Por David Sierra
Pocas alegrías había tenido el sector taurino hasta la fecha. Sin espectáculo en los ruedos, salvo algunos intrépidos recortadores; sin desencierros por las calles y con los campos, por una vez, libres de soportar las locuras transitorias de perseguir morlacos hasta la extenuación para darles matarile de un plomazo antes de caer el sol; todo hacía presagiar que 2020 no tendría hueco para que el aficionado lo celebrase. Y, sin embargo, el año en el que no hubo toros, los encierros de la capital alcarreña se han puesto a la altura para ser catalogados como un acontecimiento lo suficientemente llamativo como para ofertarlo con el sello de turísticamente interesante en esta región. La Consejería de Economía, Empresas y Empleo, a través de su Dirección General de Turismo, daba luz verde a la solicitud planteada por el Consistorio guadalajareño con apoyo mayoritario de la Corporación.
Ni que decir tiene que el procedimiento ha superado todos los trámites como si la cosa ya estuviera encauzada, para que tras 40 años obtuviera ese reconocimiento y que todo ello coincidiera con la semana de Ferias. Y aunque el Covid-19 ha puesto contra las cuerdas a todo el sector, los encierros urbanos de la capital han salido más que airosos sin celebrarse. Quienes hemos vivido este espectáculo desde dentro y fuera de la barrera podemos comprender la repercusión que tiene esta catalogación que aúna experiencias de todo tipo vividas tanto por participantes como por los espectadores. No se trata de tradición, de antigüedad o de repercusión mediática. Ni tan siquiera por la capacidad que pudiera tener para atraer a gentes de otros lugares. Los encierros son el broche final de los días grandes de las Ferias y Fiestas de Guadalajara y el núcleo sobre el que rotan el resto de actividades, incluso para aquellos que no los disfrutan.

En estas cuatro décadas ha habido anécdotas de todo tipo y condición, como los tapones formados por los corredores al entrar al coso taurino en los años 1984 y 1991 o la idea de hacerlos nocturnos, puesta en práctica por el concejal del ramo, Fernando Planelles en 1989, con más dificultades que éxito. O el hecho de empezar con vaquillas para acabar incluyendo en el recorrido a los astados de las lidias con la eterna polémica de si deben salir en puntas o más bien afeitaditos por el bien de los ‘taleguillas’. Las retransmisiones en directo de parte de la televisión local han permitido que el festejo popular pudiera llegar a todos los hogares de la ciudad y hacer participé a quienes por el motivo que fuere no pueden acudir a presenciarlos en el momento.
La catalogación previsiblemente adquirida implica, no obstante, un esfuerzo aún mayor por parte del Consistorio para integrar a quienes aún no están convencidos de que éste sea el acontecimiento más representativo de las fiestas capitalinas alcarreñas. Después de la obligada suspensión de este curso, el Consistorio tiene todo un año por delante para acometer los cambios necesarios que doten a este evento de la categoría que se le ha otorgado, tanto a nivel organizativo y estructural como de difusión. Ello implica el ánimo no sólo en dotar de más garantías a los participantes, sino, sobre todo, más posibilidades a los espectadores y un especial cuidado y dedicación en los principales protagonistas, los turistas.