensidad, me voy a ver la película de Colomo, aunque al final mi decisión acabe desatando un tornado en Nueva York. 

 

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