Por Sonsoles Fernández Day
Cada vez que oigo a alguien decir ‘cuando se pase esto de la pandemia’ me entra una súbita mezcla de mala baba, desesperación, comienzo de depresión y retortijón estomacal. Si saben a qué me refiero o comparten mi reacción, imaginen también alguna frase no apta en horario infantil ni propia de una señora de letras. Así me siento. Esto de la pandemia no es como una ola de calor o de frío o las rebajas de verano, con fecha conocida o aproximada de inicio y de finalización. Esto de la pandemia es un mal a nivel mundial que nos ha cambiado la forma de comportarnos, de convivir, de trabajar, de consumir, de relacionarnos y de vernos la cara. Las consecuencias económicas se están notando desde el primer día, porque esto de la pandemia va cerrando negocios con dos tosidos. Y, no se olviden, esto de la pandemia se ha cobrado ya más de un millón de vidas en todo el mundo. Ayer morían en España 156 personas más, diagnosticadas de coronavirus, víctimas de esto de la pandemia.
El constante y tedioso bombardeo de cifras al que nos someten cada día los informativos desde hace nueve meses nos ha hecho casi inmunes al sobresalto. Esta semana se ha publicado que España es el primer país de la Unión Europea que supera la cifra del millón de casos confirmados de coronavirus. Lean bien, casos confirmados. Si a estos les sumamos los que pasaron la enfermedad o se murieron de Covid-19 sin hacerse la prueba, son unos cuantos más. Decía el ministro de Sanidad, Salvador Illa, hace unos días que ‘la segunda ola ya no es una amenaza, es una realidad en toda Europa, el virus está presente y circulando entre nosotros’. Si no fuera porque le veo todos los días en la tele, señor Illa, pensaría que acaba de volver de un viaje por el hiperespacio y se está enterando ahora de lo que nos pasa.
Hoy jueves se celebra el pleno del Consejo Interterritorial de Salud, donde el Ministerio de Sanidad y los consejeros autonómicos decidirán si se aprueba o no un toque de queda. Mientras escribo estas líneas no tengo ni idea si será a nivel nacional o en aquellos lugares que más lo necesiten o cuyas autoridades decidan que lo necesitan. Probablemente ya saben ustedes más que yo ahora, cosas de la rabiosa actualidad. El toque de queda implica la restricción de permanecer o circular por la calle de manera libre sin una justificación considerada válida durante un horario concreto, normalmente nocturno.
Decía también el señor Illa que ‘el virus no viaja solo’, y por eso pedía a la ciudadanía ‘reducir la movilidad y los contactos sociales que tenemos con otras personas’. Ahora que el ministro ha vuelto del espacio se ha metido de estrella invitada en un capítulo de Barrio Sésamo. En fin, el tema es serio, voy a ponerme en su lugar y si el ministro ha tenido que explicar el movimiento del virus como si fuera para niños de jardín de infancia, será porque mucha gente no se está enterando o no se quiere enterar de esto de la pandemia. Y como no se quieren enterar unos cuantos, toque de queda para todos.
A finales del siglo XVIII aparecía en España la figura del sereno. Se ocupaban de encender las farolas, ejercían de vigilantes nocturnos, voceaban las horas y tenían llave de todos los portales. También informaban del estado meteorológico y de ahí les vino el nombre. ‘¡Las doce y sereno!’. Avisaban a los bomberos si había un incendio y a la policía si había algún robo o alteración del orden haciendo sonar su silbato con mucha energía. Parece ser que llegaron a pasarse la noche pegando pitidos, a veces por pequeñas cosas, por lo que la policía empezó a ignorarlos. Entre las falsas alarmas y la llegada del despertador y los porteros automáticos, la figura del sereno fue desapareciendo. De ahí viene la expresión de tomarse a alguien ‘por el pito del sereno’, cuando no se le da importancia ni se tiene en cuenta las opiniones de una persona.
Se me ha venido a la cabeza la figura del sereno, no precisamente por las calles oscuras y desiertas que tendremos en cuanto nos impongan el toque de queda, sino por su condición de ignorado. Hemos visto imágenes de chavales, y algunos no tan jóvenes, haciendo fiestas multitudinarias, continuando la juerga en la calle cuando cierran los bares, sin mascarilla, sin distancia y, generalmente, con demasiado alcohol encima. Sigue habiendo locales abarrotados de gente a cualquier hora, ahí sí que el virus viaja solo. Demasiada gente irresponsable, que no le da ninguna importancia a esto de la pandemia, que se lo toma por el pito del sereno.
Me pregunto de dónde sale tanta irresponsabilidad. Falta de educación, de información, de interés general y por qué no decirlo, falta de credibilidad en nuestros políticos. Pero es irresponsabilidad, al fin y al cabo.
La Organización Mundial de la Salud ha iniciado una campaña en la que pide a todas las personas que quieran del mundo, que se graben cantando ‘We Are Family’, un clásico de finales de los 70. Pretenden convertirlo en un himno en la lucha contra la pandemia y dicen que es una llamada a la ‘unidad y solidaridad ante un problema global’. Aquí en España no sé si va a triunfar esta iniciativa. Primero porque hay que cantar en inglés, you know what I mean, y después porque el ‘Resistiré’ nos ha dejado marcados para el resto de los confinamientos venideros. Vamos a esperar a ver qué famoso se atreve con este postureo. Tal vez algún torero venido a instagramero y cantante. En cualquier caso, yo lo veo como otra chorrada que distrae de lo realmente importante y ese no es el objetivo.
Ya no se dice la estupidez esa de ‘la nueva normalidad’. La normalidad es la que hay, triste y rancia. Ahora nos vuelven a encerrar otra temporada, por horas, por zonas, o por narices. Otra manera de combatir el virus, a multas. Ya veremos si funciona.
Me encantan los artículos de Sonsoles.
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Muchas gracias, María Eugenia
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