Por Eva Ryjlen (*).
Mi familia nunca fue especialmente musiquera, a excepción de las navidades donde se cantaban todas la canciones populares del Alamín alrededor del fuego. La música era un divertimento pero también algo que nos mantenía unidos todos los inviernos a pesar de la distancia. Supongo que eso provocaba en mí una sensación de protección, de estar en casa.
A los 16 años monté, con unos compañeros del instituto, mi primera banda de rock y cuando lo conté en casa a mi padre casi le da un siroco. Pasábamos las tardes encerrados en un pseudo local de ensayo tocando canciones de Nirvana, Rem o U2 y creando nuestras primeras, y me voy a permitir la osadía de llamarlas, canciones. En aquel momento la música era el centro de mi universo, me ayudó a superar una adolescencia difícil y me convirtió en la persona que soy ahora. Pero, claro, era un divertimento: no se puede vivir de la música, decían.
Poco a poco, la música ocupaba cada vez más tiempo en mi vida, y un día decidí que ese sería mi camino. Por supuesto tuve que compatibilizar mi profesión con otras actividades. Asumí la precariedad de la industria como parte del trato, aún así sabía que había elegido el camino correcto.
Cuando nació mi hija, mi madre tenía que escuchar, de la boca de gente con tan pocas miras como buenas intenciones: «pero tu hija ya es madre ¿Todavía sigue con eso de la música? ¿Cuándo se va a centrar?»
Porque eso es lo que la gente, con pocas miras ve, cuando tiene delante a alguien que se dedica a una profesión artística. No ven las horas y horas de ensayo, los miles de kilómetros cada fin de semana, las jornadas de trabajo de hasta doce horas diarias (viaje, descarga, prueba de sonido, bolo, carga, viaje) por un salario, en ocasiones, inexistente. Ven a una persona descentrada.
Pero, entre tú y yo, no hay nada que más me centre que la música.
Podría adjudicar a cada segundo de mi existencia una canción diferente porque la música nos calma, nos excita, nos alienta, la música nos hace estremecernos y sentir escalofríos, nos acaricia y nos cura las heridas.
Por eso, creo que lo que le pasa a esa gente, con pocas miras, es que no han llorado con Nina Simone, no les ha arañado el alma Johnny Cash, no se han desmelenado con Gloria Gaynor, no han tenido una ‘Gran Noche’ a ritmo de Raphael, no se han enamorado en un concierto de Suede, o no se han vuelto locos con sus amigos cantando a voz en grito ‘Debaser’ de los Pixies, no han tenido una ‘Revolución Sexual’ en La Casa Azul, no han sentido la belleza en la voz de Barbara Streisand y definitivamente no han conocido ese maravilloso mundo que describía Louis Armstrong.
Si lo que queremos es dejar morir esta industria, estamos dejando morir la música, esa música que es parte de nuestra cultura, que es parte de nosotros, entonces nos convertiremos en una sociedad compuesta por gente de pocas miras. Entonces nos quejaremos de que la juventud no tiene pensamiento crítico, a lo mejor Bob Dylan les podría haber ayudado con eso. Nos quejaremos de que hemos construido una sociedad vacía, podría haber probado usted con Lou Reed, Aute o Leonard Cohen. Nos quejaremos de que somos una sociedad carente de emoción y empatía. Si no has sentido emoción escuchando la Sinfonía no3 de Górecki es que estás muerto.
Así tratamos los trabajadores de la industria del espectáculo de representar lo que está pasando en nuestro sector. Vestidos de negro, porque estamos asistiendo literalmente a la desaparición de nuestro medio de vida.
Porque a pesar de que hemos cumplido con todas las medidas de seguridad en cada uno de los actos que se han realizado desde que se declaró el estado de alarma, y de que no ha habido ni un solo contagio que pueda achacarse a los trabajadores del espectáculo, se nos estigmatiza, incluso desde las propias instituciones, como con la última campaña que lanzó el ministerio de sanidad o la brillante publicidad de las pulseritas del Ayuntamiento de Murcia, el cual finalmente tuvo que rectificar y retractarse de semejante barbaridad. También es especialmente doloroso escuchar cómo el ministro de Cultura habla de la imposibilidad de realizar conciertos de pop y rock mientras se lamenta de la marcha de Messi del Fútbol Club Barcelona.
Se nos estigmatiza porque a alguien hay que culpar, y los músicos siempre hemos sido un blanco fácil. Es cierto que no hemos sido un sector que haya caminado unido, y de eso nos hacemos responsables, pero ahora, gracias al Movimiento Alerta Roja, las cosas están empezando a cambiar, porque es lo justo, porque es necesario y porque merecemos desarrollar nuestra profesión con dignidad.
Por eso el día 17 de septiembre todos y todas las profesionales del sector musical salimos a la calle -en Guadalajara se nos denegó el derecho a manifestarnos, pero vestimos de rojo nuestros balcones en señal de protesta por la situación tan crítica que vive nuestro sector- mostrando nuestra esencia, y lo que nos caracteriza: Organización, profesionalidad, creatividad, legalidad y seguridad ante todas las circunstancias. Salimos a la calle para exigir medidas urgentes, entre ellas, que se reconozca al Sector del Espectáculo y los eventos entre los principalmente afectados por la pandemia, que haya una reactivación inmediata de las agendas culturales y de eventos de las administraciones públicas o que se reconozca el carácter estacional e intermitente de la actividad.
De momento hemos conseguido que, esta semana, el senado reconozca la cultura como bien esencial, y aunque todavía queda mucho por hacer, es un pequeño paso hacia lo que debería ser un gran cambio, porque, todo es cultura a ojos de quien sabe mirar. Y como afirmó el poeta Henry Wadsworth Longfellow, hace casi doscientos años «la música es el lenguaje universal de la humanidad».
Los sonidos rítmicos acompañan al ser humano antes de que se consolidara el lenguaje verbal, la música está vinculada de manera directa con la evolución, y de ahí su importancia. La música activa más partes del cerebro que cualquier otro estímulo humano, a lo mejor, precisamente por eso no interesa. Porque no, no es un divertimento, ni un pasatiempo, la música, constituye desde el principio de la humanidad una de las manifestaciones más importantes dentro del contexto cultural de cualquier época o civilización.
El día 30 de septiembre volveremos a alzar las voces, esta vez con acciones y expresiones artísticas, técnicas, musicales, o corporales, para reivindicar la vida de nuestro sector. Músicos, técnicos, actores, programadores, fotógrafos, promotores, conductores, managers, todos estamos en el mismo barco, y no vamos a dejar que se hunda. Por lo menos vamos a luchar hasta el final.
(*) Eva Ryjlen . (Guadalajara, 1979) es graduada en Turismo por la Universidad de Alcalá de Henares y tiene un amplia formación como actriz -con Juan Carlos Coraza, entre otros- y cantante. Artista polifacética y con una larga trayectoria a sus espaldas. Ha grabado seis discos, 4 con su anterior proyecto, Idealipsticks y uno que firma en solitario, con los que ha recorrido las principales salas de conciertos y festivales del país. Su disco Violencia Posmoderna fue según la crítica uno de los mejores de 2018. Actualmente está embarcada en la grabación y producción de un próximo trabajo discográfico que verá la luz en 2021.