
Por Sonsoles Fernández Day
Van a ser unas Navidades muy diferentes. Esta es la frase más recurrente del momento. Desde los expertos en lo que sea hasta el último de los colaboradores de tertulias, pasando por cualquier político que se ponga estos días detrás de un micrófono, todos coinciden en decirnos que esta Navidad será muy distinta a las tradicionales. La machacona frasecita resulta innecesaria a estas alturas. Para la mayoría de las familias españolas tener que reducir su propio aforo y, además, sin acercarse, es lo menos parecido a celebrar la Navidad que conocemos.
La semana pasada, Salvador Illa, ministro de Sanidad, anunciaba que este miércoles pondrían sobre la mesa ‘un paquete de recomendaciones’ para afrontar el próximo mes de diciembre. Sin saber aún las medidas que saldrían del Consejo Interterritorial de Salud, se extendió diciendo que, aunque entendía que ‘se trata de un momento excepcional en el calendario y especial para las familias’, es necesario emitir una serie de recomendaciones conjuntas para que las próximas fiestas puedan celebrarse con ‘garantías de seguridad dentro de esta realidad’.
Habrán notado que ahora las ruedas de prensa o ‘comparesencias’, como dice la portavoz del Gobierno, se leen mejor entre líneas. Cuando el señor Illa dice ‘esta realidad’ debe referirse a la segunda ola de la pandemia en la que estamos metidos. El ‘paquete’ no es un regalo, sino las normas que nos van a poner para las fiestas navideñas. Y con ‘garantías de seguridad’ querrá decir que como se relaje mucho el personal, en breve entramos de cabeza a la tercera ola. Ya lo están avisando los vaticinios, en enero o marzo, como tarde. Ni con la vacuna en marcha nos libramos.
El ‘paquete de recomendaciones’ se hacía público este martes con el consiguiente mosqueo de los representantes de las Comunidades Autónomas que se quejaban de no haber recibido aún el documento oficial y reclamaban su opinión y colaboración. El Gobierno, entre otras cosas, recomienda que las reuniones no superen un máximo de seis personas y amplía el toque de queda en Nochebuena y Nochevieja hasta la una. Aconseja cancelar las Cabalgatas de Reyes y pide que las reuniones se reduzcan a los que conviven juntos.
Pero habrá que esperar otra semana. Illa decía al término de la reunión de ayer que ‘el documento requiere más trabajo’ y ‘veremos si la semana que viene llegamos a un acuerdo’. Conclusión: cada Comunidad llegó con su realidad y su paquete, y no hubo consenso.
Las restricciones y los cierres perimetrales de noviembre y el puente de diciembre tenían como objetivo principal ‘salvar’ la Navidad. Sin embargo, seamos realistas, después de batir este martes el récord de la segunda ola con 537 fallecidos y 12.228 nuevos casos en un día, el sentido común debería llevarnos a pensar en comernos el turrón en petit comité. Aunque todos tengamos ganas de fiesta, el objetivo no es esta Navidad, sino acabar cuanto antes con el bicho que se ha llevado por delante el 2020. Se acordarán ustedes de cuando, estando confinados, cantábamos ¿Quién se ha llevado el mes de abril? Pues ya han pasado unos cuantos meses desde entonces.
El Ayuntamiento de Guadalajara, mientras tanto, anuncia con entusiasmo que esta Navidad se podrá pasear por los jardines del Palacio del Infantado donde habrá un espectáculo de luces y figuras de tamaño real alusivas a la Navidad y a los cuentos infantiles. También habrá un cielo estrellado en la Plaza Mayor. El festival lumínico ha costado 275.000 euros, cinco veces más de lo que se gastó el año pasado. Decorar está bien, pero tal vez no es el momento para tanto derroche y seguro que hay mejores maneras de emplear esos miles de euros. Dice Sara Simón, concejal de Fiestas, que ‘todo está pensado para que los guadalajareños paseen con seguridad por nuestra ciudad y especialmente para los niños que lo han pasado muy mal con todo esto’.
Personalmente, no creo que los niños hayan sido los más perjudicados. Metidos en casa, pudieron disfrutar de sus padres como nunca. Se adaptaron a la higiene y la mascarilla mejor que muchos adultos. Y tendrán Navidad, porque para ellos lo que importa son los regalos.
Los más perjudicados y parece que olvidados son los ancianos. Una campaña publicitaria del año pasado mostraba a un abuelo cenando solo en su casa en Nochebuena. Es una imagen muy triste. Lo contrario es una familia enorme o un gran grupo de amigos apiñados, riendo divertidos alrededor de una mesa. Aunque se acaben las sillas y te toque el taburete de la cocina. Eso es la felicidad.
Este año he visto un anuncio en el que unos padres y sus dos hijos brindan con los abuelos que sonríen desde la pantalla de una tablet puesta encima de la mesa. Lo que nos faltaba. Ahora dirán Feliz Tele-Navidad, Felices OnlinePascuas, o Merry E-Christmas! Me espero cualquier cosa. Y los abuelos, que son la generación menos tecnológica, han quedado relegados a virtuales. Solos, al otro lado. Lo más triste se convierte en obligado.
Algún médico propone las burbujas familiares. Un mismo grupo familiar se reúne durante todas las fiestas y no se juntan con nadie más. Y si han estado aislados unos días antes, mejor. Otra idea es la de los grupos por franja de edad. Hasta 55 años por un lado y a partir de esa edad, que se consideran más vulnerables, por otro.
Hay familias que piensan hacerse un test antes de cada reunión. Eso, quien pueda pagarlo, claro. Si los test fueran mas asequibles, o, mejor dicho, si no fueran un robo, sería una buena alternativa al aislamiento.
En cualquier caso, cada cual está haciendo sus cábalas. Y aquí solo se ha hablado de las reuniones familiares. De las pérdidas de los hosteleros, no hemos dicho nada. Eso da para otro artículo.
Solo un mensaje para los milennials y sus fiestas clandestinas: #piensaentusabuelos #queacabeestodeunavezdependedetí #celebraconresponsabilidad
Por si no lo habían oído, van a ser unas Navidades muy diferentes.